A finales de septiembre y principios de octubre, en algunas de nuestras sierras y montes, los bosques se tiñen de amarillo, rojo y castaño… Y la fuerte berrea de los venados da paso a la ronca más suave de los gamos. A pesar de no ser tan espectaculares, algunos lo llaman la brama menor, no deja de ser uno de esos momentos únicos que la naturaleza nos ofrece.
Los gamos son animales más sociables y menos robustos que los venados, por eso, las luchas entre los machos durante la ronca no son tan violentas como en la berrea; sin embargo, la razón es la misma: la perpetuación de la especie mediante una confrontación en la que gana el más fuerte.
Como la berrea, la ronca está fuertemente influenciada por la meteorología, sobre todo por las lluvias de septiembre, y suele durar entre dos y tres semanas. Éste es el mejor momento para una buena cacería de gamos, no sólo porque hace que sea más fácil localizarlos en la caza a rececho, sino, sobre todo, porque sus trofeos, formados por bonitas palas llenas de puntas, todavía están en buenas condiciones.
Inteligencia contra instinto
Buscando estas sensaciones, una vez más tuve el privilegio de cazar en Vale Feitoso, una zona de caza mayor por excelencia, en la que cientos de cazadores consiguieron magníficos trofeos de venados, muflones, gamos y jabalíes, a lo largo de las últimas décadas.
Esta vez anticipé mi cacería y llegué a primera hora de la tarde, porque, al igual que la ronca, también mi vida profesional está fuertemente influenciado por fenómenos meteorológicos, lo que hizo que supiese de antemano que apenas tenía un día y medio de buen tiempo para cazar, en los comienzos de un otoño muy lluvioso.
A pesar de que los gamos no se esconden en la espesura cerrada, como los grandes venados, ellos también buscan refugio en el monte durante el día, siendo el amanecer y el atardecer las mejores horas para verlos en las zonas más limpias. Por esta razón, en cuanto llegué a Monfortinho me dirigí de inmediato a Nave Sobreira, el área de caza que me habían adjudicado, y en donde mi amigo Ricardo Estrela me dio la bienvenida e indicó cuales eran los lugares más querenciosos, en los que en las últimas semanas habían localizado algunos buenos trofeos.
El viento soplaba desde el sur y era muy molesto, lo que provocó que gastase la primera hora en un largo paseo, recorriendo las zonas que me había indicado, y evitando ‘meter la pata’ en los terrenos de la caza, para después, con el viento a favor, empezar mi búsqueda. En la caza a rececho se enfrentan la inteligencia del cazador con los instintos y los sentidos del animal, y son precisamente los sentidos del olfato y del oído los que pueden se pueden ver incrementados o disminuidos por el viento, lo que los convierten en los dos factores más relevantes de nuestro éxito o fracaso.
Nave Sobreira no tiene vallados cinegéticos y es una zona espectacular con vegetación típica de bosque mediterráneo, con algunas sierras y montes de laderas suaves, con varias charcas y arroyos bordeados de fresnos y robles. Fue en estas praderas donde encontré los primeros rastros de caza, tierras hozadas por los jabalíes, huellas, excrementos, brotes mordisqueados y algunas estevas marcados por los gamos.Si hay señales, los bichos pueden estar cerca, y es mejor caminar en silencio y con precaución, usar la sombra y la cobertura vegetal que el terreno ofrece, buscar con los prismáticos y escuchar. Después de todo… ¡el cazador también tiene sentidos!
La ‘gente joven’
Al doblar un cerro descubro las primeras gamas. Es un grupo de media docena y están sólo a unas pocas decenas de metros, a la sombra de unas encinas. No veo ni escucho ningún gamo en las proximidades, pero espero, escondido, unos minutos para asegurarme. Después me retiro sin delatarme, cuanto más calmado esté el monte mucho mejor para el cazador, las hembras a la carrera en fuga, pueden crear un gran alboroto… y llevarse con ellas nuestro soñado trofeo.
Continúo mi búsqueda y dos kilómetros más adelante encuentro una gran charca, cercada de matojos altos. No tengo duda de que éste también puede ser un buen lugar para encontrar lo que quiero, por eso, me acerco con mucha precaución y cautela. No tardo en descubrir dos gamos jóvenes que se entretienen mutuamente con pequeñas escaramuzas, pero no roncan ni luchan, sólo brincan y juegan, cosas de ‘gente joven’.
