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‘El lugar al que no regresar’, por M. J. Polvorilla

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‘El lugar al que no regresar’, por M. J. Polvorilla.

Dicen que no has de regresar al lugar donde siempre fuiste feliz. Debe ser por eso de que las segundas partes nunca fueron buenas.

Me he cruzado con su mirada celeste en un corrillo de jinetes. Pausado en maneras y parco en conversación. Pero tremendamente educado y amable. Tiene el semblante de aquel que sabe pelear, pero prefiere guardar las fuerzas para sonreír y no malgastarlas en lamentos y odios.

Hemos compartido pocas palabras, pero sinceras. Y sé apreciar a un jinete con autoridad sin necesidad de usar el castigo.

Va a lomos de Navegante, el perla soñado de cualquier aficionado que se precie. Ambos dos -caballo y caballero- campean por una de las dehesas de nuestra querida España.

Menean mosquero y sonrisas arrancadas de improviso por el simple vuelo de una torcaz. Me gusta la gente sencilla que con lo sencillo se conmueve. Que se alegra con las pequeñas cosas. Que saca su furia de improviso cuando la ocasión lo merece.

Voy a lomos de Talibán, porque sobre mi montura potrera el mundo se mece a mis pies. Hace una tarde sólo apta para los que asimos la lanza con ganas de adrenalina.

Al fondo, Gredos. Da igual si cara norte o cara sur, tres perrillos laten a un zarzal de manera improvisada y sorprendida. Talibán bufa; Navegante, también. Y el resto de lanceros se descompone al unísono de «¡Ahí va el cochino!».

Se puede correr a galope tendido o volar bajo. Viene a ser lo mismo cuando la velocidad es la misma. Es lo que llamamos «correr a tumba abierta». A morir por Dios y por España.

Vamos los cinco jinetes en perfecta formación por una dehesa quebrada, armados con esfuerzo para sujetar la carrera de nuestros caballos que ansían más a su presa que nosotros mismos.

En ese exacto momento en el que me veo volar por el campo español, el aire en la frente, mi cruzado guiñando orejas picado con el resto de colegas por ser más veloz, a izquierda y derecha amparado por unos amigos sordos a los clarines del miedo.

En esa porción de tiempo donde cuesta abajo a galope y lanza en ristre se diferencia quién es un hombre y un niño. Qué instante… Ahí supe que jamás podría volver a ese lugar.

Hubo envites y fallos… lugar

Hubo envites y fallos. Ningún acierto. Los caballos están sofocados y apenas se hacen con un soberbio cochino que se defiende como un azor en pleno vuelo.

Navegante ha venido toda la carrera más zaguero que el resto. Supongo que la tremenda generosidad de su amo le hace disfrutar más cuando a los suyos ve disfrutando. ¡Qué suerte tener un corazón tan amplio!

El cochino se desvanece en un pequeño regato lleno de zarzas. Movidos por el momento cruzamos al otro lado a todo volar, pero el marrano -curtido en estos derroteros- vuelve sigiloso por sus pasos para ponerse a pocos trancos de alcanzar un perdedero seguro…

Pero Navegante observaba todo en retaguardia y en ese momento eran él o el marrano los únicos que podían batallar por el ego de los que poco teníamos que hacer en ese escenario en el que estábamos en fuera de juego…

Fueron los diez segundos más fugaces que jamás he galopado. Porque el cochino se siente sorprendido al pensar que todos sus acosadores estábamos al otro lado del arroyo, y no se cató de la presencia del perla de origen lusitano.

Y lo vi desde afuera, lo vi como me gustaría que me viera el mundo alguna vez: el macho del jaco levantado hasta la vertical, la cara recogida con las orejas totalmente gachas, la lanza en ristre gobernada por muñeca y codo, empujada por un hombro sin miedo a romperse, a todo galope, con la sierra de fondo a punto de esconder un sol herido de muerte…

Un grito de rabia, valor y esperanza salió de mi compadre de ojos celestes. Fue todo sobrecogedor ante una apariencia tan sosegada minutos antes. El choque se iba a producir y el marrano se giró a recibir al lancero que iba dispuesto a matar o morir, como sólo saben los suicidas, los sagaces o los que por nada ni nadie se detienen ante su meta.

Dicen que nunca has de volver al lugar donde fuiste feliz. Por ello aquellos cinco lanceros lo revivimos en sus adentros todos los días mientras perviva nuestra existencia.

Enhorabuena, Pedro Díaz-Toledo. Enhorabuena, valiente.

‘El lugar al que no regresar’, por M. J. Polvorilla.

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