Los ataques a los cazadores por parte de muchas organizaciones autoproclamadas como ‘ecologistas’ –en realidad simples movimientos fanáticos y politizados hasta extremos vomitivos– son persistentes y profundos. El desconocimiento, casi absoluto, que estos talibanes ‘ecológicos’ demuestran tener sobre el medio natural, la etología (ciencia que estudia el comportamiento animal), la interrelación entre la Naturaleza y el Hombre y, por fin, sobre la propia ecología; es, además de su radicalismo cateto, la causa principal de las estupideces que demasiado a menudo tenemos que leer o escuchar en los distintos medios de comunicación.
Bambi es un personaje de Walt Disney, un simple dibujo animado, divertido y simpático, sí, pero que nada tiene que ver con la realidad. Muchos parecen haberlo olvidado. Al Rey León, le sucede lo mismo y, como a ellos, le ocurre a la imagen que una sociedad –a veces cursi, a veces empalagosa y casi siempre ignorante– se ha querido hacer de los animales salvajes.
Cuando escucho, por ejemplo, eso de: «el asesino aguarda, sumergido en las aguas, el paso de los ñus para matar y devorar a su presa…», o aquello otro de: «las hienas, los asesinos carroñeros más crueles de la sabana…» e incluso lo de: «el león asesino del Serengueti…», la carcajada inicial acaba, invariablemente, por convertirse en monumental indignación. Me da la risa porque lo que se dice es un necio disparate, me cabreo porque la ignorancia es la madre de la injusticia y, ésta, el origen de la tragedia.
No hay cocodrilos, ni leones, ni hienas asesinas. Los animales salvajes sólo matan para defenderse o perpetuarse, sólo cazan para comer, y la caza, implica la muerte de la presa. La Naturaleza, la ley de la selva, es cruel. Sólo los más fuertes y los mejor adaptados serán capaces de sobrevivir, el resto caerán. Las fábulas para domingos por la tarde son sólo eso, fábulas, historias que, si se dejan en su contexto original, pueden valer para lo que se crearon, pero si se sacan de él, se convierten en cuentos, ñoñerías y falacias.
Hablar a los niños sobre la pobre ‘mamá’ elefante, a la que han disparado los malvados cazadores, o del ‘hermano lobo’, al que han asesinado los ‘hombres malos con rifles’, es, a parte de una monstruosa mentira, una lección soberana de manipulación y tergiversación de la realidad. El elefante, por ejemplo, no sólo no está en peligro de extinción, es que su número, en muchos lugares de África, es excesivo y la devastación que produce en esas zonas acabará, si no se pone remedio, con otras muchas especies que dependen del alimento que ellos agotan. ¿Qué se hace entonces?, pues en lugar de permitir la caza, regulada y controlada, de los ejemplares sobrantes, la presión de los cantamañanas de turno consigue que sean los propios guardas de las reservas quienes, a escondidas de la opinión pública, hagan lo que hay que hacer. En lugar de generar recursos y riqueza, de crear puestos de trabajo, de permitir que los cazadores vivan su pasión, se originan gastos absurdos, se pierden inversiones y se ayuda a mantener la pobreza endémica de los poblados circundantes. Al final, los elefantes que sobran acaban sacrificados, pero la fétida ‘moral’ ultraconservacionista, duerme tranquila. ¡Patético!
Cazar ha sido una de las actividades que hizo posible el éxito evolutivo del Homo sapiens, no hay nada de lo que avergonzarse. Es cierto que, hoy, el cazador deportivo no caza para sobrevivir –aunque sí, lo siguen haciendo los cazadores indígenas de las selvas ecuatoriales africanas, de muchas zonas de la Amazonía, del Ártico, o de muchas islas remotas perdidas en la inmensidad del océano–, pero es igual de cierto que la caza está entre la más nobles de las pasiones. La caza, cuando reúne los tres requisitos básicos que, a mi entender, debe ineludiblemente cumplir: incertidumbre, esfuerzo y dificultad; cuando respeta a la Naturaleza y a sus habitantes, todos, se convierte en el único instrumento ágil y eficiente para preservar la biodiversidad y proteger las especies animales.
Bambi y el Rey León, cuando se apague la pantalla de la tele, se diluirán en la nada, entretejidos con las fantasías de las mentes infantiles. Fuera, en el mundo real, los venaos seguirán luchando, hasta la extenuación o la muerte, por sus hembras. Los leones continuarán cazando cebras, asfixiándolas con un brutal mordisco en la garganta y matando cachorros de leopardo o de su propia especie, si el padre es otro congénere… Ahí fuera, la lucha por la vida continúa… Y nosotros, los cazadores, también.
Por Alberto Núñez Seoane.