A mi amigo Enrique Molina, que me conoce metido en un saco.
El caso es empezar, descorchar la botella. Arrancar la moto, apretarse las botas o desenfundar el rifle. El asunto en todo en esta vida es decir “hoy no. Ahora. Voy a hacer esto que tanto tiempo me llevo diciendo”. No espero a dentro de un rato, ni a que amaine el calor, ni a que me toque la lotería. En este preciso instante, cueste lo que cueste, me subo a lomos de Dinamita y no me bajo hasta que la luna me traiga un cochino de careo. Si tardo dos horas… como si paso la noche en vela. De hoy no pasa. No llevo ansia pero sí la convicción de que será el nuevo día quien me rendirá, no mis fuerzas. Es ya tarde en una tarde cualquiera. Meto el pie en el estribo, acerco la yegua a por la vara, aseguro el portalanzas y me dispongo a buscar aventuras.
El ocaso me acompaña. Con él los miles de lances e ilusiones que tejen mi mente. Voy a lomos de mi torda rodada, que proviene de sangre de reyes, de mi amigo Jaime Patiño, de las tierras bravías del norte, donde abundan hielos, fríos y lobos. Dinamita, pese a su juventud, va viendo de todo. Ya ha acariciado las arenas de la playa, ha sido bendecida por la Blanca Paloma, ha tronchado monte, pero no ha monteado aún. Ha corrido lanza en ristre… pero todavía no ha lanceado… todo es empezar. Y lo ideal es ir acompañado de un caballo experto, que en su idioma le explique el quehacer. Pero Asesino y Jaleo ya se lo han contado mientras corren por las vegas y barrancos. Mis caballos –los caballos de todo el mundo- se cuentan sus hazañas al calor de una buena fanega de avena.
La luna brilla. Brilla en lo alto. Y brilla con fuerza. No sé por qué pero hoy tengo ganas de todo y de nada a la vez. La constancia y nervio se me han transformado en una constancia más silenciosa y un nervio más sujeto. Pero ahí están. No sé si coger el corte del monte o el camino del medio. El aire viene un poco ábrego, casi marea, se me cruza una corza. Dudo un instante… se está poniendo el sol pero hace aún mucho calor. Qué mejor escusa para bajar al trampal donde está la fuente que guarda la Virgen de Guadalupe.Echo un largo trago de agua, me lavo la cara. Refresco los remos de Dinamita. Se ve poco porque las dos luces -sol y luna- compiten. Hasta que no se ponga del todo “el Lorenzo” no se verá bien. Ahora es peligroso correr, porque dos astros proyectan sombras distintas, tapando boquetes y ramas. Cabalgo de nuevo. Continúo dando un rodeo para llegar al rastrojo y dar tiempo a los cochinos a que bajen… ¿Qué es eso de mi izquierda? No puede ser, Dios mío, imposible. De los bajos que domino, a larga distancia del monte fuerte, un cochino macho alcahuetea sus miserias por el alcornocal. Está lejos del rastrojo, lejos de donde todos –ganado manso y montuno- se agolpan. Se ha encamado en los zarzales del regato, al fresco, donde nadie molesta… Qué picaresca la de estos bichos. No hay tiempo para fracasos, ajusto las riendas, pues Dinamita lleva cuatro, entallo la lanza y le entro por abajo para echarlo raso arriba, que tome la querencia del monte fuerte pero lejano… allí me haré con él.
Las luces se cruzan, voy rápido, el cochino ha pingado orejas para percibir el peligro… Me barrunta y sale a espantado… Vamos Dinamita, vuela. El marrano busca los regatos, busca la cuesta abajo no el monte de arriba, pues allí sabe que hay zarzales, alambradas y gateras. Sabe que si llega, me ganará. Igualmente sabe que lo va a tener complicado pues dos locos van dispuestos a matarle o matarse… Y que sea lo que Dios quiera…
Vamos a todo carajo, tengo que echarlo al raso, el cochino culebrea por entre los alcornoques, busca lo sucio, le acoso, le veo abrir la boca… Dinamita surca el aire, pero no acaba de fiarse para entrar a partir en dos al navajero. Vamos mi niña que tienes una puesta de largo por todo lo alto… No acaba de ceder. Necesita lo que todos necesitamos para lanzarnos: alguien que nos empuje. Le toco el filete, le meto la espuela hasta el gallo, aprieto las piernas dispuesto a romperme las rodillas y con la cintura hago un giro seco para echarme encima del cochino… ¡¡Ahora!! Dinamita me dio esos dos trancos que siempre saca Asesino… Me permitió alargar mi brazo. La yegua hispano árabe de rancio y bravo abolengo acababa de hacer su primera sangre sobre un cochino salvaje sin ayuda de otros.
Pero no, aquí no termina la historia, aquí comienza nuestra película. Porque el cochino quebró sabiéndose herido. Dinamita aprendió su cometido, pues sin tocarle con la espuela giró sobre sus patas como un suicida la cuesta abajo. Es de noche, hay dos cunetas que saltar, una lanza que asir y un objetivo que no puede escapar… Vamos demasiado rápido pequeña, la sujeto, echo el peso atrás con toda mi energía, o la siento de culo o saltamos sin tocar el camino…
Y saltó, cayendo veloz sobre sus manos, y giró sacándome casi del todo de la montura, y el cochino está a punto de llegar a la gatera, necesitamos que él falle para que nosotros acertemos… Y así fue, porque rebotó en su intento y Dinamita se echó encima dándome la oportunidad de pararlo ahí, para siempre, con un certero lanzazo en el corazón que no cesó hasta que, rendidos los tres, oímos expirar al valiente animal…
Voy camino del cortijo, con un mosquero que aletea más acompasado que de lo normal. Voy camino de dormir lo que para mí ha sido el mayor sueño vivido. Voy acompañado de la luna, de mi sombra y del compás de mi montura. La lanza proyecta reflejos en una noche de verano en la que todos, todos, habíamos aprendido que mañana siempre llega, pero el ahora lo tenemos al alcance de nuestra voluntad.
M.J. “Polvorilla”