La tarde va cayendo… pero no consigo escuchar la ronca de ningún gamo. Tal vez debía de haber hecho esta cacería una semana o dos antes… tal vez. Como en tantas ocasiones, la caza tiene siempre muchos tal vez… ¡y me alegro!
Pero si no los escucho, trato de verlos, o al menos lo intento… Subo a un alto con una vieja casa en ruinas. Un precioso bando de perdices vuela hacia abajo, mientras observo con los prismáticos si hay algún trofeo que valga la pena en una sierra lejana. Estoy de suerte, puedo ver un grupo de nueve gamas con dos machos, uno de ellos parece muy bueno. Suben hacia la cuerda, poblada de alcornoques, por mitad de la ladera. Voy a rodear la sierra, subiré hasta la cuerda por detrás, e intentaré cortarles el paso más adelante.
El vareto vigía
Hago un gran esfuerzo para caminar rápido, pero tengo que tener mucho cuidado para no ser sorprendido por alguna res que ponga a las demás a la carrera. Llego a la cuerda y empiezo el descenso, el viento es perfecto, pero una bandada de azulones lía una zapatiesta de graznidos. Esto tiene mala pinta…
Me acerco al lugar en el que creía que iba a encontrarlos, buscando entre los chaparros, pero no encuentro lo que quería. Se levanta una liebre de mis pies… pero no, ya no hay nada que espantar. Estoy empezando a dudar de mi capacidad de ‘adivino…’ y de cazador, los gamos no están aquí y ni siquiera encuentro el rastro de su paso. Me buscaron las vueltas…
Decido darme otra vuelta por esa sierra, por los testeros y sopiés, donde también hay algunas charcas. El día llega a su fin y debería escuchar a los gamos roncar ya que estas son las horas en las que son más activos, pero hasta ahora… ¡nada!
Me encamino en la dirección en la que quedé para que viniesen a recogerme al anochecer y me encuentro con un gamo joven, un vareto. No sé quién se asusta más, si él o yo. Trato de evitarlo pero se sube a un cerro y continúa muy atento a mi caminar.
En esas andaba cuando escucho un ronquido más abajo, dudo que sea un gamo, tal vez un jabalí en su camino hacia una de las charcas. Pero… ¡no, es realmente un gamo!, la ronca se repite con una frecuencia increíble, ¡algunos dicen que el gamos ronca sesenta veces por minuto!
Todavía está a distancia, y la ronca viene de uno de las charcas del sopié de la sierra… y parece que siempre es el mismo. El sol está a punto de ponerse y el vareto continúa en su atalaya. Me aproximo con cuidado. Por el jaleo que arma, estoy seguro de que el gamo sube por la ladera hacia mí.
Me escondo detrás de una carrasca, pero sigo preocupado por el dichoso vareto que aún puede verme.
La caza…
El gamo continúa con su ronca y poco a poco se va acercando. Lo busco con los prismáticos y me lo encuentro unos cientos de metros, viene derecho hacia mí siguiendo un arrollo entre la arboleda. Decido colocarme al otro lado de la carrasca, lejos de la mirada indiscreta del vareto.
Me mantengo emboscado, apunto al gamo y lo veo a través de la mira. A pesar de venir de frente, y de no ser la mejor posición para evaluar el trofeo, las palas me parecen lo suficientemente anchas y largas, son oscuras, gruesas, y con buena altura y envergadura. Y las puntas están en buenas estado. En definitiva, un gamo muy hermoso con un buen trofeo.
No para de roncar y está cada vez más cerca. Si le dejo me pasará a unos pocos metros. Me acuerdo del vareto y me da miedo que se espante. El gamo continúa de frente y ya está muy cerca, a poco más de cincuenta metros; apunto al centro del pecho, donde empieza el pescuezo, y disparo. Cae el gamo y el sol se pone por detrás de la sierra…
Todo queda en silencio… y recuerdo las palabras de un gran cazador, el difunto Antonio Salgado:
«Cazar es comprender la naturaleza interviniendo en el proceso ecológico, participando en el equilibrio y en los secretos de la sensatez y de la armonía universal.
La caza es una forma de acercamiento al mundo tradicional a la cultura de nuestros antepasados que mantuvieron un contacto estrecho y dependiente de la naturaleza.
La caza, finalmente, una escuela de paciencia, de coraje, de deportividad, de concentración y de elevación espiritual».
En la cacería de este gamo sentí, viví y honré el espíritu de las palabras de este gran señor, allí donde tanto le gustaba estar y cazar. CyS
Por Joao Corceiro / SCI Lusitania Chapter