En la recámara

En la recámara: ‘Asilvestrados’

images_wonke_opinion_alberto-nunez_alberto-nunez-seoane-foto-portadaLa naturaleza es hermosa. Lo salvaje es hermoso. Lo auténtico, es hermoso.
Todo lo que el hombre pueda, y debe, hacer para preservar el entorno natural es necesario; todo lo que podamos hacer para proteger el medio ambiente y a sus habitantes es necesario; todo en lo que podamos contribuir para hacer que lo natural esté limpio, en equilibrio y sea sostenible, también es necesario.

La estupidez del hombre ni es hermosa ni necesaria, es eso y sólo eso: estúpida. La ignorancia genérica de demasiados especímenes de la raza humana no es hermosa ni necesaria, es muy triste y muy patética. El fanatismo de tanto imbécil que anda por ahí suelto tampoco es hermoso ni mucho menos necesario, es repugnante, soez y detestable, eso es lo que es. La manipulación no es hermosa ni necesaria, es miserable y ruin.

Hay personas que amamos la caza, que la sentimos y la habitamos como un modo de vida. Hay personas, los cazadores, que respetamos a la naturaleza y a sus habitantes, que amamos a los animales, que luchamos por conservar el medio ambiente, por mantener la biodiversidad, por recuperar especies en peligro, por legar un mundo más limpio, estable y en equilibrio, a las generaciones venideras.

Hay personas, los cazadores, que pisamos el campo, que subimos a la montaña, que bajamos a las selvas o a los desiertos, que aceptamos el reto que la vida salvaje nos plantea, que nos medimos con quien, como nosotros, vive y ama la libertad. Personas que sabemos aceptar opiniones que no son las nuestras, que asumimos la necesaria adaptación a las circunstancias que nuestro mundo, ése que vivimos y sufrimos todos, nos impone, personas que cumplimos las leyes y admitimos los controles, las limitaciones y las normas.

Hay personajes que han dejado de ser, o al menos de comportarse, como personas. Personajes, más bien personajillos, que sólo aceptan como válidas sus propias posturas, sujetos que pretenden obligar a arrodillarse a quien no aplaude sus soflamas, elementos radicalizados que sólo leen su alfabeto y desprecian a quien escribe en uno diferente, personajes que quieren teñir de verde lo que es azul, que llaman mezquina a la nobleza, que confunden la sangre con la sangría y la libertad con el libertinaje. Personajes que se creen con la autoridad suficiente como para dar lecciones sobre lo que desconocen, que pretenden dictar –no decir ni opinar– como debemos comportarnos, que es lo que está bien y que lo que está mal, que es lo que podemos o no podemos hacer. Ellos –esos personajes–, y sólo ellos, se dicen ‘ecologistas’. Para ellos los demás no contamos ni importamos ni merecemos la más elemental de las consideraciones. La violencia, ausente por completo en la caza auténtica, de la que falsa y tozudamente nos critican, es la que ellos utilizan cuando la normativa, las reglas o la ley de la que se trate, no es la que ellos quieren que sea.

Esos ‘ellos’ nos llaman ‘salvajes’, ‘criminales’ o ‘asesinos’, porque cazamos, porque sentimos y vivimos de una manera distinta a la suya. Ni quieren, ni probablemente puedan, pararse a pensar, detenerse a tratar de conocer primero y entender después. No quieren nada que no sea lo que ellos quieren.

El enfrentamiento gratuito, la condena discrecional, la imposición histérica, la negación arbitraria, la descalificación generalizada, la argumentación hueca, la apropiación indebida, la exclusión absurda, la descalificación caprichosa, el desprecio insultante, la provocación permanente, el ataque inconsistente, la provocación incesante… Estos son los ímpetus que mueven a quienes, absurdos y maledicentes, falsarios y provocadores, desleales y manipuladores, tratan de avasallar, amenazan, insultan y agreden a los que nos sentimos y somos cazadores.

Muchos de los que alguna vez fueron ‘verdes’, pacen hoy en los prados de la sinrazón. Ahogados en proclamas descerebradas, empapelados con datos tergiversados, mareados de augurios inventados, ponen precio a nuestras cabezas sin darse cuenta que han perdido las suyas enfangados en un empeño torpe, mezquino y asilvestrado que ni a nada provechoso conduce ni nada, que no sea enfrentamiento, odio y revanchismo, reportará.

Por Alberto Núñez Seoane

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