Las brumas del Duero

Ecologismo de mecha encendida

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Unos días después del ataque radical a la sede de la Federación de Caza en Castilla y León y del sainete de Lobo Marley y sus motosierras en la Reserva de Caza de Sierra de la Culebra, escribí un artículo cuyo título era el que encabeza esta sección, y el eco obtenido no ha dejado de sorprenderme. La Federación de Caza envía muchas notas de prensa a los medios, y las revistas cinegéticas las publican y comentan sin problemas, pero encuentran muy poco eco en los medios generalistas. No obstante, este artículo, ofreciendo una lectura crítica y contraria a los nuevos adalides de la naturaleza, ha tenido una repercusión inesperada (parece que estos temas son los que gustan a los medios de difusión general), provocando un aluvión de amenazas y comentarios en nuestra contra de los de siempre, que no están acostumbrados a soportar las críticas, aún en tono menor, que ellos tienen por norma.

Sin repetirnos, pero para mejor comprensión del posible lector, decíamos que estas organizaciones ecologistas, al menos a nosotros nos lo parece, están dando un salto cualitativo importante en sus acciones, crecidos quizás por la poca réplica de los cazadores y sus asociaciones. Motosierras o pólvora, todo les vale a los radicales ecologistas del llamado Frente de Liberación Animal o a Lobo Marley y a tantos acólitos radicales para imponer sus planteamientos con hechos conocidos y de resultados peligrosos. Demostraciones de poder y desafío protagonizadas con pasamontañas o sin él, en absoluto desprecio de la ley o de la propiedad. Reír la gracia de estos iluminados salvadores del mundo o no sancionar esas actuaciones conforme a ley, provocan la imitación de otros tantos utilizando estrategias y herramientas cada vez más agresivas.

No se trata solamente de la reivindicación del bienestar animal o la conservación del medio, que es muy loable y ante la opinión pública queda muy bien. El mundo rural y, dentro de él, el de los cazadores, está empezando a hartarse de aguantar lo que en un principio era la visita graciosa de pirados de ciudad con sus ocurrencias, pero ahora se ha convertido en una invasión ‘napoleónica’, apropiándose de la naturaleza y despojando o censurando los usos y costumbre de los resistentes del medio rural.

Hartos están y estamos de aguantar a los cultos teóricos de la capital que vienen a dañar nuestros derechos, infravalorando y desconociendo nuestra tierra y pretendiendo cambiar una cultura de resistencia, aprendida, trabajada, sufrida y transmitida por nuestros antepasados, que el urbanita de turno, aquel que busca en el pueblo un día de paseo, comida típica y paisajes de postal, nunca entenderá, amará ni protegerá como ellos. Aun así, los habitantes rurales, por humildes, callados y bastante ocupados en ganarse el pan, callan ante quien muestra formas radicales propias de ideologías totalitarias de pensamiento único que usan el miedo como herramienta. A nadie nos gusta gastar tiempo y dinero en líos, en dilatados procesos judiciales que, aun ganando, provocan hastío, cansancio y sensación de victoria pírrica.

Así, poco a poco, el peso de la opinión pública mayoritariamente urbana nos coloca en situación de indefensión ante los postulados de unos pretendidos defensores de los derechos de los animales, que lo único que pretenden es imponer su voluntad en la práctica de determinadas actividades ancestrales. Y poco a poco la van imponiendo a través de su influencia y su presión en el político y, por lo tanto, en el legislador.

No se trata de buscar permanentemente la justificación de la actividad cinegética frente a estos mentecatos. Cuando se nace cazador o se toma conciencia de ello se adquiere una condición que no es necesario justificar porque surge así. Está en nuestra naturaleza y en nuestros genes. Y no es necesaria la exhibición de esta condición, pero tampoco esconderla. Los ecologismos tienen que sentir nuestra presencia y comprobar que defendemos nuestros derechos y enfrentamos las dificultades.

Lo cierto es que nuestra imagen ante la opinión pública determinará nuestro ser o no ser a medio plazo, porque una sociedad que, además de no convivir mayoritariamente en el medio donde desarrollamos nuestras actividades, es bombardeada desde su más tierna infancia con mensajes de buenismo animalista y ocultación de los aspectos salvajes de la naturaleza, lo normal es que sea contraria a la muerte de animales en actividades tradicionales.

¿Qué podemos hacer para tratar de cambiar esta imagen del cazador? Tres cosas:

a) Expulsar del colectivo, cotos y cacerías, con denuncia previa si es preciso, a los infractores de la normativa tanto legal como tradicional. No es de recibo que las únicas noticias sobre caza en los medios generalistas sean accidentes o detención de furtivos.

b) Desde nuestros órganos de representación, rebatir en los medios generalistas toda información injusta o falsa contra nuestra actividad y divulgar sus beneficios para la sociedad. Con buenos gabinetes de prensa (generalmente, caros) se accede a todos los medios.

c) En nuestra vida diaria,¡ no sólo no esconder nuestra condición, sino estar orgullosos de ella. Aquí, las redes sociales nos ofrecen una oportunidad única para informar, explicar, aclarar… a todos nuestros contactos las informaciones falsas o tergiversadas que, tanto en los medios como en las propias redes, llegan contrarias a la caza y que actualmente no tienen apenas contestación.

 

Por:Felipe Veque 

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