Almacenado

.30-378 Weatherby Magnum: veneno de dioses (y II)

1

Por Miguel Coya

Acabó el repaso, toca el turno al estudio en profundidad del cartucho y sus posibles aplicaciones; llega por fin el momento de la prueba real que ponga en jaque a tanta potencia y sobredimensión, que, rayana en la exageración, debe darnos la oportunidad de marcar límites aún no conocidos. Teoría y práctica frente a frente, ilusión y capacidad física en un entorno de ensueño, requiriendo, de nosotros, dar todo por intentar robar un sueño.
De hace pocos años a esta parte, aparecen en escena varios desarrollos que vienen a cubrir la cúpula de las prestaciones en cartuchería media. Entre los diámetros afrontados, destacan por su generalización los que montan proyectiles de calibre .30. Estas nuevas bestias recogen abiertamente el testigo de la máxima potencia, ofreciendo al cazador-tirador herramientas que alargan significativamente el rango de uso de los magnum del .300 habituales. Entre estos recién llegados, destacan por su popularidad el .30-378 Weatherby Magnum y el .300 Remington Ultramag, dejando a un lado, por su evidente menor popularidad, a los .300 Dakota, .300 Jarrett, e incluso al individuo más poderoso de todos ellos, el 7,82 Wardbird Lazzeroni.
Nuestro protagonista, el .30-378 Weatherby Magnum, aparece en el mercado en el año 1996,  aunque, a decir verdad, su desarrollo data de casi cuarenta años atrás ante una petición del ejército americano, exactamente en 1959. En su diseño, el fabricante recurrió al método de agolletar a .30” la vaina usada por el .378 Weath Mag, compartida también por el .416 Weath Mag y el .460 Weath Mag. Con ello consigue un substancial mayor volumen de vaina que su pariente, el potente .300 Weatherby Magnum, consiguiendo con ello una mayor velocidad en boca que acarreará también mayores energías remanentes y trayectorias más planas. Ya ve, si lo que de alguna manera se pretende es elevar las prestaciones de un cartucho tan eficaz como este trescientos, supongo que empezará a entender la magnitud de la animalada ante la que nos encontramos. Piense que el otro participante en esta lucha, el .300 Rem Ultramag, a pesar de contar con una vaina mas grande que la del .300 Weath Mag, consigue unas prestaciones que, aunque superiores, están muy cercanas a éste; yo diría que en la práctica casi  las repite, aunque eso sí, sólo cuando el Weatherby utiliza cartuchería original. Cargados por el resto de cartucheras, el Remington aventaja  siempre, con unas diferencias que suele estar en torno a los 12 m/s. 
