Internacional

El bushbuck, un ‘jeroglífico’ por descubrir en África

BUSHBUCK

No existe en el mundo un paisaje más hermoso y que dé más sensación de felicidad que el campo de nuestro bellísimo continente oscuro.
La técnica de caza en selvas y sabanas (Juan L. Oliva de Suelves)

El antílope jeroglífico  o antílope harnaché o guib, nombre que recibe en los países francófonos, es uno de esos animales que no dejan indiferente a ningún cazador. Tanto si estás iniciándote en la caza africana como si llevas ya varios safaris a tus espaldas, este curioso y delicado antílope representa uno de los iconos africanos por excelencia.

Su nombre anglosajón, bushbuck, es descriptivo del lugar donde suele habitar este ungulado de talla mediana. Y es que el denso bosque y matorral representan para él el lugar idóneo donde poder alimentarse y refugiarse pasando totalmente desapercibido. Este comportamiento, junto con su hábito de estar solos o en pareja, es lo que hace que, en cierta manera, su caza se parezca a la del corzo.

Su nombre es Tragelaphus scriptus y son muchas las opiniones sobre subespecies. Algunos autores,  en un intento de clarificar la cuestión, nos hablan de dos grandes grupos: el kewel (T. scriptus) y el imbabala (T. sylvaticus). En mi caso, el animal objeto de mis últimas experiencias ha sido el bushbuck del Cabo (T. s. sylvaticus). De porte mediano y con un manto donde los tonos marrones oscuros y blancos prevalecen en los machos, representa una de las especies más emblemáticas de los bosques sudafricanos.

Su longitud total oscila entre 1,36 y 1,66 m (machos) y 1,3 a 1,5 m (hembras). La altura de cruz se sitúa en los 80 cm para machos y 70 cm en hembras. Los pesos varían entre 45 kilos, machos, y los 30 kilos en hembras.DSC08048

Localización del ladrido

En otras ocasiones, nos es muy útil escuchar el ladrido del ‘jeroglífico’, tanto si nos ha localizado a nosotros como si lo emite por la proximidad de algún depredador. En estos casos, será muy difícil llegar a poder recechar a ese individuo que se muestra muy receloso y que buscara lo más profundo del bush para camuflarse. Actuaremos dejando pasar un tiempo para volver a intentar su caza. Tendremos mucho ganado ya que sabremos que en una determinada zona habita un animal concreto. IMG_4900

Me viene a la memoria una fría mañana de agosto cuando nos encontrábamos prospectando unas zonas de socaire muy enmarañadas cuando, a escasos metros, escuchamos el ladrido ronco de un macho de bushbuck. Vi que ni profesional ni tracker mostraban gran interés, simplemente se limitaron a colocar un montoncito de piedras en la zona. Y, así, en esa mañana se sucedió el mismo acontecimiento al menos cuatro veces más en diferentes lugares. La forma de proceder de ellos fue exactamente la misma.Cuando regresábamos al campamento, se me ocurrió preguntar el porqué de aquella conducta. La contestación fue tan aclarativa como contundente: «Pasado mañana volveremos a revisar aquellas zonas y te garantizo que conseguiremos poner a tiro de algunos de aquellos machos». Se habían hecho los deberes para futuras jornadas.

Su alimentación se basa en hojas, brotes, flores y frutos, aunque no desprecian la fina hierba. Los veremos como asiduos moradores de tierras de cultivo en horas tempranas y en los últimos momentos del atardecer. Son en esos momentos donde parecen perder su implícita desconfianza y donde tendremos alguna posibilidad de acercarnos a ellos en bonitos recechos finalizados con tiros muy asequibles en lo que a distancia se refiere.

Valorar el trofeo

Siguiendo el criterio de algunos especialistas sudafricanos podremos encuadrar las fases de la vida del bushbuck en cuatro etapas que nos ayudan a la hora de valorar el trofeo:

•Inmadurez: aquí encuadraríamos a los machos de 0 a 30 meses de edad. En este caso no habrá lugar a la duda, ya que nuestro protagonista portará unos finos, cortos y puntiagudos cuernos. Su cuello en estas etapas de juventud es enjuto y poblado de pelo fino.

Mediana edad: con menos de tres años. En este caso, el cuello cada vez va tomando un aspecto más ancho y compacto, mientras que en su cornamenta comienza a dibujarse una forma acampanada.

•Madurez: con más de cinco años los cuellos se muestran plenamente desarrollados, comenzando la pérdida de pelo en la zona que hace tan característico a este animal. Dependiendo de la genética del individuo, nos encontraremos con trofeos que van desde las 13 pulgadas (trofeo representativo) hasta las 16 para animales que son considerados como auténticos ‘monstruos’.

