Muchos hablan del noviazgo montero. Algunos participan, lo critican, dan su opinión, pero pocos conocen el origen de esta ceremonia que, como todo, se puede hacer bien, mal o regular.
En el libro de la caza de Alfonso XI ya se habla del noviazgo montero, allá por el 1300 y pico. Pero ahora, para rellenar la estrofa mensual, algunos intentan sentar cátedra de lo que no tienen conocimiento. Ir de montería no es montear, como ir al fútbol no es jugar. Pero en ambos casos el espectador se cree con derecho a dar su opinión, aunque no esté fundada para arremeter contra todo aquello que no le gusta, sin saber las entretelas del espectáculo que allí disfruta.
Lo primero que debemos hacer es hablar de la montería, actividad colectiva. La primera reunión empresarial llevada a cabo por el ser humano en los anales de la historia fue para marcar un plan de caza. Alrededor del fuego, un grupo de hombres marcó la estrategia cortando el aire, jugando con las depresiones del terreno, para llevar a las presas al lugar más ventajoso para los atacantes. Aquella fue la primera junta de monteros.
Montear significa correr el monte, porque eran los monteros los que corrían a caballo o a pie tras la presa a abatir. El tiempo pasa y con ello los monteros ahora esperan en sus posturas y son los perreros los que menean la fronda para desencamar a las reses.
Pero en toda esa evolución hay una figura que no cambia: el novio. Todo ello viene cuando una persona demuestra su suficiencia como cazador de reses y abate su primera res tras una partida de caza. Este acto heroico lleva a que ese joven ya pueda cazar por sí solo y por tanto mantener una familia. De ahí que ya pueda tener novia. Ésa es la razón de que te llamen «novio».
En esa fiesta inicial de su nombramiento, se le marcaba con la sangre del animal cazado y se le hacía probar su carne, símbolo de que lo que se caza se come. Además, se le permitía morder el corazón, al ser el músculo más fácil de extraer y que se creía que al comerlo transmitía la fuerza del animal cazado.
De ahí viene un mundo que, como todo, puede hacerse mal, regular o bien. El noviazgo ha de desarrollarse y celebrarse siempre, porque matar es algo muy grave y no puede perdonarse con dos chorritos de agua a modo de bautizo. Arrebatar la vida de un animal es mucho más grande que eso y no todo el mundo es apto para ser cazador. Como un tartamudo no puede ser presentador de las noticias, un ciego no puede ser piloto comercial o un sordo no puede dirigir la orquesta de su pueblo. Una persona con Parkinson no puede ejercer de cirujano, alguien a quien le da miedo la sangre no podrá entrar en un quirófano de urgencias.
Y no es exclusión, es que no todo el mundo tiene acceso a todo, por la seguridad del resto, aunque luego pretendan quejarse para decir que el mundo está contra su colectivo, y escriban en sus redes sociales o hagan videos denunciando la marginación de los que piensan diferente.
Para poner orden en las monterías está primero la ley y después la costumbre. Y para interpretarlas tenemos al Capitán de la Montería, persona que debe dirigir el transcurso de la cacería, resolver las posibles discusiones sobre la propiedad del trofeo, dirigir el juicio y posterior noviazgo montero, donde debe haber mesura pero tampoco lo convirtamos en el flan sin azúcar que algunos quieren. Que existan vainillas en este mundo no quiere decir que todos tengamos que desnatarnos. Al que le dé asco, repelús o no quiera tocar a un animal después de muerto que no cace, porque disparar es lo más sencillo de todo, pero lo más relevante es tenerle respeto vivo y muerto, y tocarlo, abrazarlo para sacarlo a hombros de un barranco y fundirse con él es una prueba para ver si eres cazador o no. Y punto.
Todo esto me recuerda a una vez que había un congreso y cada participante tenía un micrófono delante. Alguien comenzó a usarlo y a decir lo que le parecía, porque la realidad era que el locutor era una persona conocida y culta pero se estaba tratando un tema que nada tenía que ver con él y con sus acertados criterios en otras lindes, erróneos en la presente. El moderador, visiblemente molesto, le espetó:
–El micrófono está para poder hablar. No para hablar.
Pues eso, que cada uno hable de lo que conoce. No digamos que te han llevado de caza cuando has ido de paseo. Como cuando se lleva a un perro por el parque para que orine sobre tierra y luego vaya enseñando los dientes a sus compañeros de rellano con la superioridad moral de los que se creen de monte como si les hubiera amamantado una cierva.
Disfrutemos del noviazgo montero con su juicio y su condena, con mesura pero sin perder el norte, hagamos el título de montero y que lo luzca el nuevo novio, que un aficionado más tendrá que defender esta noble tradición.
Estamos de caza señores, no de aperitivo. Lo primero es algo muy serio.