Otra cosa muy distinta es cuando entra en escena nuestro .30-378 Weath Mag. La diferencia con el resto ahora sí que es notable. Si tomamos como patrón al .300 Win Mag, apreciamos al primer vistazo una distancia enorme entre las prestaciones de ambos. Como muestra, piense que una carga genérica de 150 grains del Winchester, viene a moverse en boca en torno a los 1.005 m/s; una muy potente en 165 grains llegará a los 970 m/s. Frente a esto, el .30-378 Weath Mag, mueve 165 grains Nosler Ballistic Tip a 1.067 m/s, casi 100 m/s más rápido que el cartucho patrón con una de las cargas más potentes en este peso. Imagínese, hay entre ellos una distancia similar a la que tendríamos comparando por debajo al citado .300 Winchester Magnum con el .308 Winchester… ¡casi nada! Lógicamente tantísima potencia trae aparejada un retroceso difícilmente encajable por la gran mayoría de los cazadores. Esto obliga a parir armas muy pesadas, dotándolas por norma con frenos de boca. Ello suma un nuevo inconveniente, podremos disparar con comodidad pero a costa de tener mucho cuidado con nuestra protección auditiva o por el contrario acabaremos por quedarnos sordos.
La casa madre ofrece actualmente siete cargas distintas y, aunque podremos encontrar en la red algún que otro fabricante más, lo cierto es que en nuestro país deberemos conformarnos con lo que Weatherby nos oferta, excelente por otro lado. El peso mínimo son los 130 grains Barnes TTSX a 1.140 m/s, el máximo los 200 grains de la Nosler Partition a 963 m/s. Entre ellos encontramos Nosler Ballistic Tip de 165 grains –1.067 m/s– Barnes TSX 165 –1.051 m/s–, Nosler Ballistic Tip 180 grains –1.042 m/s–, Barnes TSX 180 grains –1.024 m/s y Nosler Accubond 180 grains –1.042 m/s–. Ya ve, como no podría ser de otro modo, puntas voladoras con buenas balísticas terminales… por algo este cartucho está pensado para cobrar caza donde al resto ya le cuesta o incluso no puede. La mezcla de buenos coeficientes balísticos con velocidades tan altas, consigue trayectorias planas que conservan energía suficiente para matar con contundencia especies pesadas a larga distancia. Como ejemplo de ello piense que si calculamos hasta que distancia óptima podemos tirar en óptimas condiciones de energía un venado de 200 kilos, con este cartucho, usando las Nosler Accubond salen 682 metros, que no está nada mal, ¿verdad? Añadido a ello, puesto a cero a 300 yardas, unos 273 metros, solo habremos de levantar el tiro 197 cm. Seguro que alguno de ustedes pensará que corregir dos metros es toda una barbaridad, pero le aseguro, créame, tratándose de esa distancia no es nada.
La mejor aplicación de este cartucho lo encontraremos en planicie y montaña, siendo susceptibles de ser cazadas con él todas las especies que pisan tierra, exceptuando las peligrosas exclusivamente por términos legales. Personalmente, huiría de las cargas mas ligeras, donde además su rendimiento no se aleja demasiado de lo conseguido con el .300 Weath Mag, siendo frente a este mucho más molesto y pesado. No dude, láncese de cabeza a los 180 e incluso mejor a los 200 grains. Deje pesos inferiores para otros cartuchos menores y piense que va a ir siempre sobrado si de trayectoria hablamos, mejorando la pegada en manos de ese extra de peso.  Entiéndame, tiene en las manos un cartucho para matar ‘en casa Dios’, no es el momento de volverse conservador.