•Vejez: al sobrepasar los ocho años entra en una fase de decadencia física. Los cuernos generalmente se presentan rotos o rasgados, y la piel comenzará a mostrar ciertas calvas, perdiendo su aspecto uniforme. Estos ejemplares se muestran muy vulnerables a los efectos que se derivan de una climatología adversa, como pueden ser sequías, escasez de alimento o periodos de frío extremo.DSC08092

Machos terminados

Aunque siempre nos dejemos llevar por el criterio del profesional, algunos aspectos para conocer si nos encontramos ante un ‘macho maduro terminado’ son:

Tamaño de cuernos: sus pabellones auditivos rondan las 6 pulgadas; si sus cuernos abarcan más del doble nos encontraremos que sobrepasa las 12. Con 13 pulgadas (33 cm) nuestro trofeo es representativo. Con 14 pulgadas (35,6 cm) hablamos de animales realmente buenos. Las 15 pulgadas (38,1 cm) representan el umbral para que nuestro trofeo sea considerado como Rowland Ward. A partir de las 16 pulgadas (40,6 cm) hablamos de trofeos únicos y extraordinarios.

Color de la piel: se tornará más oscuro en los machos adultos. Es destacable una pérdida progresiva de cabello encontrándonos con zonas lampiñas. DSC08084

•El frontal del animal va perdiendo pelo con el paso del tiempo, dando un aspecto algo deslucido.

Color del cuerno y textura: mientras que en los jóvenes las bases de los cuernos muestran tonos grises, en los adultos, tornarán más oscuras y agrietadas.

Las puntas de los cuernos de los machos adultos, al igual que ocurre con el kudu o el nyala, pueden exhibir una terminación en color marfil, aunque es menos común en los mencionados animales.

El cuello de un gran macho se nos mostrará ancho y con falta de pelo en todo su diámetro, tomando una coloración grisácea con aspecto aceitoso, debido a las glándulas utilizadas por éstos para marcar su territorio.

Calibre y tipo de bala a usar

Merece la pena acudir a la obra del veterinario y cazador profesional, Kevin Robertson. En el capítulo dedicado a su caza comenta: «La naturaleza del hábitat del bushbuck garantiza que la mayoría de los disparos serán a una distancia relativamente corta. Asustadizos y reservados, no es probable que nos ofrezcan una oportunidad de disparo perfectamente colocados. La mayoría de los disparos se realizarán de forma precipitada, a través de algún tipo de vegetación entre medias, y no siempre a un blanco inmóvil. Todo ello nos lleva a la conclusión de que necesitamos un rifle manejable y rápido de encarar en un calibre grande apropiado, y una bala blanda de punta redonda relativamente pesada disparada a una velocidad inicial modesta. (…) El 7 x 57 mm, el 308 Win., o un 30-06 y balas apropiadas de 175, 180 y 220 grains, respectivamente, es lo más pequeño con lo que uno debería razonablemente ir armado para el bushbuck en estas situaciones».

Deberemos mostrar un comportamiento muy respetuoso con los heridos, ya que su fama de agresivos la ganaron de sobra con numerosos casos de cargas que desembocaron en aparatosas heridas produciendo incluso alguna muerte en las etnias nativas, profesionales y cazadores extranjeros que no fueron lo suficientemente prudentes o eran desconocedores de esta característica. IMG_5003

Características de su caza

En mi último viaje a la tierra de la eterna sonrisa tuve la posibilidad de tener varios encuentros con nuestro protagonista que definen los aspectos más importantes de su caza. El lugar elegido pserían las Rolling Hills ubicadas a escasos kilómetros de Grahanstown. Estos agrestes parajes sudafricanos son el refugio y paraíso natural para el imbabala.

En nuestra primera jornada de caza, me encontraba acompañado de Owen, hermano de mi anterior PH; de Twenty, un experimentado tracker, y de Bullet, un mestizo de terrier y jack russell, que demostró ser un auténtico maestro en sus perrunas labores.

Eran algo pasadas las ocho de la mañana cuando paramos el coche para asomarnos a una riscalera que daba a una inmensa ladera. Con mis prismáticos fui descubriendo la vida animal que habitaba aquel idílico lugar. El tiempo transcurría rápido y ya llevábamos algo más de tres cuartos de hora en la misma posición. Repasaba y volvía a repasar con los binoculares aquellos lugares del horizonte donde pensaba que podía tener alguna sorpresa. Así, descubrí dos bellezas anaranjadas en forma de hembra de bushbuck que se encontraban, literalmente, inmóviles. IMG_4913

En uno de los descansos que hacía de las labores de observación con los prismáticos, vi, a simple vista, lo que era una mancha marrón, casi negra, en la zona más alejada de nuestra ubicación. Rápidamente, con la ayuda de las lentes, pude observar las traseras de un macho de bushbuck. Mis acompañantes no se habían percatado de aquel minúsculo detalle y, al indicarles con el dedo la zona, eran incapaces de localizar al animal.

