Cuando me surgió la oportunidad de viajar a África, mi mente retrocedió a aquellos años de mi niñez en la que recortes de grandes leones, gacelas, elefantes y paisajes de acacias e inmensos baobabs, decoraban las pastas de mis carpetas escolares. Sentí ese sabor dulce que dejan los recuerdos y los sueños de la infancia. No era para menos: estaba a punto de cumplir uno de mis grandes sueños.
Como con toda nueva experiencia, una está ilusionada y emocionada, pero, también, preocupada ante lo desconocido. África es África y sus peligros. Pero, al menos, me tranquilizaba saber que iba una zona totalmente exenta de malaria. ¡Un mal menos!
Después de un largo viaje, absorta entre pensamientos y temores sobre lo que iba a encontrarme, recordando una y otra vez los miles de consejos que algunos amigos me habían dado semanas antes, el vuelo de Qatar Airways QR 1363 aterrizaba en Johannesburgo.
La mayor parte de los turistas acababan su viaje allí. Sólo algunos viajeros en busca de algo más sorprendente y desconocido continuábamos el recorrido. Nuestro destino: Mebenca in Afrika. A unas tres horas y media más en coche, aunque se tiene la posibilidad de hacer el recorrido en cincuenta minutos contratando una avioneta, que debe ser un viaje espectacular, pero para mí ya habían sido demasiados vuelos.
El África real
Me parecía increíble estar allí. Lo comentaba con el chófer del rancho que vino a recogernos al aeropuerto. Según nos íbamos adentrando en las zonas más rurales, no podía dejar de observar todo a través de la ventanilla: los primeros babuinos y facocheros cruzaban la carretera; personas que regresaban a pie de trabajar en el campo desde muchos kilómetros; mujeres que portaban en su cabeza grandes bultos pesados y otras que iban a buscar agua, también a largas distancias; campos de cultivos, aglomeraciones, mercadillos artesanos… todas esas imágenes que constantemente se muestran en los reportajes de televisión eran reales, ¡estaban allí, ante mis ojos abiertos como platos!
A la llegada al campamento, nos esperaba Pedro Benítez, director gerente de la empresa de safaris.
Y allí me encontraba, cazando nada más llegar, incapaz de resistir a mis instintos y a la emoción y las ganas de hacerlo. Caminando por tierra salvaje. Atravesando paisajes de tierra roja y arenosa donde sólo puedes refugiarte a la sombra de alguna acacia o de los inmensos troncos de los sagrados baobab, por llanuras infinitas hasta el horizonte, siguiendo los pasos de un tracker y de un cazador profesional.
Con los sentidos más despiertos que nunca, pese no a no haber pegado ojo en un par de días.
¡‘Novia’ en África!
Mi primera cacería fue un rececho a la huella de blesbuck común.
Como coloquialmente se suele decir, estos animales saben latín. Necesitamos varios intentos hasta conseguir una perfecta aproximación, a la que siguió un pulcro disparo. ¡Ya era ‘novia’ en África!
Para cenar, una lasaña de carne de kudu, toda una novedad para mí, que hizo las delicias de los comensales.
El personal del lodge era excelente, de ese tipo de personas que muestra hospitalidad y cariño en el trato. Y que entiendan y farfullen nuestro idioma es un aliciente importante.
Pedro, su director, es una persona peculiar y un gran anfitrión. Por las noches nos quedábamos, junto al resto de huéspedes, de sobremesa junto al fuego, el fuego de campamento. Nos contaba sus apasionantes historias de alguien que ha vivido gran parte de su vida en África. Se respiraba un ambiente realmente familiar.
Antes del amanecer, ya estábamos listos para otra experiencia. Esta vez, bajo el frío matinal del suave invierno africano, tocaba safari en 4×4. Así es más fácil y rápido localizar algunos animales, pero no por ello menos emocionante. Los lances a un macho de impala de cara negra y a un impala común nos llenaron de dicha aquella mañana, en la que se sucedieron más fallos que aciertos.
Miedo y adrenalina
La verdad que fueron muchos los lances que transcurrieron en esos días, pero me gustaría compartir uno en especial que sucedió tras un ñu azul, y como un disparo, que parecía fácil, pudo convertirse en una gran aventura.
Estaba atardeciendo cuando encontramos una manada de ñus azules ocultos entre el bush. Tras una sigilosa aproximación junto a Hein, el profesional, conseguimos poner a tiro un ñu que reunía las condiciones necesarias para abatirlo, pero en la caza nunca hay nada cien por cien seguro, y el animal quedó herido, huyendo, junto a la manada, en una estrepitosa carrera hacia el interior de la maleza.
