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Detalles que engrandecen la caza

engrandecen la caza
Francisco Monreal tuvo uno de esos detalles que engrandecen la caza.

«Extremar las precauciones, no tirar al viso, respetar los tiraderos…» Cuando, de repente, te encuentras con esos detalles que engrandecen la caza.

Son esos detalles que surgen y no están escritos en las normas.

Esos detalles que hacen un a modo de reconciliación, que se mantenga la afición, la misma afición que se pierde cuando ves con desánimo ciertos comportamientos.

El caso es que ir en ruta con Ernesto Navarrete y Miguel Galán es un regalo, no importa que el viaje sea largo, al revés, aunque no era el caso.

«Cada uno tiene sus cazas», no se cansa de repetir Ernesto, y las suyas y las de Miguel son normalmente diferentes, pero eso es algo que enriquece aún más la charla, en nosotros sosegada.

Al final del viaje nos esperaba el culpable de todo, Pablo Pando, él fue quien nos hizo una oferta irrechazable.

Montear a cochinos en lo que linda a lo suyo, disponía de tres puestos y los puso a nuestra disposición, nos invitó, él se quedaría sin cazar para que lo hiciéramos nosotros, es así.

Ernesto escribe como los ángeles, Miguel cocina de ganador de MasterChef, para Pablo el campo no tiene secretos, pero los tres coinciden al menos en una cosa, en su bonhomía superlativa, son gente de bien.

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Feliz encuentro: Miguel, Ernesto, el cronista, Carmen, Pablo y Laureano.

Lo que linda a lo de Pablo

Lo que linda a lo de Pablo lo tiene arrendado Cristóbal de Gregorio, que es cum laude en la perdiz roja y sus cosas.

Mal casan la señorita perdiz con el señorito cochino-jabalín.

Por eso Cristóbal llevaba mucho tiempo preparando a conciencia la batida jabalinera.

Se trataba de quitar cochinos por los daños.

Sorpresa más que agradable al llegar, allí estaban Carmen Basarán con su hijo Pepe Nieto, Laureano de Las Cuevas y Luis Treviño con sus hijos Fernando y Luis.

Tres maestros de lo cinegético, garantes de nuestra montería, y tres jóvenes claro ejemplo de que hay relevo de calidad.

Ya solo por todo lo anterior había merecido la pena ir, y como dice mi amigo Vicente Amat (Días de campo, caza y fogones), ya era un día de los que cuentan.

La tertulia tomó cotas grandiosas, especialmente delicioso fue el relato de Cristóbal de su última cacería que se saldó con un «me volví bolo».

Por eso le ‘entreteníamos’ para que no empezara el sorteo, primero, y después para que no salieran las armadas. No se dejó engatusar.

Bromas aparte, cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos en el monte.

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Francisco rematando el cochino.

Esos detalles que engrandecen la caza

Entonces el guarro no pareció acusar el impacto y me fui con otro de la piara…

No pasaron ni diez minutos cuando se produjo un agarre por encima de donde había tirado al cochino y en la carrera de este.

No había tiempo para pensar, y cuchillo en ristre al grito de «¡voy al agarre!», para allá que me fui.

Cuando llegué el rehalero ya estaba en este quehacer.

A la vez, el montero que ocupaba el puesto 4 –el mío era 3– llegaba con las mismas intenciones de rematar, dejándose oír.

Y eso que él no había tirado aún y se podía haber quedado en su puesto tan tranquilo.

Se rehizo el guarro y el rehalero culminó el remate de forma certera y rápida.

Entiendo por rehalero al dueño de rehala, que bien puede disfrutar de un puesto o bien puede disfrutar cazando con los perros, haciendo las veces de podenquero, como era el caso.

Presentaciones tras el estrépito. Había que conocer a la gente que se había empleado tan bien.

Francisco Monreal, a los mandos de aquellos excelentes perros, y Luis Molinero, el compañero de armada.

Pregunté a Francisco: «¿Puede ser que el guarro estuviera herido, he tirado uno un poco más abajo de una piara?».

«No lo sé, ahora lo miramos».

Luis estaba empezando a examinar al cochino cuando Francisco dijo: «No hace falta que miréis nada, el guarro es tuyo».

Me gustó tantísimo el detalle que, sin saber si el jabalí lo había cazado yo o no, ofrecí una propina a Francisco. Este la rehuso en redondo, no la aceptó de ninguna de las maneras.

Me despedí de él y no le di un sincero abrazo porque le acababa de conocer y me pareció excesivo, pero no fue por falta de ganas.

Luis Molinero bajando el cochino al arroyo. Otro detalle de los que engrandecen la caza.

Reconfortante

Cuando me quise dar cuenta, Luis ya iba bajando él solo el cochino al arroyo.

«¡Espera, Luis, hombre, que te ayudo!»… Quise salir corriendo para ayudar, me trastabillé, y porrazo que te crió, en mi línea.

Me sentí reconfortado con la caza, con la montería.

engrandecen la caza
La recompensa de Luis. La fotografía no favorece al jabalí, era más grande de lo que parece.

Luis tuvo su recompensa, cortándome los pantalones y quedándose con un precioso navajero, aunque poco fotogénico, cerrando de paso la cuenta de disparos del día.

Otro rehalero me confirmó que, además de pasar un guarro tremendo por debajo de la cinta de mi puesto mientras estaba en el agarre, el cochino que remató Francisco era mío, le vio perfectamente como siguió al tiro y se quedó donde le agarraron después los perros, mientras que el resto de la piara continuó.

Laureano, vecino en el 2, ¡lujazo de compañeros!, pero muy lejos del 3, también anduvo en el ajetreo del agarre, rematando él un guarro, entre otros lances acertados.

No nos queríamos ir

Cristobal, a la izquierda, estaba más que contento.

Cristóbal estaba lo siguiente a contento, su arduo trabajo había dado sus frutos.

Ernesto es un auténtico fenómeno alegrando el cotarro, maneja perfectamente la chanza medida, la que divierte pero no molesta, que comienza con él mismo…

Miguel, Laureano, los Treviño y Pablo.

Su ritmo era perfectamente secundado por nuestro desprendido amigo Pablo, con muchas tablas de campo y muy jovial, Miguel, acostumbrado al buen trato en su restaurante Pabellón de Caza (¡cómo se come, además!), los Treviño, gente majísima a los que solo conocía antes ‘de vista’, y, cómo no, el versátil Laureano, Real Club de Monteros (RCM), Asociación del Corzo Español, SCI Iberian Chapter… de excelente conversación.

Lástima que Carmen, presidente del RCM, desde donde difunde y defiende los valores de la caza, y Pepe se tuvieran que ir pronto.

Todos grandes cazadores, pero lo que es más importante, respetuosos.

A mi gusto estábamos con dos de los mejores escritores cinegéticos en castellano, que es mucho decir con el nivel que hay, Ernesto Navarrete y Laureano de Las Cuevas. Creo que no me excedo ni un ápice.

Espero y deseo que Ernesto algún día nos cuente, como solo él lo sabe hacer, cómo se quedó con tres de los cuatro zorros que tiró.

Se pasaba de la risa, a coger pitanza de la brasa o echar una mano para colocar o subir un cochino al carro.

Se nos echó la noche encima sin darnos cuenta, por mucho que fueran los días más cortos del año…

¡Qué bonito es cazar en tiempo de Navidad en jornada de diario!

Esa agradable sensación se veía acrecentada por esos detalles que pueden parecer insignificantes, pero que en realidad son enormes, son los que cuentan, esos detalles que engrandecen la caza.

Un relato de Adolfo Sanz Rueda

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