Cerramos hace meses la peor temporada perdicera de nuestra historia. Lo que era un secreto a voces, el hecho de que año tras año, desde hace décadas, nos quedábamos sin perdices, ya no ha aguantado más y, como una fina lluvia que no molesta pero empapa, al final, ha terminado por darnos un baño de realidad y ha dejado al descubierto una verdad tan incómoda como difícil de solucionar
Por Marcos Pedregal Rodríguez
El campo se muere. Nuestra abanderada, la reina, a la que tantos y durante tantos años hemos rendido pleitesía, se marcha y no lo hace por voluntad propia, sino obligada por una desidia e indiferencia que, poco a poco, la ha ido arrinconando hasta arrojarla al abismo.
Los cazadores, culpables también de este desastre, miramos incrédulos al futuro, incapaces de imaginar un mundo sin ella, pero con la certeza de saber que si hubiéramos luchado, si le hubiéramos dedicado algo de nuestro tiempo, si le hubiéramos devuelto sólo un ápice de todo lo que ella desinteresadamente nos ha dado, la realidad, a buen seguro, sería otra.
Varios son los motivos que nos han llevado hasta aquí. Lo dijimos hace unos meses en esta revista y no creo que sea de recibo volver a hurgar en la herida. Ahora es momento de compromiso y lucha, todavía hay tiempo, aún no todo está perdido, pero debemos, se lo debemos a ella, comprometernos, unirnos y actuar.
Cuando en el mes de noviembre surgió SOS Salvemos la Perdiz Roja muchos pensaron que el partido estaba perdido incluso antes de que los jugadores saltaran al campo. Pero ya lo dijo el maestro Delibes: «Los cazadores no somos gentecilla de poco más o menos», el verdadero cazador ha de saber amar cuidar y respetar el campo, la tierra es nuestra madre y nuestro espíritu cazador nos hace tener un vínculo especial con ella.
Está claro que para ganar una guerra primero hay que ganar batallas y es difícil, más aún cuando luchamos contra una sociedad decadente que se aleja de lo natural y se arrodilla ante los dioses paganos del poder y el dinero, para quienes la riqueza se mide en euros y aquello que no es política o económicamente rentable, directamente, se desecha.
Siempre hemos sabido que para conseguir algo, para cambiar el modelo agroforestal de este país, para alcanzar un equilibrio entre el desarrollo y sostenibilidad, era necesario aunar esfuerzos, conseguir la unión y el compromiso de todas las partes afectadas.
Los casi 400.000 federados españoles, más los cazadores no federados, más los ecologistas, apicultores, pescadores, recolectores de setas, montañeros; en definitiva, la suma de todos cuantos amamos y queremos un entorno natural sano y con vida, harían plantearse a cualquier político que se precie la viabilidad de un proyecto enfrentado a todo este poder fáctico.
Y es que, en definitiva, tampoco es utópico lo que queremos ni perjudica las economías de los agricultores españoles, medidas como con la prohibición de las labores mecanizadas nocturnas, la redacción de un listado de productos fitosanitarios seguros, la obligatoriedad de respetar los linderos y el fomento de cultivos de ciclo largo, serían medidas cuyo coste resultaría insignificante para el bolsillo del agricultor y representaría un cambio, un aire fresco de esperanza, no sólo para la perdiz, sino para el conjunto de nuestra biodiversidad, patrimonio que hemos recibido en herencia y que tenemos la obligación de preservar.
Unión, ésa es la palabra que nos ronda; pero, para conseguir aglutinar esa unión en forma de apoyos, para conseguir unir a tantas y tan desiguales ideas, lo primero es contar con la unión y el consenso del colectivo cazador. Para ello, desde nuestra plataforma, hemos comenzado un acercamiento con las distintas federaciones de España y, de momento, aunque a buen seguro acabarán siendo más, contamos con la adhesión de las Federaciones de Caza de Álava, Vizcaya, Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura, Galicia, Cataluña, Murcia y Aragón, cuya representación supera con creces los 260.000 cazadores y significa un compromiso con la caza y los cazadores digno de alabanza, porque, siendo claros, fallarle a nuestra perdiz ahora, cuando nos necesita más que nunca, significa fallar al compromiso de quienes, pagando una cuota, delegamos en las instituciones la capacidad de representación y defensa. Fallar a nuestra perdiz supone fallar a nuestros ideales, dejar en la estacada todo aquello que nos une y nos hace cazadores.
Además, ADECAP, APEGA, UNAC, Mestas del Narcea, AEA, Fario y otras han mostrado su compromiso, no sólo con la perdiz y la caza, sino con la conservación, la ecología y la sostenibilidad.
Se echa de menos la presencia de esas asociaciones ecologistas que se levantan en armas cuando se habla de dar muerte a un animal y, sin embargo, parecen quedar impasibles ante lo que, en mi opinión, es el mayor desastre ecológico de la historia de nuestro país. Desde aquí les tendemos la mano y les decimos que sólo juntos conseguiremos un campo vivo, susceptible de ser cuidado y aprovechado.
Sólo juntos conseguiremos lograr el éxito, pues que no se olviden quienes tienen el poder de decidir que, cuando hablamos de caza, cuando la vida de nuestra reina está en juego, todos al unísono recitamos: «Porque amarga es mi voz, mas yo la canto, que ni el viento la toque, porque tiene pena de muerte el viento si la toca».