Anécdota. El interior del aeropuerto de Munich, cuando nos dirigíamos a un restaurante, nos llama Arturo de Onís, el orgánico de caza, desde una mesa del mismo restaurante. Abrazos y risas.
Acompañaba a un cliente de Zaragoza que iba a encontrarse con su padre y su hermano. Viajamos hasta Johannesbourg con ellos. Allí nos despedimos. Ellos a Mozambique, nosotros a Zimbabwe, a Victoria Falls. Excelente rollo.
Al llegar a Victoria Falls, nos sorprende una noticia desagradable. El professional hunter (PH) que nos tenía que recibir y que por supuesto habíamos contratado, Stephen, un afamado cazador de elefantes, ha sufrido unos días antes una lesión en la rodilla –resultó ser una rotura del ligamento cruzado anterior– y no nos puede acompañar. Nos envía un joven socio local, llamado Álex. Esto causó inquietud y desazón en el grupo. Se cuestionó continuar el safari o volver a casa. Finalmente, decidimos seguir. Montamos en el coche y nos fuimos al campamento.
Desmontamos los equipajes y nos llevan a probar los rifles. Todo en orden. No hay que tocar ninguna mira. Luego nos vamos a dar la consabida vuelta para ponernos los dientes largos… Vemos cinco elefantes, facos, kudus y waterbucks. Cenamos opíparamente y a dormir.
Lengua de corcho
Desayuno británico y al coche. Vamos en busca de un game scott que se halla en su casa a unos cuatro o cinco kilómetros. Viajamos, en la pick up Land Cruiser, dos cazadores, dos PH, dos pisteros, un game scott (con su kalasnikof del tiempo de la guerra de los boers) y dos empleados del gobierno, con uniforme oficial, del grupo de defensa de los animales, para evitar el furtiveo (sin armas). Total, nueve almas.
Son las 07:00 horas y empezamos el campeo. Hemos encontrado huellas recientes de más de doscientos búfalos. Las abandonamos. Vemos huellas de elefantes y poco a poco vamos viendo una serie de animales: waterbucks, facos, impalas y toda suerte de babuinos y micos. Hemos visto un rebaño de sables con un espléndido ‘director general’ al frente. En aquel momento viajábamos por la linde del parque nacional, y los animales estaban en el recinto restringido, fuera de nuestra área de caza.
En un recodo del camino, topamos con unos leones que se están zampando… (véase artículo de esta revista CyS nº 372. Año XXXIII. pág. 32-33).
Seguimos rodando por los caminos, y en una de las vueltas, nos llevan a un fly camp que la organización tiene en construcción en un altiplano. Los cazadores no llegamos a bajar del coche. Los PH echaron un vistazo con los prismáticos y, a toda prisa, nos avisan que han visto a más de trescientos elefantes en la lejanía.
Rápidamente partimos en aquella dirección. Pasamos junto a un gran charco y nos adentramos en una zona bastante boscosa. Dejamos allí el vehículo y fuimos en la dirección de los elefantes que se veían a lo lejos… Calculando machaconamente la dirección del viento, hicimos un acercamiento por el lado izquierdo del trazado hacia donde se dirigía la manada. Cada vez más cerca. Cada vez más cerca… hasta que casi se tocaban.
Resultó tratarse de una grandísima manada de elefantes que se desplazaban a paso relajado. De vez en cuando se paraban para guarecerse del sol, allá donde había grupos de árboles. En medio, grandes áreas desoladas…
Y nosotros, tan cerca de los animales, que cuando uno o varios giraban en nuestra dirección, teníamos que echar marcha atrás a toda prisa. O cambiar de lugar. Esto lo hicimos unas doscientas veces, pues estuvimos ¡más de cinco horas! en esta larguísima entrada.
Vimos un bull viejo, espléndido, con unos colmillos ¡de más de treinta libras! (espléndido para aquella área. E irreal), y a por él fuimos. A ratos aparecía un elefante pequeño que se cruzaba y nos miraba con curiosidad. Nosotros quietos, plantando estatuas. Aproximaciones y retiradas se sucedieron por decenas de veces dentro de estas cinco horas de acercamiento. Los elefantes van muy despacio. Se paran. Unos van y otros vienen. Nuestro bull se nos va. Nos movemos y lo reencontramos. Se mueve. Se sienta. Pasan las horas muy lentas. El peligro máximo. Uno solo que nos pille, hace barraca de toda la panda.
