El aire ardiente nos secaba la piel de la cara mientras contemplábamos el frente de llamas avanzando por la ladera que teníamos delante. El crepitar del incendio se asemejaba al tropel que produce en su huida un grupo numeroso de animales pesados y, a ratos, las lenguas de fuego, superaban los cuatro metros de altura cuando eran empujadas y alimentadas por el viento. Decenas de pájaros similares a los vencejos, carracas, abejarucos y pequeños halcones volaban en círculos alrededor de las columnas de humo, acosando sin piedad a los innumerables insectos y animalillos que huían despavoridos del infierno.
El fuego es vida
Estábamos quemando unos herbazales muy espesos, de una altura superior a los dos metros y medio, salpicados de árboles dispersos, que se extendían varios cientos de hectáreas sobre una zona tremendamente querenciosa para el eland de Derby y el búfalo.
Dada la espesura existente, resultaba imposible cazar en esa zona, y debíamos dejarla preparada para los siguientes cazadores que vinieran cuando nosotros, el primer grupo de la temporada (enero), acabásemos nuestro safari. Nosotros teníamos amplios cazaderos que habían sido preparados el mes anterior.
El paisaje resultante después del fuego, sería una superficie teselar de áreas quemadas con ‘isletas’ de pasto y arbolillos que escaparían a las llamas. A los tres o cuatro días después del incendio, comenzaría a brotar una hierba nueva, tierna y muy nutritiva, que los animales necesitarían para alimentarse durante la época seca que aún se prolongaría varios meses más.
Por añadidura, los arbolillos bajos rebrotarían con profusión con unas hojas cargadas de alcaloides y otros productos indigestos, que es justo el alimento que prefiere el eland de Derby. En un par de semanas, la zona afectada por el incendio sería un verdadero hervidero de vida, lo que demuestra que el fuego es un factor ecológico más en África.
Habíamos estado toda la mañana detrás de un grupo de elands con el que habíamos tenido contacto visual. El problema había sido que la segunda vez que los vimos durante el pisteo, ellos también nos vieron a nosotros, y literalmente pusieron tierra por medio. Era mediodía y después del cuarto día de caminar durante más de diez horas al día detrás de ellos, no parecía demasiado buena idea gastar nuestras limitadas energías en una persecución con muy pocas probabilidades de tener éxito. Estábamos hambrientos, sedientos y cubiertos de una especie de costra fabricada a base de sudor seco, polvo y ceniza. Es por ello que decidimos parar a comer y descansar un rato. Para este tipo de cacería no conviene cargarse el estómago mucho a mitad del día. El lunch fue una comida muy ligera consistente en huevos cocidos, sardinas en lata, queso, fiambre de cerdo, tomate con sal y pan. Y agua… es muy importante hidratarse bien a lo largo de la jornada.
Caminar un buen trecho
Tras dar buena cuenta del frugal almuerzo y saciar nuestra sed, nos dirigimos a la zona que íbamos a quemar. Posteriormente, intentaríamos cortar alguna manada de búfalos o roans cuando empezaran a moverse una o dos horas antes del atardecer. Ya habíamos cazado varios animales los días anteriores (un buen bubale, un cob de Buffon y un duiker rojo), pero los ‘grandes’ se nos estaban resistiendo un poco aún.
–Sinceramente, Pedro, si mañana no nos hacemos con los elands en las primeras tres o cuatro horas de marcha, no creo que sea capaz de seguir mucho más la manada –dijo Gregorio–. Tengo los pies con dos ampollas que me están machacando, y las rodillas… Si no puedo seguir, es mejor que continúe mi hijo, Simón, y lo tire él…
–No me digas que no te avisé, Greg. Aquí hay que venir con un mínimo de entrenamiento –le respondí–. No se trata de prepararse para hacer un ironman, pero caminar a buen paso unos kilómetros al día un par de meses antes de venir ayuda bastante… En fin, no sirve de nada darle vueltas ahora, mañana será otro día. Lo importante es tomar una buena cena esta noche, descansar bien y ya verás como mañana te sientes más positivo…
En nuestro camino de regreso no vimos búfalos ni roans, pero, en un pequeño valle que se divisaba desde un recodo del camino, encontramos un fantástico cob Defassa que abatimos en un bonito lance de aproximación a rececho. ¡Buena forma de terminar la jornada!