Estuvimos largo rato hasta que conseguí que lo vieran. Estábamos a más de 400 metros de distancia y aquel frondoso escenario hacia prácticamente imposible el avistamiento. A los pocos segundos el animal se movió y desapareció en la espesura del bush. La decisión fue unánime y sin apenas discusión: iríamos en su búsqueda aprovechando que teníamos el viento de cara y no parecía haber ningún otro animal en nuestro camino.

Dejamos entonces a Twenty en aquella ventajosa posición para bajar a buen ritmo una ladera y subir la opuesta utilizando el cauce de un arroyo y su espesa vegetación como parapeto. Hacíamos numerosas paradas para repasar cada hueco, cada resquicio de claridad en aquel universo verde.

A cada paso que dábamos, Owen prospectaba con ahínco, incluso de rodillas, intentando ver algo entre el espacio que dejaban los troncos de los variados arbustos. Su cara de concentración le tenía sumido en una búsqueda parsimoniosa.

En la enésima parada y con la repetida forma de actuar, como salido de la nada, pude ver al bushbuck caminando justo en el lado opuesto de aquella ladera. Su careo era parsimonioso y no había detectado nuestra presencia. Al tocar a Owen en la espalda, éste se encogió y se llevó un buen susto, que incluso fue mayor cuando le enseñé la ubicación del animal. El resto del lance fue rápido y sin excesiva complicación, pero, el rececho, ese acercamiento sin saber ciertamente qué ocurriría y con un grado alto de la bendita incertidumbre que hace que cada día me guste más el noble arte venatorio, había llenado con creces mis expectativas. Para mayor deleite, en aquel preciso momento comenzó a llover en un marco incomparable, como si el cielo echase en falta a aquel precioso macho que perdió su vida en época madura, justo en aquel bosque le que había visto nacer, crecer y vivir una vida salvaje rodeado de peligros.

Escondido en el bosque

Otro día, en una ventosa y fría jornada de tarde, nos afanábamos en intentar encontrar animales en las zonas más protegidas. Pasábamos largos ratos buscando bushbucks en aquellos reductos de euphobias y aloes. La composición arbórea del paisaje era realmente bella y es que el bosque del Cabo destaca por sus diferentes tonalidades de verdes y marrones. Los tipos de arbustos y arboleda son muy variados destacando los fynbos, acacias, Phaseolus vulgaris (spekboon), los aloes (tanto el amargo como el escalador) y un sinfín de euphobias (entre ellas, la de río, la de la miel y el árbol africano de leche).

Es por eso que, muchas veces, sumidos en el deseo de encontrar a nuestra preciada pieza, no prestamos la atención que se merece al lugar donde estamos llevando a cabo nuestra actividad. Para muestra valga un botón. En mi caso particular, cada vez que acudo a cualquier tipo de campo, intento por todos los medios captar todo lo que ese entorno me puede ofrecer. A veces estoy tan absorto en ese ejercicio de percepción que me llego a despistar de lo que es en sí el lance cinegético.

Me comentaba un amigo orgánico que un cliente, al finalizar un safari, le vino a decir: «Es curioso, pero en esta zona he visto muy pocos pájaros». Muy posiblemente él no los viera por falta de atención o por encontrarse sumido en el deseo de encontrar nuevos lances cinegéticos sin más, ya que, por ejemplo, cada mañana que me encontraba esperando a mi equipo para salir de caza, justo en el árbol que había al lado de donde se aparcaban los todoterrenos, podía disfrutar de la presencia de, al menos, una veintena de especies de aves.

Volviendo de nuevo al relato de lo sucedido aquella tarde, se nos estaba echando la noche encima cuando, en uno de aquellos intricados arroyos pudimos observar un macho de bushbuck ramoneando entre la espesura. El acercamiento se presentaba muy complicado porque, en este caso, había una manada de más de una decena de elands a escasos cien metros del animal, junto con otro grupo de impalas justo detrás de él.

Así las cosas, necesariamente airearíamos a unos u otros. Tampoco podíamos realizar un disparo largo debido a la frondosidad de la zona donde se encontraba nuestro antílope.IMG_4908

Con buen criterio, Owen me propuso acercarnos muy poco a poco para que los elands, que necesariamente detectarían nuestra presencia, abandonaran la escena de forma más o menos sosegada, con lo que comenzamos a descender de forma pausada.

