La ignorancia lo aguanta todo. Están los que la ‘usan’ como soporte a su trabajo, tratando de obviar el tiempo y el esfuerzo necesarios para adquirir los conocimientos mínimamente imprescindibles para ser capaces, con seriedad científica, de reunir datos fiables, sopesarlos, elaborar teorías consistentes, responder a los retos planteados y transmitir los resultados a la sociedad para general conocimiento y puesta en práctica de las medidas oportunas y convenientes. Y luego están los que se ‘tragan’ todo lo que les echen, siempre que provenga de un colectivo con el que, por la razón que sea, se sientan identificados, les cause cierta simpatía o se signifiquen por ir en contra de algo, lo que sea, con lo que no estén de acuerdo.
La cantidad ingente de sandeces que se pueden leer o escuchar en los medios en el transcurso de un solo día, dejaría –pienso que, de hecho, ‘está dejando’–, boquiabierto, cuando no indignado, a cualquier técnico en la materia, especialista, estudioso o científico que se dedique con profesionalidad al asunto del que se trate. Y el asunto del que aquí se trata es de ecología, biodiversidad y sostenibilidad.
Los parlanchines lenguaraces y populistas que tantos éxitos están cosechando en distintos ámbitos sociales como la política, el arte, la cocina o el deporte, no podían estar ausentes –¡y no lo están!– del mundo que rodea a la naturaleza y ‘lo natural’. ‘Lo verde’ vende, mucho y bien. Y, como era de esperar, al amparo de este goloso pastel se han conciliado toda una vasta troupe de moscas cojoneras, sin pajolera idea de lo que hablan, pero con una incontenible y malsana ambición que les lleva a pontificar, sin ruborizarse, sobre los asuntos que más rédito les proporcionen.
Una de las ‘prácticas’ que más utilizan los verdosos abrazafarolas es la de ‘decretar’ el estado próximo a la extinción para cualquier especie animal, máxime si se trata de una especie cinegética.
Los ejemplos son tan abundantes como incongruentes, estrafalarios o, simplemente, ridículos. Tenemos que escuchar como hablan del apocalipsis de los elefantes, los leones, los leopardos, los carneros o los lobos, manipulando o mintiendo descaradamente sobre el número de ejemplares que quedan en libertad, escondiendo datos contrastados que contradicen sus aberrantes teorías o inventando circunstancias que las favorecen. En muchos casos –como el de los leopardos, carneros o elefantes– el número de individuos es imposible de conocer, pero lo que sí sabemos es que elefantes hay muchos más de los que el hábitat en el que viven –esquilmado y reducido, por culpa y desgracia de la mano del hombre– puede soportar, y la situación va a peor. Los grandes carneros de las montañas de Asia, gracias a los recursos generados por su caza y al control ejercido sobre los furtivos, para que se puedan seguir cazando, han vuelto a cifras no conocidas desde hace muchos lustros. Lo del leopardo es, simple y llanamente, de broma. Es el felino más extendido en África, su expansión, gracias a su capacidad de adaptación, es continua, tanto que en algunas zonas está llegando a ser un verdadero problema para el hombre y el ganado. Prohibir la caza del león, como han hecho en Botsuana y en Zambia, no traerá más que problemas: no se pude conservar sana la cadena si se altera uno de sus eslabones.
Lo del lobo en España es harina de otro costal. Como saben, hoy se puede cazar, en cuotas estudiadas, supervisadas y controladas, sólo al norte del río Duero. Datos constatados, hechos probados y una realidad incontestable –sólo negada por fundamentalistas pseudoecológicos, talibanes verdes y animalistas aborregados– llama cada noche a las puertas de los ganaderos de Ávila, Segovia e, incluso, Madrid, demostrando que su expansión en los últimos años ha sido exponencial, excesiva y peligrosa, tanto, que su control se hace más que necesario, imprescindible, y con carácter de urgencia. Cazar el lobo, en la medida en que su población se mantenga dentro de los límites que la ciencia y la razón aconsejan, es imperativo.
Esto, es lo que hay. Luego está lo que los descerebrados fanáticos y excluyentes les quieran contar… y ustedes se quieran creer. ¡Ojo al dato! Según Nature Forever Society (?), el gorrión común –Passer domesticus– puede estar en peligro de extinción. Después de escucharlos, Los Morancos les han hecho una oferta inmejorable para que protagonicen su próximo espectáculo: ¡Omaita y el gorrión!
por Alberto Núñez Seoane
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