TIRANDO Y CAZANDO
Como tengo por norma, tras montar el visor, limpio a conciencia el cañón. Tras ello, presto atención al disparador constatando que la salida no es todo lo liviana que deseo. Ante esto, carretera y a ver a mi amigo Antonio Sarmiento. Poco a poco vamos tocando el disparador hasta dejarlo a mi gusto. No puedo decirle exactamente en que peso queda finalmente, pero seguramente no sobrepasará el medio kilo. La salida es ahora nítida aunque en el fondo se percibe un ligerísimo arrastre imposible de eliminar. De todas formas el tacto permite toda la precisión que necesitaré.
A pesar de haber solicitado Nosler Partition de 200 grains, finalmente el distribuidor me envía Barnes TSX de 180 grains, el famoso monometálico de cobre hueco altamente retenedor de peso. Para poder conseguir lo pedido debería esperar varios meses aún y la precipitación inminente de los acontecimientos me lo impide. Pues bien, como primer paso para el cálculo de la trayectoria monto en la aldea un improvisado banco de pruebas y mediante cronógrafo mido tres disparos. Sorprendentemente la velocidad que en tablas es de 1.024 m/s se eleva de media en la realidad a los 1.045 m/s. La verdad es que el dato es toda una alegría pues ante un reto tan extremo, una mínima ventaja puede significar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Sentado por fin ante el ordenador entro en la página de Swarovski y activo el calculador balístico que el fabricante ofrece para nuestra retícula. Espere un momento, aún no le he contado como es la BR. Definitivamente se trata de una retícula convencional con cuatro postes gruesos afinados en la parte central, sumándose a ellos a distancias iguales y, sólo hacia abajo, cinco segmentos horizontales con cinco nodos entre barra y barra. El programa, lo que hará es darnos, tras introducir los parámetros de nuestro cartucho y cazadero, el punto de impacto con cada intersección y nodo según variemos los aumentos. Supongo que entenderá ahora el motivo de haber medido en realidad la velocidad con la que los proyectiles abandonan el cañón de nuestro Accumark. De otro modo, guiándome de lo indicado en catálogo, la trayectoria calculada sería errónea. Pues bien, tras elegir cartucho y visor, modifico la velocidad cambiándola por la medida por mí, modifico la altitud y la sitúo en los 1.000 metros en previsión de una media del cazadero de la montaña cantábrica donde pretendo ponerlo a prueba. Coloco el cero a 300 metros, indicándome el programa que debo elevar el disparo a 100 exactamente 7,8 cm. Luego comienzo a jugar con los aumentos, dándome finalmente una potencia de 20 aumentos un cero con la barra mas baja de 993 metros. Combino también con 19 aumentos y me sube a los 1.019 metros. Por desgracia la rueda del zoom de la Z6 no tiene marcado aumento a aumento como debería ser, con lo que finalmente sé que está cercano a donde quiero que esté, pero eso sí, sólo aproximadamente. Venga arriésguese, puesto de esta forma ¿sabe cuánto estamos elevando aproximadamente la trayectoria? ¡Sólo siete metros!… y eso que no hemos ido con el cero a los 300. Esto, en términos prácticos, podemos traducirlo como ejemplo en que tendremos que apuntar a lo alto de un edificio de tres plantas para conseguir hacer blanco a un kilómetro. Aunque dicho así suene desalentador, ésta es la realidad. La parábola de la trayectoria es tan acusada ya que para conseguir hacer blanco la distancia que deberemos elevar la puntería, al menos desde el punto de vista del cazador, raya el ridículo, y eso que estamos hablando de uno de los cartuchos más rasantes que existen.
Salgo hacia el campo de tiro. Coloco la torreta Caldwell, diana a 50 metros y disparo. El retroceso es mínimo, como el de un .243 Winchester, pero en cambio el rebufo es tal, que sopla hasta por los orificios de la nariz dejando todo impregnado de un intenso olor a pólvora. El miedo a una sordera irreversible me hace colocar cascos y tapones, protectores que a partir de este momento me acompañan durante toda la prueba y cacería. Tras la primera aproximación cambio dianas a 100 metros y decido reglar como pide el calculador balístico. Tras varios disparos llego por fin al punto deseado pero con un pequeño inconveniente. Estoy en la altura correcta pero me he quedado sin rango horizontal para corregir en deriva. Estoy a tres centímetros de la vertical y no puedo ir mas allá. El esparadrapo colocado entre anillas y visor para evitar rayones me ha jugado una mala pasada. Conozco la magnitud y el error que me puede suponer. ¿Cuánto? Un máximo de 30 cm a la derecha, algo con lo que tendré que contar a partir de ahora.
