La pasión al corcero puede llegarle a confundir si es la primavera la que trae de la mano la caza del corzo o si es este quien nos la acerca. Tanto monta. Lo incuestionable, lo indiscutible es que anda ya el personal con la sangre alterada a cuenta del pequeño cérvido y no creo que haya mejor analgésico que salir al campo. Porque al amante de la especie, estar en él ya le debiera sosegar, sin necesidad de mucho más, pues ese «más» que todos buscamos son habas contadas y, por tanto, hay que cuidarlas para que la cosecha sea la esperada, la que corresponda.
Nuestras salidas se han de llenar de caminatas a través de los más bellos momentos del día, sintiendo el palpitar de la naturaleza, oliéndola, viviéndola… en el tiempo vital por excelencia.
La cámara de fotos es el complemento perfecto en los días de caza.
Buscar huellas, escodaduras, camas…, rastros que nos hablen de él. Dirán que estamos en su territorio, ¡que existe!
Soñar despierto es ver estrellas de día y este animal lleva la nuestra
Soñar con el que ya nos la jugó o con el que no conocemos y, tan solo, imaginamos y deseamos, nos pone en funcionamiento. Nos da fuerzas para madrugar y volver al campo tras su imaginaria silueta con la convicción de que debe estar ahí. Porque soñar despierto es ver estrellas de día y este animal lleva la nuestra o, al menos, la mía.
¡Quién dijo que sería fácil!
He visto un corzo florear en unas urzes y no me ha dado tiempo a saber si era macho o hembra. Camino despacio, a tronchamonte, intentando seguir alguna vereda que facilite el silencio de mis pasos. Estoy donde quería llegar, dando vistas al espesinal de la ladera en la que vi al animal. Me descuelgo el rifle y lo dejo en el trípode. De pie, de otro modo quedaría sumergido en la espesura del monte. Saco los gemelos a pasear a ver si descubro al causante de mi rececho. Nada.
Pasan quince minutos, otros tantos más y aquí no asoman más que pájaros. Empiezo a dudar si la estrategia es la adecuada, si tal vez no haya sido un error, si no hubiera sido mejor…, ¡coño, el corzo!
Cambio los gemelos por la mira del rifle y alcanzo a meterle el blanco impoluto del trasero en la cruz… de donde cuelga el inequívoco pincel que deja a las claras que es… ¡una hembra!
¡Quién dijo que sería fácil!
Y si hubo disparo y la cosa no salió del todo bien: AEPES, no lo duden. Es el comodín de la llamada. El último recurso con garantías ciertas e inmejorables para darle la vuelta a la situación. La mejor opción antes de abandonar el cobro.
Este animal desarma mi rutina diaria
Me vuelvo a casa cansado, pero inmensamente feliz. Este animal desarma mi rutina diaria y eso, con la edad, no es baladí. He gozado de tres días de monte en soledad. Caminando mucho, pensando mucho, disfrutando… con el rifle al hombro.
Gracias don Capreolus, por llenar tanto mi vida.
La cuenta sigue pendiente.
Corzos, por Ángel Luis Casado Molina
www.librosdecaza.es / [email protected]