El día siguiente amaneció con una especie de neblina, que realmente son nubes de polvo en suspensión que el Sáhara envía hacia el sur durante los primeros meses del año, y que nos acompañaría durante varios días más. Hacía mucho fresco (unos 6 ºC) y, tras un desayuno de café, tostadas, zumo y huevos, nos pusimos en marcha. Encontramos huellas frescas de eland muy pronto, apenas llevábamos cuarenta minutos desde que salimos del campamento. Era una manada distinta de la del día anterior, y había varios machos que prometían, así que empezamos a seguir la pista. El grupo lo conformábamos Gregorio, su hijo Simón, Patricio (nuestro cazador profesional), dos pisteros, un porteador y yo.
Resulta increíble la pericia, más bien el talento diría yo, que tienen los pisteros de esta zona para detectar las huellas o, en su defecto, cualquier indicio que delata el paso de los animales por el terreno, bien sea éste de arena, piedra, barro duro o incluso a través del herbazal.
El ‘catador’ de venenos
La caza del eland de Derby es una carrera de fondo. La partida de caza debe avanzar a buen ritmo siguiendo la pista hasta tener contacto visual con los animales. Unas veces nos topamos con ellos mientras giran hacia nosotros en sus ‘eses’. Ésta es la circunstancia más desfavorable, ya que nos suelen ver antes que nosotros les veamos a ellos y emprenden una huida que nos obliga a un sobresfuerzo para volver a darles alcance. En otras ocasiones, se contacta con la manada por su parte trasera según avanzan, que es la situación ideal. En este momento la cacería adquiere un ritmo trepidante en el que, a menudo, hay que correr y dar acelerones para alcanzar distancia de tiro y una posición donde se vea claramente al gran macho que deseamos abatir entre el grupo de hembras y crías. Tener la capacidad de acelerar mucho el paso, o incluso ‘esprintar’, después de llevar horas caminando, es generalmente crucial para tener éxito en la cacería, lo que pone de manifiesto la importancia de una buena condición física.
Con todas esas ideas en mi cabeza caminaba delante de mi amigo Gregorio, cuatro horas después de haber comenzado el pisteo. La temperatura rondaba ya los 28 ºC y transpirábamos intensamente. Avanzábamos más despacio de lo deseable y hacíamos un ruido terrible al pisar, a causa de que el terreno estaba lleno de hojas secas, cuando un grupo de pájaros, de los que en Sudáfrica llamamos go away, comenzó a seguirnos volando de árbol en árbol y montándonos un escándalo’monumental. Entonces, los pisteros, que iban equipados con unos tirachinas absolutamente artesanales, mostraron su pericia con tales artilugios y, a base de lanzar contra los pájaros pequeñas piedras, lograron devolver la calma a nuestro grupo en su avance.
Este acontecimiento que podría pasar por una mera anécdota, resultó a la postre ser de vital importancia, ya que nada más trasponer la siguiente loma, visualizamos la inconfundible nubecilla de polvo que deja la manada de elands en su avance. Sin lugar a dudas, de seguir con la serenata de los go away, habríamos puesto sobre aviso a los elands.
Fue entonces cuando empezamos con ‘las prisas’ y las carreras, y unos 500 metros más adelante tuvimos el primer chance real de ver un gran macho. Este imponente animal es soberbio en su fisionomía, de gran talla, aunque ágil, escurridizo y realmente hermoso, con esas delgadas líneas blancas que surcan su lomo, con su cuello negro y su espectacular cornamenta. Nos dio apenas dos segundos apartado de la manada, que no dieron de sí lo suficiente para colocar el trípode, seleccionar el blanco, apuntar y tirar. Apenas dos segundos en los que a Gregorio se le secó la boca de repente, en los que su pulso se aceleró hasta duplicar su frecuencia cardíaca, dos segundos en los que se dio cuenta, realmente, del extraordinario valor que supone conseguir un gran eland de Derby. Pero no fueron suficientes.
¡Corre, Forest…!
Cuando la manada traspuso de nuevo, volvimos a correr, y esta vez no hubo una visión clara del animal. Aceleramos nuevamente y otra vez el gran macho volvió a darnos otra oportunidad. Gregorio se apoyó en el trípode resollando y apuntó hacia un pequeño claro, a unos 150 metros, por el que uno tras otro deberían pasar todos los integrantes de la manada…
–Ése no… Ése tampoco… tampoco… –le indicaba yo a su lado mientras miraba con mis prismáticos.
–¡Ése!, ¡ése! –Pero no se escuchó nada… y el macho se volvió a tapar. Me quité los prismáticos y le dije:
–¿Qué ha pasado? ¿Por qué no le has tirado?