Pocos días después me voy a probarlo en campo a la distancia elegida. Coloco sobre una caja de cartón diana con círculo negro de 15 cm de radio y círculo central blanco de 4. Tras varios intentos de replanteo el telémetro Swarovski me da en la pantalla 1.000 metros. La óptica de este aparato es magnífica, su lectura rápida, su único defecto un círculo de puntería excesivamente grande. Ello obliga a repetir varias veces la lectura si queremos evitar equivocarnos y medir más cerca. Sobre el morro del todoterreno coloco mis queridas sacas, apoyo el rifle, 20 aumentos, corrector de paralaje a infinito. Me quedo boquiabierto cuando la diana entra en escena. No me puedo creer que la óptica sea capaz de traerme una imagen tan perfecta, tan nítida, tan perfilada. Es sencillísimo situar la retícula sobre el pequeño círculo central, bien apoyado no se mueve nada del centro, no se sale de él, vamos, como para quitarle la cabeza a un gato. Pensará seguro que la licencia ha sido excesiva, pues créame, no exagero en absoluto, ha sido una de las sensaciones de poder más importantes que he vivido nunca. Bien apoyado, la nitidez y resolución de este visor es tan grande que el ejemplo puesto es absolutamente real. Por suerte y a esperar que baje la intensidad del aire. Mi hermano, detrás de mi, observa a través del catalejo la diana. Tengo el arma alimentada y a su orden sale el primer disparo. Oigo como me dice que ha impactado a la izquierda. Repito otros tres más. Soy consciente de lo lejos que estamos viendo lo que tardamos en llegar. Efectivamente los disparos han pegado desviados a la izquierda unos 50 cm. No me preocupa, era previsible A pesar de intentar evitar las rachas de viento, éste no ha cesado durante la tirada. La altura, precisamente el punto más delicado del cálculo, está perfecta y eso que maldigo haber sido tan raquítico con la caja de cartón que a duras penas cubre el A3 obligándonos a medir sobre el propio terreno. Lo reconozco, me voy contento, la posibilidad de éxito no es tan remota.
La berrea ya está algo pasada. La finca de mi amigo Alonso Cárdenas en la montaña leonesa, será por fin el escenario de la puesta de largo del .30-378 Weath Mag. Además de él, me acompañan el guarda, mi hermano y mi sobrino Óscar. Intentar algo así es difícil por el propio hecho en si. Hacerlo en abierto, sobre caza salvaje y en un escenario como este, reviste de verdad el acto del cazador, apartando de un plumazo consideraciones éticas que ponen en entredicho la  veracidad del lance como tal. A pesar de repartir la carga, apechugo con mis omnipresentes sacas de arena. Sumadas a prismáticos, rifle y visor, se convierten en un peso excesivo que acaba por machacar hombros y piernas a medida que vamos ascendiendo. La panorámica del cazadero es impresionante colocándonos finalmente en una amplia hoya que en la umbría cubre el escarpe de brezal añejo y duro. ¡Ahí está! Y apuntando con la vara el guarda nos indica la posición aproximada de un venado. Con los prismáticos finalmente conseguimos ver al macho junto a dos hembras más. Medimos la distancia y a partir de ese momento el grupo se mueve a intervalos hasta conseguir situarnos a la distancia adecuada. Finalmente el apoyo correcto es quien manda. Estamos a 1.018 metros de la pieza. El lance no se hace esperar. El tiro es suficientemente horizontal y no hace viento. Me santiguo. Afianzo el rifle sobre la arena. Compruebo paralaje, 19 aumentos, los codos bien apoyados, auriculares y tapones. Estoy cómodo. Por fin aparece, impecable, el venado en el cristal. Está atravesado con la cabeza mirando hacia la izquierda. Me tomo mi tiempo. Sitúo el retículo inferior sobre la paleta, no se mueve nada. Aviso a los compañeros para que se protejan los oídos y comienza ese instante tan corto, tan infinito, en el que pieza y hombre son sólo uno. Absolutamente concentrado, cuento, tenso y sin más, se rompe la paz atravesando más de un kilómetro en un instante. El venado emprende hacia abajo una alocada carrera. Ha acusado el impacto antes de que el sonido haya llegado a sus oídos. Se va frenando y trastabillando, para parar 100 metros más abajo.
Por el catalejo observan la sangre trasera. Está en ese baile letal parecido al de los toros de lidia antes de doblar. Cometo una torpeza. En vez de dejarlo echarse y enfriar, ansioso, trato de rematarlo y le disparo de nuevo, esta vez con el nodo superior. Toco otra vez. Nueva arrancada, eso sí, con menos fuerza, perdiéndose en los escarpes de la derecha, lugar que apuntaban ya, la dificultad de un cobro… Y así fue. Buscamos pero no encontramos. Alta montaña rota, brezales de tres metros, un universo donde el hombre no es nada. Sabor agridulce de un límite soñado, amargura de lo inconcluso. Jugar con el límite a una sola baza puede tener esta cara. La tierra es madre, y tal vez, algún día, me devuelva algo que por un instante toqué.

Mi más sincero agradecimiento a las empresas Pentaflex, J. Esteller y Armería Senén Nava de Gijón, Asturias.
Sin su colaboración la realización de este artículo hubiese sido imposible.

{imageshow sl=13 sc=1 /}

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.