Tenemos un verdadero problema con el asunto de las ‘especies invasoras’. Al parecer, un puñado de mentes, ‘concienciadas y preclaras’, y un hatajo de mamarrachos bocachanclas, han decidido, unas, y propiciado, las otras, el exterminio de nuestro territorio nacional del arruí, la perca americana, la trucha arco iris y el cangrejo de río americano… no sé si alguna otra. Nada al respecto de las otras, más de 200, entre las que se encuentran algunas extraordinariamente dañinas para la biodiversidad, como son el mejillón cebra, el caracol manzana, o el lirio de agua, y otras que por ahí le andan, como el siluro, el lucio, la tortuga de Florida, o la malvasía canela, que, por cierto, está acabando con las malvasía ‘cabeciblanca’, especie catalogada como ‘en peligro de extinción’, y de la que, según veo, nadie se preocupa.
Centrándonos, como cazadores, en el pobre arruí, al que le ha ‘tocado’ el premio gordo de la siniestra lotería, la desfachatez de la sentencia que lo condena a su exterminio en España y la mezquindad de los fanáticos ignorantes que han promovido esta medida, reúne todo el muestrario completo de lo que puede lograr la estupidez, el desconocimiento, la cerrazón y el odio. Es tremendo que tengamos que asistir a desatinos como éste, ¡tremendo!
El arruí se introdujo en España en 1970. Hoy ocupa los montes de Sierra Espuña, Sierra del Oro, Ricote, de Cabras y Sierra de Burete, en Murcia. En las Islas Canarias, introducido en 1972, ocupa algunos rincones remotos del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. También está presente en fincas privadas de Andalucía y Castilla-La Mancha. La patética excusa que los politizados pseudo-ecologistas y sus palmeros han argumentado, es que este animal, alimentándose de las hierbas que come, pone en peligro la supervivencia de otras especies autóctonas, como sería la cabra montés. Dicen, también, que la sobrepoblación de individuos ha propiciado la aparición de la sarna, con el peligro de contagio a otras especies.
Respecto a la pretendida depredación excesiva, por parte del arruí, de la vegetación que sirve para alimento de otras especies salvajes, hay que decir, simple y llanamente, que es falso, incierto, pura mentira, invento tendencioso y lo que, en este mismo sentido, quieran ustedes añadir. El arruí come lo mismo que las cabras ibéricas, sí, y que los muflones y las cabras domésticas. Es absurdo argüir que un número reducido de animales –si comparamos la población del arruí con la del muflón o cabra hispánica– puede asolar los montes impidiendo alimentarse al resto de especies, cuando su número es ridículamente inferior al de las otras especies y teniendo presente que la voracidad del muflón, y la de la cabra, es mucho mayor que la del arruí. Aclarar que nada de esto sirve, en ningún caso, para las fincas privadas, que suministran alimento suficiente para garantizar el sostenimiento y la buena salud de todas las especies con las que cuentan.
Lo de la sarna, no es que sea de broma, como lo anterior, es que es de auténtico choteo, de puro cachondeo, vamos. Resulta que, hace cuarenta años, se introduce una especie para crear riqueza con su aprovechamiento cinegético; resulta, que en distintos períodos posteriores, se prohíbe su caza; resulta, claro, que los animales se reproducen sin control, al no ser cazados por predadores –que no tienen– ni por cazadores –que no nos dejan–; resulta, obvio, que su población se dispara… La caza controlada, para la que fueron traídos, desbarata cualquier problema de sobrepoblación, desaparece el posible riesgo de sobreexplotación de pastos y las posibilidades de aparición de la sarna se desvanecen, ¿dónde estaría el problema si los mismos que ahora se van a encargar del exterminio de la especie no hubieran causado el supuesto conflicto con sus estupideces, sus manías y sus miserables imposiciones?, ¿qué cuento nos están contando?
El peor de los problemas, y es gordo, que hoy afecta a la conservación y a la biodiversidad sostenibles, es la mentecata influencia que un atajo de extremistas descerebrados y excluyentes están sembrando aquí y allá. Animalistas aborregados, extremistas anti-caza, prohibicionistas montunos, falsos ecologistas radicales… todos con algo en común: la estupidez incrustada en su ADN por la ignorancia supina y el odio descontrolado. ¡Ellos son la especie invasora a exterminar!