–El seguro, que estaba puesto cuando apreté el gatillo, y cuando he querido tirar, ya no se le veía –dijo Gregorio con la respiración entrecortada.
–Escúchame, Pedro, estoy reventado, de verdad que casi prefiero no haberle tirado porque así es fácil que lo falle. La cruceta se movía mucho. Quiero que me dejes aquí con uno de los pisteros y agua y vosotros seguís con Simón. De verdad que me encantaría que él lo cazase, es un bicho precioso, y quiero que él lo tire.
Simón, que quiere y admira a su padre con toda su alma, se resistía a acatar los deseos de Gregorio, aunque el brillo en sus ojos, ese brillo de ilusión que un chaval de dieciséis años no puede ocultar todavía, delataba que, por otro lado, se moría de ganas por aceptar el regalo que su padre le estaba dando. Tras la insistencia de Gregorio, Simón dijo:
–¡Te voy a traer ese Lord Derby, papá, –y cogiendo el Mannlicher .375 H&H de manos de su padre, emprendimos una carrera vertiginosa tras la manada.
Veinte minutos a lo ‘último mohicano’ nos costó dar con la manada de nuevo. Y el macho que sólo se deja ver otros cuatro o cinco segundos y dándonos el culo.
–¡Shoot! –gritaba Patricio– ¡shoot!
A lo que Simón respondió:
–¡No se ha atravesado!
–¡Tírale, coño, tírale! –pero el animal se volvió a tapar de nuevo–. Vamos a ver Simón, la próxima vez que nos dé una oportunidad, le tiras donde sea, al culo, al jamón o a la paleta. El eland es un gigante con los pies de barro… Aunque parece muy fuerte, te aseguro que es un animal muy débil cuando se le hiere. ¡Tú métele una bala en el cuerpo, que te garantizo que lo cobramos¡ ¿Ok? Aquí no se hacen prisioneros, tú ves lo que cuesta llegar hasta ellos…
–Comprendido, Pedro.
Un traguito de agua rápido. Otra vez a empezar. Otra carrera. Los pies ardiendo. La boca seca casi al momento por el polvo y la ceniza que desprendemos al caminar. El pistero como un pointer. Han traspuesto de nuevo…
–¡Corre, Forest!
Hago la gracia para que la sonrisa nos dé fuerza para una última carrera. Y ahora se muestra el gran eland bien clarito entre dos árboles, caminando muy despacio, alerta, mirando, delante del grupo. Y antes de que pueda decir siquiera que ésta es la definitiva, que le sacudas, Simón, por tus muertos, que aquí nos hemos quedado si no rematas ahora la faena… Antes siquiera de que me eche los prismáticos a la cara, el gigante ya tiene metidos detrás de la paleta los 270 grains bien blanditos. El animal se desploma a los diez metros del tiro y apenas tarda en morir.
Simón, tú no sabes lo que acabas de hacer… Eres posiblemente la persona más joven que haya cazado un eland de Derby en Camerún. Apenas eres un mocoso de 16 años. Con el tiempo te darás cuenta de lo que ha sucedido el día de hoy…
Resulta casi imposible describir la mezcla de emociones encontradas, las lágrimas de alegría y de pena por no compartir ese momento con papá, por culminar un lance increíble cuando uno está realmente al límite de sus fuerzas, cuando ya crees que no lo vas a conseguir. Y vaya si lo has conseguido Simón, nada menos que tiene 124 cm de largo un cuerno y 125 el otro, y unas roscas de cuidado, una simetría casi perfecta, es una auténtica preciosidad de trofeo, en una palabra.
El espíritu de la noche
Mandamos al pistero a por Gregorio y a por el 4×4, que sabe Dios (y el pistero), dónde queda cada uno. Tras las preceptivas fotos, cubrimos al animal con hojas y ramas para que el sol no estropee la piel, y esperamos casi tres horas a que llegara la comitiva. El abrazo del padre y el hijo, ambos con lágrimas en los ojos, resultó conmovedor. Cargamos el animal en el vehículo con un considerable esfuerzo y nos dirigimos al campamento, donde hicimos una ceremonia de llegada espectacular, que incluyen salvas al aire y canciones africanas. Hemos abatido al ‘señor eland de Derby’, un animal temido y respetado por la población indígena.
Esa noche, mientras cenábamos, tuvimos una charla muy animada, ya que estábamos todos exultantes. Pero fue Patricio quien derivó la conversación hacia aspectos más místicos:
–¿Sabes, Simón? El eland de Derby es un animal muy especial. Yo soy de la opinión de que tiene un valor a la misma altura que los cinco grandes, si es que no tiene incluso más categoría.
