Cuando los días comienzan a crecer, las temperaturas a suavizarse y los oscuros ocres del largo invierno tornan hacia suaves verdes que, día a día, ganan en intensidad, se inicia un nuevo periodo cinegético: la caza del corzo.
Por Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org)
Fotografías Alejandro Serrano, Stock F. Images y Redacción
Una etapa diferente que sorprende de nuevo con sensaciones indescriptibles para el cazador, marcadas por la extraña soledad del monte, en el que pretendemos observar, sin ser observados, para intentar disfrutar de un lance de igual a igual, un rececho muchas veces prolongado, incluso durante días, en busca del trofeo soñado, ese gran macho que todo cazador ha imaginado en alguna ocasión.
La caza del corzo es una modalidad ancestral, al rececho, fundamentalmente, que año tras año gana adeptos por la expansión que está mostrando esta especie mágica, de ahí su calificativo: «los duendes del bosque».
Un poco de biología para comprender la especie
El corzo es el más pequeño de los cérvidos en España y también de menor talla que sus hermanos europeos. Presenta dimorfismo sexual, es decir, los machos se diferencian de las hembras, tanto por el tamaño (cerca de 25 kilos en los machos, no mayor de 20 kg en las hembras), como por la presencia de cuernas sólo en los machos, sin olvidar la forma del escudo anal. En los machos este escudo es arriñonado y en las hembras muestra forma de corazón, pudiendo ser utilizado para diferenciar al corzo de otras especies de cérvidos en la distancia.
El corzo renueva su cuerna año tras año, produciéndose el desmogue durante el otoño, para completar la nueva entre febrero y marzo del año siguiente. Según los estudios, corzos con edades de 4 a 5 años muestran cuernas en plenitud, siendo posible encontrar una cierta equivalencia entre la cuerna y la edad en los machos: pequeñas protuberancias a los tres meses, cuerna desarrollada en unos 3-5 cm de longitud a los seis meses, segunda cuerna con dos varas a los doce meses, caída de la segunda cuerna aproximadamente al año y medio (16 a 20 meses) y cuerna con las tres puntas a los dos años.
Nos encontramos ante un habitante de zonas boscosas, pero con la necesidad de contar con parajes abiertos y clareos, así como un aporte constante de agua. Con la expansión de sus poblaciones en los últimos años –debida, principalmente, al abandono del medio rural y a una moderada presión de predación–, también se ha observado una adaptación a entornos agrícolas que cuentan con menor cobertura forestal y arbustiva, al igual que otros países de Europa, donde su presencia es frecuente en hábitats agroesteparios más abiertos: campos de cultivo intercalados con pequeñas manchas de monte. Según los estudios disponibles, el corzo aguanta mejor los rigores del invierno que otros cérvidos, pudiendo aprovechar recursos alimenticios de bajísima calidad en los momentos más duros.
El corzo es polígamo, copulando el macho con varias hembras y defendiendo su territorio frente a otros machos competidores. El celo suele comenzar en julio, lo que conocemos como «la ladra» y se prolonga aproximadamente un mes, período en el que los machos se baten por las mejores hembras que, una vez fecundadas, retrasan la gestación unos cinco meses desde la cópula, una particularidad conocida como diapausa embrionaria u ovoimplantación diferida. De este modo, el parto acontece a los 280-300 días (abril-mayo), cuando existe mayor cantidad de nutrientes disponibles en el medio. Los partos más frecuentes dan lugar a uno o dos corcinos.
El corzo y su gestión
Como en cualquier especie cinegética y más cuando su aprovechamiento es selectivo a través de recechos específicos hacia ejemplares concretos, una caza sostenible e inteligente es la clave para que la calidad de poblaciones sea elevada.
Medidas de gestión tradicionales y conocidas por todos, aunque no siempre bien aplicadas, como la caza de un cupo limitado de ejemplares de alto valor, pero que ya se hayan reproducido contribuyendo con su genética a poblaciones futuras, es muy importante. El ansia de muchos hace que cada vez se cacen animales más jóvenes que, por un lado, aún no han desarrollado todo el potencial y, por otro, tampoco han tenido tiempo de contribuir con su material genético en nuevas generaciones.
Es esencial el control del furtivismo en una especie que está sometida a una elevada presión y que, de no frenarse, acabará con las poblaciones de algunos territorios en no mucho tiempo.
No se debe olvidar tampoco el aprovechamiento eficaz de ejemplares selectivos, puesto que tan importante es cazar un gran macho como abatir un selectivo que, de conseguir reproducirse, no aportaría más que problemas a su descendencia.
Hay que abordar también algunos otros puntos no menos importantes y que en algunos territorios son determinantes para la presencia o no de trofeos de calidad cuando se cumplen las premisas anteriores. Nos referimos, por ejemplo, a aspectos relacionados con la alimentación y, sobre todo, con la presencia de sales minerales en la misma. Existen zonas de terrenos pobres en las que los minerales son escasos y, a pesar de que los corzos estén presentes en abundancia, no se encuentran trofeos de calidad. Por este motivo, es necesario considerar esto y suplementar en determinadas épocas, principalmente de invierno, no sólo con forraje o concentrado, sino también con sales minerales que favorezcan el desarrollo de las cuernas.
