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José Ramón de Camps, publica ‘Los mensajeros de la biodiversidad’

Un libro ilustrado que recuerda la increíble historia del elefante del Museo de Ciencias Naturales. En la fotografía de Álvaro Felgueroso, De Camps, 62 años, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid con un cráneo de oso pardo del Cantábrico.

Expansión, en un artículo de María de la Peña, publica una biografía de este cazador, naturalista y escritor, José Ramón de Camps, que publica su octavo libro, Los mensajeros de la biodiversidad. En él alerta de las amenazas que se ciernen sobre 10 especies ibéricas emblemáticas.

Su padre, el marqués de Camps, adquirió una finca en la Sierra de San Pedro, Cáceres, cuando José Ramón de Camps Galobart (Barcelona, 24 de mayo de 1957) tenía 14 años. Allí fue donde su afición a la caza y la naturaleza echó raíces. «Me iba por la mañana con un bocadillo y una mochila, y volvía a las 9 de la noche a casa fascinado por descubrir nidos de águilas imperiales o cigüeñas negras. Me transportaban a una selva virgen», relata este cazador, naturalista y escritor que habla con emoción apasionada del entorno.

Reconoce que también tuvo mucho que ver la asignatura de Ciencias Naturales en el Bachillerato. Estudió en los jesuitas de Barcelona, donde eran habituales las salidas al campo para recolectar mariposas o insectos que luego estudiaban en el laboratorio. «Me divertía muchísimo», admite. Más tarde, a esa absoluta pasión por la caza y la conservación, se sumó la de escritor. Y fue gracias al descubrimiento del rebeco. Al conocer a su mujer, con 22 años, también tuvo su primer encuentro con el rebeco en casa de su familia política, en la alta montaña de la Cerdaña. «Un día paseando, vi un rebeco», relata. Y, a partir de ahí, Camps se convirtió en un cazador cautivado por el sarrio y su entorno, educado en el desafío y la dificultad de sus recechos. Su pasión se traduce en una de las mejores colecciones de rebecos de España, animal del que aprendió todo lo que sabe gracias a su maestro, Javier Mercader, vizconde de Belloch, al que considera el mejor cazador de sarrios de España y con el que sigue cazando, a pesar de sus 84 años. «Él me ha enseñado la capacidad de sufrimiento para rechazar rebecos, para encontrar el de verdad…», declara.

Convencido de que, como afirmó un autor francés del siglo XVIII, «un buen pirineísta es aquel que sube a sus cumbres y las explica después», Camps pronto entendió que era un deber transmitir la belleza y el placer de conseguir subir a una cima y haber descubierto o cazado un rebeco. Fue así como empezó a convertirse en escritor y divulgador. Se dio cuenta de que había poca literatura cinegética sobre este animal y la alta montaña, apenas un único libro, El Pirineo y los sarrios, de Alfonso Urquijo. Y decidió que tenía que aportar algo. «La práctica totalidad de los científicos naturalistas y conservacionistas de los últimos siglos eran casi todos apasionados cazadores pero también divulgadores», explica refiriéndose a figuras como Félix Rodríguez de la Fuente que dejó escrito que «llegó a conocer y a querer a los animales a través de la caza».

Su desempeño profesional iba a conspirar también en favor de su pasión. José Ramón de Camps es director general de Nikon, empresa a la que llegó «por destino» a los 16 años para hacer un curso de fotografía en su escuela, y donde hoy, 30 años después, ocupa el mismo despacho en el que estudió. Se formó en ESADE y en marketing en la New York University y, gracias a Nikon, ha conocido alos mejores fotógrafos de naturaleza que tanto admira y cuyas fotos, muchas inéditas, ilustran las páginas del libro que acaba de publicar, Los mensajeros de la biodiversidad (Editorial Carbrame-98). Se trata de su octavo libro, lo que le convierte en el escritor español que más ha publicado sobre la cacería en la alta montaña. Con él quiere concienciar a la opinión pública de que «los cazadores somos personas muy sensibles a la conservación y sobre todo con los animales cuya preservación está amenazada». Cinco de las 10 especies en que se centra el libro (el lince ibérico, el oso pardo, el urogallo, el quebrantahuesos y el águila imperial), se encuentran, desde 1963, en peligro de extinción y una (el bucardo) directamente extinguida desde 2000.

