Un trofeo de ensueño
Este excepcional ejemplar es uno de los llamados ‘corzos peluca’, trofeos muy valorados entre todos los cazadores y en especial entre los de este cérvido, por su singularidad y belleza.
Los ‘corzos peluca’ son ejemplares que tienen algún tipo de problema o anomalía testicular (falta de testosterona) desde pequeños, lo que les provoca que no se produzca la osificación de la cuerna y nunca lleguen a desmogar. Así, los crecimientos interanuales van sumando, año a año, un mayor volumen y peso a una cuerna que nunca pierde la borra. De hecho, estos crecimientos pueden llegar a ser tan excesivos que en varias ocasiones se han encontrado muertos a ejemplares de ‘corzo peluca’ por inanición, al ser incapaces de ver y alimentarse debido a que la ‘peluca’ les ha llegado a tapar los ojos.
Su rareza y lo extraordinario de su caza se debe a que son animales nómadas, sin un territorio estable constante, pues su ‘peluca’ les impide defenderse frente a otros machos. Ésta, está formada por una membrana vellosa, con multitud de cuerpos cavernosos en su interior y profusamente vascularizada, lo que se traduce en una mayor sensibilidad y dolor cuando la emplean en su defensa y ataque con otros congéneres. Por esta desventaja, se ven continuamente desplazados de sus territorios y suelen ser ejemplares en contaste movimiento, de ahí la dificultad de su localización y caza.
Un rececho afortunado
El pasado 3 de abril (la cacería se realizó en el año 2015) salí a cazar con un amigo y cliente, como es habitual en estas fechas. La mañana transcurría tranquila y, tras haber visto varios corzos que descartamos por diversas razones, vimos, a lo lejos, parados en mitad de un camino, a dos corzas acompañadas de un macho al que ya, en esta primera valoración, desde bastante lejos, se le notaba algo anormal en la cuerna.
Lo que no me cabía ninguna duda es que era la primera vez que veía a este animal, pues ya digo que llamaba bastante la atención, incluso a esa gran distancia.
Calculo que serían sobre las 08:30 horas y decidí entrar al corzo por el mismo camino en el que lo había visto, pues tenía numerosos giros y recodos donde poder ir ocultándome. De este modo, logré meterme a unos escasos cincuenta metros del animal, que se había metido en un barbecho adyacente.
Desde mi nueva posición mejorada no podía verle la cabeza, por lo que estuve esperando un buen rato hasta que el animal decidió salir del barbecho y mostrarse ante mí en todo su esplendor.
Cuando lo hizo y logré meterle en el visor, ¡madre mía!,¡no me lo podía creer! Tenía en la cruz del visor el sueño de cualquier cazador y recechista corcero: un ‘corzo peluca’ que presentaba un bellísimo amasijo y barullo de puntas, y mi pulso se puso inmediatamente a tono con la categoría del trofeo. Yo, que le había entrado tranquilo y firme, me había convertido ahora en un auténtico manojo de nervios. Apunté, respiré profundamente y logré de un certero disparo que el cérvido cayera al suelo fulminado, sin enterarse de su propia muerte.
Me levanté exultante y me dirigí hacia donde yacía mi ‘corzo peluca’. Confieso que llegué temblando de la emoción y cuando pude levantar el trofeo de este bellísimo animal, las lágrimas inundaron mi rostro.
Después, vendría una sesión de fotos inolvidable, aunque el mejor recuerdo de esta cacería, sin duda, es el que queda grabado en mi memoria de cuando le tuve por primera vez en mi visor. Porque creo que esto sólo pasa como máximo una vez en la vida. ¡Y a mí ya me ha pasado!
Un artículo de Tomas de la Flor / Monteflor Servicios Cinegéticos ([email protected])