Caza de corzas
Desde hace no mucho tiempo existe una tendencia creciente, conveniente y casi imprescindible hacia la “caza de corzas”. Los gestores cinegéticos y cazadores, muchos de ellos dedicados en cuerpo y alma a la especie, se han ido dando cuenta de que la tradicional presión cinegética establecida exclusivamente sobre los machos ha provocado que muchas poblaciones cuenten con un desequilibrio importante y una pérdida de calidad notable debida a dos aspectos fundamentales;
1. El exceso de hembras, muchas de ellas muy viejas que molestan y no contribuyen de forma eficiente en la reproducción y, derivada de ésta,
2. La oportunidad de que machos jóvenes se vayan reproduciendo en porcentajes elevados, que van dejando su impronta genética que, a buen seguro, a medio plazo tendrá mucho que ver en la pérdida de calidad en las poblaciones futuras.
Por tanto, la caza de hembras es aconsejable, si bien es esencial elegir adecuadamente las fechas para efectuar esta gestión para evitar que se convierta en un factor negativo por abatir hembras preñadas o con crías dependientes.
Los problemas del corzo
A pesar de que, en los últimos años, la tendencia creciente de sus poblaciones es evidente, así como la colonización de nuevos territorios, no debemos olvidar que existen aspectos claves que pueden desequilibrar esta evolución e, incluso, revertirla si no se controlan adecuadamente.
Además de la gestión cinegética sostenible apuntada con anterioridad, le influyen la predación creciente en algunas poblaciones por parte del lobo o el zorro, fundamentalmente, la vías de comunicación que producen fragmentación de hábitats y las muertes por atropellos o la competencia en desventaja a la que se ven sometidos cuando a sus territorios llegan los ciervos, también en expansión, sin olvidarnos, eso sí, de las enfermedades.
El corzo ha sido considerado tradicionalmente como una especie resistente a las enfermedades y son pocos los casos de problemas graves que afecten a grandes poblaciones. Sin embargo, las últimas temporadas cinegéticas han estado marcadas, sobre todo en el norte peninsular, por la presencia de animales parasitados en sus fosas nasales o cavidad bucal por unos gusanos blanquecinos, de tamaño medio y número variable cuyo aspecto es bastante desagradable. Se trata de larvas de un insecto de la familia de los tábanos que en una de sus fases de desarrollo presenta este aspecto. Se denomina Cephenemyia stimulator. Este parásito fue encontrado por primera vez hace ya más de cinco años en animales abatidos en Asturias y su presencia se parece asociarse a repoblaciones de corzos procedentes de los Pirineos sin el adecuado control sanitario. En la actualidad es un proceso que se encuentra en expansión y está presente ya en animales de otros puntos de la Cordillera Cantábrica, especialmente Galicia, norte de León, Asturias, Cantabria y País Vasco.
Como apuntábamos, se trata de una fase larvaria de un tábano que, para completar su ciclo de desarrollo, requiere la presencia de corzos como hospedador específico y obligado. El tábano en cuestión es una especie frecuente en Centroeuropa, pero hasta hace relativamente poco tiempo no se habían encontrado citas de su presencia en España.
La bibliografía especializada sobre el tema describe a Cephenemyia en su fase larvaria como un parásito cuyos efectos son indirectos sobre los animales parasitados, provocando problemas respiratorios y dificultad para alimentarse, lo que debilita a los corzos y los hace presa más fácil para los depredadores o más sensibles a otros procesos infecciosos secundarios.
Parece, además, que el efecto aumenta en animales jóvenes y machos; en los primeros por su mayor dependencia y debilidad y, en los segundos, sobre todo en época de celo, porque, como ocurre con otros grandes ungulados, es un momento de gran estrés, bajada de defensas y, por tanto, mayor susceptibilidad, pudiendo incluso causar la muerte en los casos más extremos.
No existe un tratamiento posible, ni preventivo ni curativo, por la dificultad de gestionar poblaciones silvestres en libertad, si bien es fundamental estar atentos ante la aparición de posibles casos, incrementar la vigilancia y control sanitario en el caso de realizar repoblaciones con corzos (y con cualquier especie cinegética) y fomentar la realización de investigaciones que avancen en el conocimiento del proceso y ayuden a su control.
El futuro de la especie
El corzo es una especie que cuenta con un presente y futuro prometedor, cada vez con más aficionados a su caza que disfrutan enormemente de sus recechos. Destaca, además, la presencia de una excelente entidad de referencia, la Asociación del Corzo Español, integrada por grandes expertos y amantes de la especie, cuyo objetivo no es otro que mejorar la caza, gestión y conservación del corzo.
Sin embargo, son numerosos los retos a tener en cuenta, al menos, para garantizar la presencia de grandes trofeos que sean de la satisfacción de todos, entre los que destacan la gestión sostenible con una presión adecuada sin olvidar la caza selectiva y de hembras, el control de la alimentación, la vigilancia sanitaria o el adecuado aprovechamiento de otras especies que conviven con él, fundamentalmente los ciervos, pero también sus potenciales predadores.