Se acerca el fin de la tarde entre los vastos arenales cubiertos de acacias espinosas del Kalahari. Apenas el disco solar toca la línea del horizonte, el cielo del África austral se tiñe de tonos rojos y amarillos, anunciando que mañana será otro día soleado.
El descenso de la temperatura comienza a acusarse. Nos obliga a ponernos una chaqueta para cubrir esa misma piel que apenas unas horas antes transpiraba afanosamente debido al sofocante calor. Sentados alrededor de la boma, miramos el lacónico baile de las llamas mientras charlamos amigablemente sobre experiencias de caza. Los olores del humo, de la tierra, de la comida que nos están preparando, una copa de buen vino en la mano, la música ambiental interpretada por las tórtolas y la multitud de pájaros que despiden el día… todo ello compone la atmósfera mágica de la que disfrutamos.
Actividad antes de anochecer
Y rompiendo esa quietud escuchamos, con el vello de la nuca erizado, el rugido de dos grandes leones que se retan entre sí, como diciendo: «Si quieres venir a buscarme, ya sabes dónde estoy…»
–Mañana vamos a por uno de ellos, ¡pero el mío que sea el más grande! –bromea Pepe intentando romper el silencio que ha interrumpido las conversaciones…
–Sí, Pepe, de la finca no se van a ir… aunque otra cosa es dar con ellos –añado yo–, o lo que puede ser más entretenido aún, que ellos den con nosotros…
Y aunque todos se sonríen, se percibe un destello de inquietud en las miradas de todos los integrantes de la partida de caza.
–Bueno, bueno, no será para tanto –añade Antonio–. A ver si nos hemos hecho un viaje de 8.000 kilómetros para ser el almuerzo de esos bichos…
–Antonio, si algo he aprendido en todos los años que llevo cazando, es que la caza es imprevisible y más cuando nos enfrentamos a animales peligrosos. No conviene frivolizar sobre el tema…
Hacemos una pausa mirando al fuego, que todos aprovechamos para darle un trago a nuestras copas. Tras la pausa… continúo.
–Hay mucha leyenda urbana y mucha demagogia alrededor de la caza del león. El primer mito es que la caza ‘auténtica y salvaje’ sólo se hace en las grandes concesiones abiertas de Tanzania, Mozambique, Zimbabwe, etcétera… A decir verdad, los leones que se cazan en esos lugares, además de presentar normalmente poca melena, suelen ser animales que huyen a toda costa del hombre, lo que hace su caza por momentos ‘aburrida’ y difícil. De hecho, hay veces que en un safari de 14, e incluso de 21, días uno se vuelve a casa sin la oportunidad de tirar un león en condiciones…
La caza en Sudáfrica es completamente distinta. En este país, dejando aparte los Parques Nacionales, como el Kruger o Pilanesberg, todas las poblaciones de leones están en fincas privadas que deben estar valladas, requisito legal para garantizar la seguridad de las personas. Esto quiere decir que un grupo de leones que vive en una finca vallada de 2.000 ha conoce cada palmo de su territorio. Y digo su territorio porque para el león el terreno donde habita sólo le pertenece a él. Cuando una partida de cazadores entra dentro de su terreno, el león no va a huir.
Nosotros practicaremos la caza a la huella, seguiremos sus rastros hasta dar con él, y no te quepa duda de que nos estará esperando. El suspense y la emoción están garantizados, y no es raro que el lance se resuelva con una espectacular carga del león en la que la templanza del cazador y del profesional son rigurosamente esenciales para que el animal sea abatido limpiamente. Sin duda, es una experiencia inolvidable que todo cazador debe sentir al menos una vez en la vida. También hay que tener en cuenta que la calidad de los leones es francamente buena en Sudáfrica, donde las pobladas melenas oscuras son frecuentes…
Nuevamente los grandes machos vuelven a rugir en cadenciosa alternancia, y todos quedamos en silencio. Las conversaciones se reanudan posteriormente y continúan a lo largo de la cena. Pasamos la velada comentando experiencias de caza pasadas, contando algún que otro chiste y haciendo las típicas tomaduras de pelo que alegran el ambiente tan agradable que reina en el grupo de cazadores. Pero, aunque nadie lo diga, todos nos vamos a la cama con ese ‘gusanillo’ en el estómago fruto de la emoción que nos despierta la cacería de leones que acometeremos al día siguiente. Además, los rugidos que escuchamos cada cierto tiempo tampoco ayudan a pensar en otra cosa.
