Y el Grey Duiker se fué para siempre de mi lista de trofeos, cosas que pasan en África.
No les ha pasado ninguna vez a ustedes si son cazadores coleccionistas, en mayor o menor medida, que siempre hay un animal, ¡un maldito animal!, o varios, cuya caza, para otros cazadores menos avezados se muestra mucho más sencilla que para uno mismo. He tenido la suerte de haber realizado ya varios safaris por cuenta propia, habiendo logrado cosechar un buen número de especies de este continente, aún estando a años luz de grandes cazadores.
Además de los safaris cinegéticos, al ser África una de las grandes pasiones de mi vida, he realizado otros tantos con la cámara como única arma y la memoria como álbum privado. Gracias a ello, he podido disfrutar de la mayor parte de la biodiversidad africana en su estado natural, gozando en ocasiones de visiones irrepetibles de belleza sublime.
Decía Roy Batty, aquel que corría sobre el filo de una cuchilla, el blade runner: “Yo… he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
Yo puedo decir que he gozado con las manadas de oryx en las dunas del Kalahari, me han atronado los elands en el Karoo, he temblado siguiendo la huella de los leones en Bostwana, he sentido el aliento de los elefantes en el Kruger, me que quedado petrificado en el interior de una horda de más de doscientos búfalos del cabo, he sorprendido millares de springbucks y blesbucks por las llanuras sudafricanas, me he emocionado con las manadas de lechwes por el Okavango…en fin, he podido disfrutar hasta la fecha de muchas situaciones y encuentros faunísticos.
Pero, y siempre hay un pero, sin embargo, hay dos especies que no logro ni de broma en ninguna de mis expediciones, y miren que lo intento, y dentro de una consecuente evolución personal y particular dentro de la caza africana. Seguro que cuando cite sus nombres, muchos de ustedes, dirán inmediatamente” menudo memo, esos los veo yo a patadas cada vez que voy por allí” Y me consta que así será. Pero no es mi caso, por lo que aún no desvelaré al 100% su nombre en castellano para que sólo los “más avezados” puedan reírse de mí.
En el caso del Kobus ellipsiprymnus, miento si dijera que no lo he visto nunca. Todo lo contrario. A cientos. Y de singulares trofeos. El problema radica en la total enemistad existente entre el hecho de portar un arma y el hecho de ver un Kobus ellipsiprymnus medianamente “tirable”. Es alucinante. He tenido trofeos espectaculares de esta especie siempre a tiro….con mi cámara. Es sacar el arma al campo y en mi caso, ni los huelo.
Por el contrario, el Sylvicapra grimmia no lo he visto. Sé que existe a patadas. He visto muchos trofeos suyos. Se han cazado varios durante safaris en los que yo he participado. Hasta la fecha, he salido en más de medio centenar de ocasiones de fareo nocturno, método éste muy eficaz para la caza de ésta y otras especies, y permitido en muchas zonas de África. Y sin embargo, nada. Nada, de nada.
En el último safari que pude participar, el pasado verano, encontrándome junto a mi pareja, Susana, en la provincia de Northern Cape, cerca del Kalahari sudafricano, recuerdo que destinamos un día y su correspondiente tarde-noche a dar con este animal, pues me aseguraban que era frecuente encontrar algún buen ejemplar de esta especie. A lo largo del día pudimos ver más de 30 especies distintas, pero de nuestra Sylvicapra particular, nada. Exhaustos del día y un tanto desanimado y mosqueado por mi fortuna para con este delicado animal africano, tras la cena nos retiramos pronto a nuestras habitaciones, pues deseábamos tomar una copa en la intimidad de la terraza de nuestra habitación, a cuyos pies se abría una inmensa llanura y en cuyo fondo se recortaban las primeras dunas rojas del desierto, ahora abrazadas por el manto de la noche.
Y en ello estábamos, disfrutando de una copa en esta terraza a la que sucedía en plano una gran llanura cuando de repente, de la oscuridad de la noche comenzó a surgir, primero a unos 15 metros, y luego acercándose más y más hacia nosotros, hasta llegar a cinco o seis metros de nosotros, un bonito y viejo ejemplar macho de Sylvicapra grimmia. Mi primer instinto, fue el hacerle una fotografía, pues tenía la cámara en las manos, para retratar el momento, que yo creía fugaz, sin dilación. Y sin embargo, cosas del destino, mi cámara se quedó en ese preciso instante sin batería, pudiendo hacer tan sólo dos fotografías de malísima calidad. Mientras yo estaba en este menester, entre admirar el animal y encender la maldita cámara, Susana se había levantado de forma muy suave y ganando al animal centímetro a centímetro, extendió su mano hasta que el animal pudo oler y rozar su mano. Entonces, ella se arrodilló y comenzó a acariciar al Sylvicapra, quien parecía disfrutar del momento y aguantó con nosotros un par de minutos, que a mi me parecieron eternos pues los viví a cámara lenta, hasta después perderse definitivamente de nuevo en la oscuridad.
Lógicamente, después de esta experiencia con mi pareja, ante ella y con ella como protagonista, entenderán ustedes que no se me ocurrirá jamás plantearme la caza del duiker gris, pues así se denomina en español al Sylvicapra grimmia, ese animalito “taaaaaaaan” mono que nos maravilló en Africa.
Otra historia es la del Waterbuck, el Kobus ellipsiprymnu, cuyo intento de caza pienso seguir disfrutando por mucho tiempo. Que así sea.