Poco a poco nos vamos acercando al bull. El grupo, dos cazadores, dos profesionales, dos guardas, dos pisteros y el delegado del gobierno con su kalasnikof. Nos ponemos a cien metros. Luego, a ochenta. Tenemos a treinta metros por delante y a la izquierda un grupo de seis hembras con tres pequeños. Uno de ellos, recién nacido. Y a la derecha, a cincuenta metros, otro grupo de siete u ocho ejemplares adultos, entre machos y hembras. Más a la derecha un par de ‘pelotas’ más de elefantes.
Al frente y a la derecha está el bull, acompañado de una veintena de mamotretos. A lo lejos, decenas y decenas. De pronto, a 150 metros se produce bruscamente una ‘corrida’ de un grupo grande que va de derecha a izquierda… No parece haber razón que lo haya motivado. Se paran. Poco a poco parece que se van inquietando. Estamos a veinte metros del bull. Una hembra le tapa el flanco lateral derecho. Llevamos una hora y media rodeados de elefantes en esta última postura y con el trípode plantado. La tensión, sobre todo de la gente de color, es máxima. Hace calor. La lengua es un pedazo de corcho.
¿Qué pasa por sus cabezas?
El bull parece que se mueve. ¡Se mueve! El cazador busca el corazón. Si dispara, ¿los elefantes se irán en una sola dirección…? ¿Habrá una estampida o carga cada uno por su lado? Si se cruzan, la hemos jodido.
¡Patam…! Se oye el estruendo del .416 Blaser R93, que ha dictado sentencia. El grueso de los elefantes huye en la dirección opuesta de donde estamos nosotros. El bull hace señales de que tiene el impacto en el corazón, se agacha hacia el costado izquierdo y baja la cabeza. Se rehace un poco e intenta seguir con la manada. El cazador repite disparo a la columna, mientras los profesionales vigilan a los elefantes que tenemos a ambos lados. Nuestra víctima va a medio gas. Los profesionales finalmente se olvidan de las manadas colindantes y le descargan sus dobles-rifles. Nos lanzamos a correr detrás del elefante que, a doscientos metros, cae redondo.
Un espectáculo dantesco ocurre mientras rematamos al paquidermo. Más de 200 elefantes, colocados a menos de 300 metros de nosotros, están en fila, los cuerpos contra los cuerpos y las caras y trompas frente a nosotros. ¿Cargarán? Nosotros hacemos todo el ruido que podemos, disparando los rifles. Los elefantes no se mueven. ¿Qué quieren? ¿Vendrán a por nosotros? Hacemos las fotos con el ojo puesto en la macromanada. Finalmente, ya son la 13:30 horas y decidimos irnos al campamento.
La manada sigue allí, ya más desperdigada, pero allí. ¿Es por aquello de elaborar el duelo? ¿Quieren venganza? Quién lo sabe… El lugar resulta más que inseguro. Sin duda, el comportamiento está consensuado por la manada. Y sabemos lo difícil que es poner de acuerdo a trescientos individuos para tomar una misma decisión… Su cerebro no será capaz de hacer funcionar un computador, pero, por lo que parece, es más que capaz de unir voluntades para tener el mismo comportamiento.
Vamos al campamento, tomamos un refrigerio y nos tomamos la tarde libre.
Hace calor. Hacemos la siesta sudando… A las 19:30 escribo todo el relato en mi cuaderno de campo. Se acabó el hielo. Han ido a por más. Cuando llegue, Gin & Tonic y a dormir. Mañana más guerra.
Hemos realizado el 25% del objetivo. A todo esto, los pisteros, que ya han vuelto, han cogido carne para el campamento y para sus familias. Siguiendo el planteamiento previo, han ido de poblado en poblado avisando donde está el elefante caído, para que, con sus cuchillos y bolsas, vayan a coger su parte del festín. Empieza la fiesta y la algarabía en todos los poblados vecinos.
Cuentan los pisteros que recogieron carne, que durante todo el tiempo que estuvieron junto al paquidermo caído, tuvieron la compañía de varios elefantes. A última hora se les acercó una manada de leones. Les rugieron y tuvieron que salir corriendo…
Mañana puede ser que sea igual. Imposible que sea mejor…
Ya con las sábanas de por medio, empiezan las dudas. Es fantástico el espectáculo en el que hemos estado inmersos. ¿Hemos corrido peligro? Seguro que sí. No mucho, muchísimo. ¿Es una salvajada lo que hemos hecho? ¿No habremos hecho un remake de la peli Cazador blanco, corazón negro? ¿Qué derecho tenemos a que la gente de color esté sometida a un riesgo tan elevado? ¿Nos gustó? A mí, sí. ¿A todos…? ¿Puede haber más peligro? Días después se demostró que sí. Que puede haberlo y, de hecho, lo hay. Seguiremos contando… CyS
Por Josep Giné i Gomà