Fuente: elmundo.es
La supervivencia de la exclusiva vida salvaje africana es uno de los grandes debates del continente. Una ecuación entre dinero del turismo, conservación, lucrativos beneficios de venta ilegal de marfil, pieles, carne… y hambre.
«El turismo ha salvado buena parte de las especies», reconocen los responsables de la mayor parte de los parques africanos. El dinero de su venta es su mayor amenaza. «El tráfico ilegal de animales genera a nivel mundial un negocio que supera los 10.000 de dólares», denunciaba el pasado noviembre la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, que reconocía que en los últimos años «el mercado negro de animales es más organizado, más lucrativo, más extendido y más peligroso que nunca».
La medida recién anunciada por el Gobierno de Botsuana de prohibir la caza deportiva en sus exclusivos Parques Nacionales a partir de 2014 ha vuelto a destapar un asunto que esconde una compleja realidad: la numerosa caza furtiva a la que se enfrentan todos los parques supera con creces los números de la caza reglada.
El problema es que el límite entre lo legal y lo ilegal es demasiado fino. «Muchas reservas de caza se ven obligadas a cazar animales prohibidos por la competencia. Si la finca de al lado permite cazar cualquier especie y tu no lo haces estás fuera del mercado», explica J, un sudafricano que ha trabajado en parques de toda África y que prefiere no salir citado con su nombre.
«En Gorongosa (Mozambique), por ejemplo, un parque donde la caza deportiva está prohibida, existe el problema de que hay muchas poblaciones que viven en torno al parque y que por supuesto entran en la reserva y matan para comer», explica J. Gorongosa, uno de los parques más bellos del continente, se ha convertido en un icono de la lucha por la conservación animal y la repoblación.
«Algunos cazan para comer, pero ese no es el problema, se trata de sólo una pieza por semana para paliar el hambre, especialmente en temporada seca que el campo no produce nada. El problema son las mafias que entran en el parque y cazan 300 o 500 kilos de carne que luego venden en el mercado negro», explica. Esa carne, de antílope, está luego a la venta en los mercados de Maputo, Beira o Vilanculos.
«También los furtivos usan cepos o venenos para cazar antílopes que algunas veces acaban matando leones», relata J. Un duro golpe para un ecosistema, el de Gorongosa, donde empieza a haber un gran número de los primeros y donde se está trabajando fuerte para reintroducir a los segundos.
Hoy hay ya cerca de 50 ejemplares de felinos, aún lejos de los números de antaño, pese al positivo crecimiento constante. «Los ranger no pueden detener a las mafias. Tienes a una persona que tiene que controlar quizá 20 kilómetros. Ni en Kruger (Sudáfrica), que tiene más medios, se consigue parar a los furtivos».
Lo que describe J es una realidad en la mayor parte de los parques africanos. El negocio de los furtivos es demasiado poderoso como reconocía Clinton. «Tenemos cazadores que entran en el parque y no podemos controlar», admite Lengton, ranger del Parque de Gonarezhou, en Zimbabue. «Son locales que entrar a cazar para comer y mafias que buscan el colmillo de los elefantes», especifica. Hambre y dinero contra la vida salvaje.
Entre este tipo de caza furtiva destaca por lo bien organizada que está la que se dedica al comercio de pieles exóticas, al ya citado marfil o al ya tristemente famoso y «mágico» cuerno del rinoceronte. En la poderosa Sudáfrica, donde se está invirtiendo mucho dinero en parar la matanza de rinos, los números contradicen sus esfuerzos: ya van 528 ejemplares muertos en 2012 (allí habita entre el 70 y el 80% de la población de rinocerontes de todo el planeta).
En Camerún se ha movilizado al ejército para acabar con la caza ilegal de elefantes. «Su marfil se vende en muchos casos para comprar armas por parte de guerrillas locales que entran desde Sudán y Chad», reconocía el presidente del país, Paul Biya. Hasta la nariz del león es codiciada por la medicina tradicional asiática y los huesos del animal por la de Mozambique: un hueso de león da vigor y rejuvenece al hombre (otra vez la ecuación entre costumbres locales y millonarios negocios a miles de kilómetros).
El marfil del colmillo de elefante llega a pagarse a 1.500 euros el kilogramo. El del cuerno de rinoceronte asciende a los 40.000 euros. Los números hablan por sí solos, se ha pasado de un millón de elefantes en África a 400.000; rinocerontes queden cerca de 30.000.
¿Opciones? Además de la prohibición genérica de caza, que Kenia lleva practicando desde hace décadas y que algunos expertos critican porque siempre tiene que haber controles de población animal (es decir, siempre se va a tener que cazar animales lo hagan turistas o responsables de los parques y se pierde un importante dinero para conservación), hay lugares como Namibia que ofrecen carne a las poblaciones colindantes a los parques.
«El Gobierno entrega kilos de carne de animales que son abatidos por viejos o por los controles de población a los habitantes colindantes a los parques, así evitan que cacen ellos y que las mafias controlen el mercado», relata J. «Es casi imposible saber hoy si la medida de Botsuana es una buena medida. En un mundo perfecto, donde la caza legal cumpliera las reglas, no sería necesaria, pero este no es un mundo perfecto», concluye.