Especies bandera

Las 476 páginas del tomo son el resultado de las conversaciones de Camps con 15 científicos y naturalistas referentes en el estudio de cada una de estas especies. Su intención ha sido dar a conocer, sobre todo, las amenazas que se ciernen sobre animales emblemáticos de la península Ibérica. A los seis mencionados se unen el lobo, el águila real, la cabra montés y la mariposa apolo. «Igual que hoy existen los influencers o prescriptores en las redes sociales, estas especies son los embajadores o mensajeros de la biodiversidad», apunta. Son las también conocidas entre los expertos como «especies bandera», por su capacidad de atracción. «No es lo mismo hablar de un escarabajo que de un lince o un águila imperial aunque tenga la misma función en el ecosistema», añade. Llamativa resulta la inclusión de la mariposa Apolo. A José Ramón de Camps le preocupa la seria amenaza que padece esta especie por culpa del cambio climático. «Vive desesperada buscando a donde ir a medida que suben las temperaturas», sentencia. Tal es su afición por este insecto que en primavera pasa días, en compañía de su mujer, paseando por el Pirineo, recolectando ejemplares para entregarlos a la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, con la que colabora en su estudio.

Elegidas las especies, ¿cuáles son las amenazas que las acechan? Para muchos de estos animales la principal es la escasez del conejo. Desde que le atacaron la mixomatosis y otras enfermedades, la población de este animal se ha visto considerablemente mermada. El lince y el águila imperial, por ejemplo, dependen en exceso de este mamífero y pagan muy seriamente las consecuencias de sus enfermedades.

En el caso del águila imperial, además de la falta de conejos, la amenaza número uno también es la de morir electrocutado, circunstancia igualmente preocupante para el águila real. El quebrantahuesos no muere electrocutado sino por colisión con las torres eléctricas. Y el urogallo, por la noche o con niebla, también choca con los tendidos eléctricos en las pistas de esquí. «Me extraña que las compañías eléctricas, en pleno siglo XXI, no consigan hacer más. Son especies que son patrimonio único de nuestro país y que tenemos que mantener como sea», denuncia Camps.

Igualmente, las páginas de Los mensajeros de la biodiversidad denuncian los atropellos en carretera que sufre el lince y que ascienden a un 6% del censo total del año pasado, unos 30 linces, que no son pocos teniendo en cuenta que la cifra total es solamente de 500. Camps lanza una llamada de atención para que se controlen los puntos negros concretos de Andalucía, donde cada tres meses se sabe que muere un lince.

El asunto de la caza

El libro está lleno de anécdotas que conoció de la mano de los científicos que entrevistó y que le impresionaron. Sobre todo las que tienen que ver con el lobo, el animal que, después de los primates, tiene la estructura social más parecida a los humanos. «Me sorprendieron mucho su inteligencia y su sentido común», confiesa. A veces, para defender el territorio y a su hembra, se sitúan debajo de los puentes para aullar y potenciar el eco. «Avisan a la manada, como diciendo: ‘Cuidado, no somos dos, sino muchos’. Utilizar un elemento como el eco para defenderse es de una inteligencia absoluta».

Otra de las especies con las que Camps se quedó boquiabierto es el quebrantahuesos. Debido a que las dos puestas las hace en los dos meses más fríos del año, con temperaturas bajo cero y en las crestas de la montaña, se ha descubierto que va buscando ovejas muertas por el componente térmico de la lana, para proteger al huevo y que el embrión nazca sano. Gracias a los drones, se pudo seguir a un quebrantahuesos que estuvo 14 kilómetros transportando la lana hasta llegar al nido. «¡Espectacular!», exclama.

Cazador él mismo, Camps tiene una opinión muy clara respecto al papel de la actividad cinegética en la conservación. La caza tiene más de un millón de licencias en España, pero el autor de Los mensajeros de la biodiversidad se queja de la gestión de la Administración. Y pone como ejemplo, lo que acaba de suceder en la Junta de Castilla y León, donde quedó prohibida la caza alrededor de un mes por un problema administrativo después de que el Partido Animalista (PACMA), que pretende erradicar esta actividad totalmente, presentara un recurso para impugnar el Reglamento de caza autonómico.

Frente a ello, Camps aboga por hacer pedagogía constantemente: «Que haya conciencia de que el cazador es una persona a la que le gusta el campo. Cazar no es solo pegar un tiro. Yo siempre digo que un cazador es cazador cuando sabe distinguir un pino de un abeto; si no sabe qué es un alcornoque o una encina, mal vamos», sentencia.

También lamenta que actualmente no exista un biólogo, divulgador o científico, como lo fueron Rodríguez de la Fuente o José Antonio Valverde, con capacidad de aglutinar todas las diferentes ideas. «Todos los colectivos hablamos idiomas diferentes», reclama Camps. Y denuncia, que al contrario que en otros países como Austria, Francia o Alemania, en España hay menos respeto por la caza porque se ha cogido la parte más negativa, la de disparar. Pero, subraya tajante, la caza es necesaria, pues es una fuente de ingresos crucial para los núcleos rurales.

Fuente: Expansión.

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