Tras cruzar la valla, lo mejor es persignarse
Nos ponemos en marcha después de amanecer, una vez que hemos dado buena cuenta del desayuno. Entramos en el campo donde están los leones dejando atrás la valla electrificada de protección. Uno de los cazadores se persigna…
Quizá sea psicológico, pero para reconfortarse uno aprieta la madera del rifle más fuerte de lo normal, pues es lo único que te da algo de ventaja frente a tan formidable animal cuando te encuentras en ‘su casa’.
No tardamos en encontrar las primeras huellas de león marcadas en la fina arena de los caminos. Los pisteros negros, auténticos maestros en la interpretación de huellas, indican al guía que no es lo que estamos buscando, que debemos proseguir.
A media mañana finalmente encontramos unas pisadas que prometen: ha llegado el momento de continuar a pie. La comitiva está compuesta por Pepe, cazador, el profesional Charles, un servidor, guía, el hijo de Pepe y dos trackers. En total llevamos tres rifles .375 H&H con munición blanda, aunque normalmente sólo se usará una de las armas.
Conviene hacer un inciso para comentar este particular. Es importante que haya dos o tres rifles que nos aseguren una respuesta rápida en caso de que el león cargue, o que nos den otra oportunidad en caso de que se produzca algún incidente con el arma del cazador (balas no picadas, cerrojos que se bloquean… ese tipo de cosas que un tal Murphy puede prepararnos en el peor momento). Es también muy importante que las personas que lleven las armas tengan experiencia y se sepan colocar a la hora de disparar, ya que de otra manera se pueden producir desgraciados accidentes en esos momentos de máxima tensión.
La comitiva va avanzando al ritmo que marcan los trackers. Tras una larga caminata me fijo que los pisteros sudafricanos, tensos, empiezan a levantar la mirada del suelo para escudriñar los matorrales con mucha más frecuencia que antes. Perciben que el animal está cerca, muy probablemente acechándonos. Le indico a Pepe que se prepare, que el momento se acerca. Las manos empiezan a sudar…
Si te mira, es imposible no sentir inquietud
Avanzamos en este estado de excitación y concentración otros cien metros, hasta que, súbitamente uno de los trackers se queda literalmente ‘clavado’ señalando unos arbustos espinosos que no están más allá de cuarenta metros de distancia.
–It’s there! It’s there! Can you see it?
No hace falta saber inglés para entender lo que dice. Entonces concentramos todos nuestros sentidos en localizar al animal. Es increíble la habilidad que tienen los ‘paisanos’ para descubrir los animales entre la vegetación.
Finalmente, el movimiento de una oreja nos delata la presencia de lo que parece un buen león que está tumbado mirándonos fijamente. Intentamos girar para buscar un ángulo que nos permita evaluar bien al animal y hacer el disparo, pero sin darnos tiempo a reaccionar, el ‘melenudo’ se levanta ágilmente, nos mira de una manera que nos petrifica a todos, y empieza a alejarse trotando…
¡Vaya momentito que hemos pasado! No queda otra que seguirle, pero todos estamos ahora tensos como cuerdas de violín, porque se ha metido en un denso matorral de acacias, black thorn, que hay unos 50 o 60 metros más allá, y a buen seguro que nos va a estar esperando.
–¡Joder, Pedro, me parece que al final vamos a tener La verbena de la Paloma! –dice Pepe–. ¿Lo has visto bien? ¿Es el león que estamos buscando…?
–¡Madre mía, Pepe, es un pedazo de leonaco que te caes! En cuanto tengamos la mínima oportunidad ni te lo pienses, porque es un excelente trofeo. Ahora vamos a avanzar muy despacio y con las armas preparadas –les digo a todos en español e inglés–. Charles, si carga, Pepe disparará primero, pero tú te abres a la izquierda, yo a la derecha y, si es necesario, ¡qué llueva, qué llueva plomo!