Tras los pasos de Yan, el magnífico tracker que rápido dio con la pequeña y efímera gota de sangre que había dejado el animal, el grupo entero emprendimos su rastreo.
Justo en el ocaso del día vislumbramos la silueta de nuestro ñu, pero aún no estaba a tiro y, para nuestra sorpresa, no estaba solo. Dos chacales le rodeaban e intentaban mordisquear sus cuartos traseros, pero el animal aún estaba bastante entero y se movía ágilmente buscando la protección de su manada. La noche se nos echó rápidamente encima.
Nuestro pistero no perdía el rastro ni en la oscuridad, ayudado únicamente por la luz de la luna llena y la tenue luz de un Motorola prehistórico, continuaba cortando los rastros que la manada iba dejando y diferenciando el que dejaba nuestra pieza.
Con la emoción me olvidé por completo de serpientes, escorpiones y demás peligros que podía haber bajo mis pasos. Me olvidé de que era la noche de África… y en África, la noche, es territorio animal.
Sólo el rugido tremendo de un leopardo, a unos doscientos metros de donde nos encontrábamos, me hicieron volver a recordar el peligro del lugar en el que me encontraba, palidecer y… empezar a temblar.
Sentí envidia de la entereza y la normalidad con la que profesional y tracker escucharon los rugidos y continuaron, como si nada, buscando el ñu durante un largo rato más. Aunque no hubo suerte. Muy a nuestro pesar el animal pasó la noche herido.
A la mañana siguiente entendí, mejor que nunca, qué es cazar a la huella. Como si el tracker fuese un superhéroe de visión especial para ver la sangre, llegó al lugar exacto por donde hacía escasos minutos había pasado nuestro ñu herido. Encontró otra minúscula gotita de sangre y más adelante sus huellas: las marcas en la arena indicaban que arrastraba una de sus patas. Pocos minutos después lo encontramos, de pie, solo, pues su tardanza al caminar hizo que se fuese quedando rezagado de la manada. Esta vez mi compañero sí pudo culminar satisfactoriamente su lance.
El tiro lo tenía alto, de codillo, pero la dureza de estos animales es realmente extrema.
A partir de aquella noche, la adrenalina se apoderó de mi cuerpo y comencé a salir a cazar todas las noches, teniendo la oportunidad de ver chacales, un caracal, las huellas de un serval y una civeta, a la que incluso pisteamos y encontramos a unos metros del árbol en el que se encontraba.
He de reconocer que la última tarde de cacería abandoné a mis compañeros y cambié una sublime tirada de tórtolas y gallinas de Guinea, por hacer una espera.
El gran faco sería mi despedida del continente africano.
Mebenca in Afrika
Mebenca in Afrika es un rancho de 9.990 hectáreas de sabana africana y bush, propiedad de una compañía española. Está situado en el valle del Limpopo, muy cerca de la frontera con Botsuana.
En un marco natural incomparable, se levantan diversas construcciones de imitación a cabañas africanas, con techos de paja, totalmente integradas en la naturaleza, que responden a las necesidades de los más exquisitos clientes. Es como estar en un hotel de cinco estrellas, pero la experiencia siempre es más auténtica en un lodge. Dispone de una bonita lapa y varias suites y habitaciones dobles decoradas al más puro estilo y encanto africano, con todo tipo de comodidades, pero, como indicamos, en perfecta sintonía con el ambiente. Sientes que estás en pleno corazón de África.
Además de su importante actividad cinegética, el rancho Mebenca se distingue por constituir por sí mismo un magnífico paraje natural, completamente llano, exuberante de naturaleza y con una gran densidad y calidad de animales debido a su excelente gestión. Un total de 36 especies diferentes se mueven libremente por este rancho.
Tanto en Mebenca como en sus concesiones, ranchos privados que se encuentran a pocos kilómetros del campamento, y que forman un total de 150.000 hectáreas, pueden sorprenderte cebras, jirafas, kudus, oryx, elands, facocheros, blesbuck común y blanco, sables, búfalos, ñu azul y negro, jirafas, cocodrilos, hipos, y un largo etcétera que abarca hasta los Cinco Grandes.
Mebenca in Afrika no sólo satisface las necesidades del turismo cinegético, sino también del turismo fotográfico y cultural, ofreciendo visitas a Johannesburgo, Parque Nacional Kruger, Sun City, Ciudad del Cabo, las cataratas Victoria, Mozambique…
Como gran aficionada a la fotografía y también a la ornitología, he de decir que la finca cuenta con diferentes hides estratégicamente colocados, que pusieron a tiro algunas oportunidades únicas para mi objetivo, por lo que queda ¡absolutamente recomendado! CyS
Por Vanessa Barba. Fotografías: autora y Fotolia