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La caza como una garantía de salvaguarda medioambiental (VII): Caza y flora

CAZA Y PROTECCIÓN DE LA FLORA

Bastaría una somera estadística de los incendios forestales en los últimos 40 años para darse cuenta de que, si bien antes prácticamente no había incendios en el monte mediterráneo de la zona centro, ahora se considera este como un gran peligro que todos los años se manifiesta.

La razón es clara: la ausencia de ganado en el campo implica la falta de aclareo continuo del bosque, lo que hace que cualquier incendio sea mucho más difícil de extinguir y que el peligro de que se produzca sea mucho mayor. Quizás, sólo quizás, eso era a costa de un aprovechamiento abusivo de la vegetación, porque es claro que donde la vegetación es escasa el peligro de incendio es igualmente menor. Y como en el equilibrio está la virtud, a día de hoy sólo existe un sistema racional de aclareo continuo y no excesivo del bosque: la caza, ya sea por la actuación directa de los animales o por los tratamientos que su gestión exige.

El punto de equilibrio será discutible pero, siendo evidente que la sensibilidad actual no permite un aprovechamiento del bosque por medio de boca de animal tan intenso como hace 40 años, el riesgo de incendios ha aumentado. Por ello se hace imprescindible la labor de prevención y de la construcción de infraestructuras destinadas al control de incendios. Las zonas cinegéticas del monte mediterráneo disponen de una infraestructura de caminos, cortafuegos y pequeños embalses completísima, si lo comparamos con las que no son cinegéticas. Y ello sin coste alguno para el erario público. No podemos admitir que esas infraestructuras estén juzgadas negativamente sólo porque su uso principal y periódicamente continuo sea el cinegético, porque ese juicio no se hace desde la lógica de su utilidad, sino desde el sentimiento contra la caza. Sin duda lo ilógico sería derrochar la disponibilidad de esfuerzos y capitales privados en la contribución a la conservación de la flora, sólo porque la motivación primigenia de su ejecución no coincida con criterios sentimentales muy particulares sobre la caza. (Continuará).

Un artículo de Antonio Conde Bajén

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