Comenzamos a recorrer la distancia que nos separa del black thorn, pero no hemos recorrido ni veinte metros cuando el león empieza a emitir un ruido que nos pone todos los pelos de punta… Es un rugido grave, sordo, continuo, no demasiado fuerte, pero perfectamente perceptible… Los pisteros se ponen por detrás de nosotros y, aunque tienen ganas de echar a correr en dirección contraria, no lo hacen porque saben que están desarmados en territorio de leones y puede haber más animales escondidos…
No vemos nada, pero no queda más remedio que seguir adelante. Totalmente alerta. El rifle bien sujeto con la mano derecha en el culatín y la izquierda en el guardamanos. Seguimos. Sabemos que en cualquier momento subirá el tono del rugido y se escuchará el tropel de ramas que anunciará la carga.
–¡Dios! ¿Lo ves? ¿Lo veis…?
Parece un milagro, pero en una pequeña ventana, de no más de sesenta centímetros de diámetro que deja la maleza de acacia, he visto perfectamente el lomo y el fin de la melena del león. Mando poner el trípode rápidamente.
–¡Pepe, apunta a ese hueco entre las ramas!
–¿Qué hueco? ¡No veo nada! ¿Cómo voy a tirar…?
–¡Confía en mí! ¡Mete ese hueco en el visor! –Le señalo el lugar, coloca el rifle y cuando mira por el visor, Pepe ve exactamente lo que le indico
–¿Tiro? –Me pregunta.
Suena el disparo y el león ruge de manera escalofriante, pero no carga… Al estar un poco girado el tiro le ha alcanzado la columna y no puede hacerlo, ¡a Dios gracias! Pero está preparando un cisco del demonio a base de zarpazos y mordiscos detrás de la maleza. Rodeamos con rapidez su posición para rematarle. Tras el segundo disparo todo termina. Cuando nos acercamos nos impresiona comprobar que antes de morir ha partido con los dientes una rama del tamaño de un vaso de tubo.
Le siguen los correspondientes abrazos y exclamaciones. Temblamos todos un poco por la borrachera de adrenalina que tenemos en sangre. Mientras nos hacemos fotos, Charles nos hace una interesante observación:
–¿Sabe, Mr. Pepe? Cuando se mata al macho dominante de la manada de leones en las áreas abiertas, se están matando realmente otros ocho o diez leones (quizá dos generaciones de cachorros), pues el siguiente macho dominante que llegue a la manada de hembras, lo primero que hará será matar a todas las crías e individuos jóvenes del linaje anterior. Esto es un drama en las poblaciones de leones salvajes, que cada vez son más escasas. En cambio, en las fincas cerradas de Sudáfrica donde se realiza gestión cinegética, el cazador abate el ejemplar deseado sin generar ningún problema de conservación a la especie…
De vuelta en el campamento nos enteramos que Iñigo y Antonio han abatido otro gran león, aunque su cacería ha sido menos accidentada que la nuestra. El día termina con una velada llena de camaradería y bromas regadas con gin-tonic.
La caza de leones en Sudáfrica es una actividad muy recomendable que permite la combinación con otros antílopes o big game. Normalmente, se organizan paquetes que incluyen dos días de caza, tres de alojamiento y transportes desde el aeropuerto de Johannesburgo, ampliables en cinco o siete días más si se quiere disfrutar de un safari clásico de antílopes.
A tenor de la tendencia de ‘prohibir para conservar’ que están adoptando muchos países africanos, política totalmente desacertada bajo mi punto vista, desde aquí animamos a todos los cazadores cuya economía se lo permita, a que se decidan a cuanto antes a abatir su gran león sudafricano, pues no sabemos hasta cuándo será posible su caza e importación…
Y, si no, tiempo al tiempo. CyS
Por Pedro Pablo Alejandre / Ingeniero de Montes
Caycam (Caza y Cazadores)