–Ya habéis visto todos lo que cuesta hacerse con uno –tercié yo–, no es una cuestión de posibilidad económica, también es de condiciones físicas y mentales del cazador.
–Es más que eso, Pedro –continuó Patricio–. El eland tiene un componente, digámoslo así, mágico o espiritual muy importante. ¿Sabías que los habitantes locales no los cazan para comer? No lo quieren manipular y mucho menos sacarle la piel. Cuando no les queda más remedio es porque hay que preparar el trofeo para el cazador, lo hacen con extremo cuidado y aprensión. Le llaman «el espíritu de la noche» y para ellos tiene una fuerte conexión con el más allá. Yo particularmente, he tenido varias experiencias a través de las cuales he comprobado que realmente hay mucho de verdad en esas creencias. ¿Recuerdas, Simón, que te llamé la atención sobre los círculos de piedra que había al lado del lugar donde mataste el eland?
–Sí, me acuerdo perfectamente. Eran como las piedras que se ponen alrededor de un fuego, sólo que estaban casi enterradas –respondió Simón.
–Exactamente. En realidad, eran tumbas antiguas… Las gentes de aquí dicen que los elands se comunican con los muertos. Sé que parece una estupidez, pero en varias ocasiones hemos cazado los elands cerca de antiguos cementerios de pobladores indígenas. Yo mismo, antes de cada temporada, visito al chamán del poblado para que me dé sus ‘bendiciones’ y me fabrique un amuleto que debo llevar conmigo cada vez que salgo a cazar el eland. Podrá parecer una superstición pueril, pero hasta ahora nunca me ha fallado…
Patricio siguió contándonos anécdotas en la sobremesa de la cena de aquel día de celebración, y todos absorbimos hipnotizados los relatos disfrutando de la magia que tienen las veladas africanas, con los sonidos de la fauna salvaje, los olores y las sensaciones que produce la tierra que vio nacer a nuestros antepasados.
El resto de los días del safari transcurrieron con entretenidas jornadas de caza tras los búfalos de sabana, los roan y otros antílopes. Cumplimos con los cupos que traíamos en nuestras licencias y aún nos sobró tiempo. Particularmente emocionantes fueron las cacerías de búfalos, que aquí pueden ser más peligrosos que las de los búfalos de El Cabo, pero eso pertenece a otra historia que merece ser narrada detalladamente en otro momento.
Sensación espiritual
El último día de safari, Gregorio, Simón y yo disfrutábamos al atardecer de una cerveza bien fría, sentados en un banco de madera que hay al final de campamento de caza, situado sobre una terraza del río que separa nuestra concesión de un parque nacional, con vistas a una ladera con árboles dispersos, ya dentro del parque. Charlábamos sobre las experiencias acumuladas en el safari, mientras contemplábamos un gran grupo de hipopótamos que descansaba en el agua, completamente indiferente a nuestra presencia, y a la de las dos docenas largas de cocodrilos que se repartían, inmóviles, por los bancales de arena de ambas orillas.
Gregorio se lamentaba de las malogradas oportunidades que tuvo de abatir el eland de Derby y de lo contento que estaba de que su hijo lo hubiera abatido en su lugar. Incluso fue más allá cuando dijo:
–Pedro, he pensado estos días en todo lo que nos dijo Patricio sobre los elands, los espíritus y esas películas, y ¿sabes…?, me he llegado a preguntar si a lo mejor el animal fue quien decidió que no era yo el que debía cazarlo, que no me lo merecía…
No había acabado de pronunciar esta última frase, cuando Simón nos hizo un gesto brusco para que mirásemos en la ladera de enfrente. Yo no podía dar crédito a lo que estaba viendo: un precioso macho de eland, igual o más grande que el que tiró Simón, cruzaba en solitario por la ladera de enfrente. A escasos cien metros, se detuvo por unos segundos, miró en nuestra dirección y reanudó su marcha desapareciendo igual de furtivamente a como había aparecido. El ruido del impacto contra el suelo de la botella de cerveza que tenía Gregorio en la mano nos sacó del trance en que nos había sumido la sorpresa, la estupefacción y la posterior emoción en que nos habíamos sumido los tres. Todos teníamos el vello de la nuca erizado. Fue, finalmente, Gregorio el que habló:
–Definitivamente, este condenado animal tiene algo especial y único. ¡Es apasionante!
Por Pedro Pablo Alejandre / CAYCAM (Caza y Cazadores)