A escasos minutos, más de una veintena de ojos miraban en nuestra dirección de forma desconfiada. Una de las hembras resopló y sus compañeras, al unísono, comenzaron a trotar con ese paso tan característico de esta especie. Su trayectoria las llevaría a pasar a escasos treinta metros de donde habíamos dejado a nuestro macho.

Al cruzar a su lado, dejamos de ver al animal, que pareció absorbido por el bosque. Sabíamos que las posibilidades de fracasar eran muy altas, pero, lejos de desanimarnos, esperamos inmóviles a que se produjese algún tipo de novedad. El silencio sepulcral en el ambiente sólo se veía roto por las potentes rachas de viento del norte. Nos afanábamos con los prismáticos en intentar encontrar algo que delatara su presencia.

Fue entonces cuando la diosa Fortuna se puso de nuestro lado. Como un resorte y surgido de la nada, volvió a aparecer esa esbelta silueta de color marrón. Había utilizado una estrategia de ocultación confiando en su capacidad de mimetismo. Fue sólo la gran experiencia que tiene Owen en este tipo de animales lo que nos permitió poder llegar a localizar le de nuevo y colocarnos en posición de tiro. El resultado de nuestra revuelta tarde de caza fue un precioso trofeo de bushbuck con unas defensas gruesas y muy gastadas debido a la edad del animal.

La última pelea

Ya en el ecuador de mi safari, en una fría y desagradable mañana de agosto, nuestro destino era prospectar la ribera del río Fish a su paso por Koonap, la finca donde nos encontrábamos cazando.

Los recuerdos que me venían a la cabeza de mi anterior viaje eran totalmente idílicos, ya que había disfrutado sobremanera de aquella experiencia, tanto por la belleza de aquel privilegiado entorno, como por la abundancia de animales que pudimos ver. Recordaba un impresionante macho que no pude llegar a tirar porque, en aquel caso, los sorprendidos fuimos nosotros. Su imagen desapareciendo sin prisa en aquella maraña de acacias todavía sigue viniéndome a la cabeza algunas noches.DSC08034

Al descender de la montaña para tomar los caminos arenosos de sus márgenes, todo estaba tal y como yo lo recordaba. Aguas tomadas, pronunciadas torrenteras, abundante pasto verde en sus misteriosas orillas; todo seguía allí siendo testigo mudo del paso del tiempo. Cuando comenzamos a caminar aprovechando el ruido del viento éramos sabedores de que, en esta ocasión, Eolo, aunque traía una fuerza desagradable que hacía llorar a nuestros ojos, nos iba a ayudar en las labores de entrada a las posibles presas que por allí moraban.

Y es que nuestro abanico de posibilidades era amplísimo. Allí se cobraban, temporada tras temporada, buenos ejemplares de facochero, impala, duiker, steenbuck, eland, y, por supuesto, bushbuck.

En un lento caminar, fuimos avanzando mirando en todas las direcciones sin éxito. El tiempo transcurría veloz y hacía ya varios minutos que habíamos sobrepasado las dos horas de caminata. Únicamente un macho solitario de impala había llamado nuestra atención hasta que lo pudimos evaluar convenientemente. Más tarde fue un reedbuck de montaña el que entró en escena, ubicado en una ladera paralela a nuestra trayectoria. Portaba unos cuernos importantes, pero desestimé su rececho, ya que tenía el presentimiento de que nos aguardaba algo más motivante, sin mucho menos querer menospreciar aquel hermoso animal.

La mañana transcurrió sin más novedades hasta bien entrado el mediodía. Con el sol radiando sobre nuestras cabezas era el momento ideal para poder encontrar algún jeroglífico en las sombras producidas por la vegetación.

En un rapidísimo lance, a unos cien metros de nosotros, pudimos observar dos siluetas marrones emprender una velocísima huida desde la zona del río hacia una pared casi vertical repleta de vegetación muy espesa. Entre el camino y aquel caprichoso dibujo geológico, sólo distaba una pequeña duna arenosa con unos cañizos entremezclados a acacias. De buenas a primeras nos encontramos desbordados por los acontecimientos, ya que ambos animales cruzaron delante de nosotros sin forzar mucho la carrera, dibujando una imaginaria línea casi perpendicular entre nuestra posición y su cobijo. El primero de ellos era más joven y portaba unos cuernos muy irregulares, mientras que el segundo, de un tono más oscuro, hacía gala de unas astas gruesas pero no muy largas.

La inminencia del lance hizo que, tras pedir el oportuno consentimiento a mi guía, el segundo de los dos machos encajase un tiro rápido asemejándose a los que se realizan a ciervos y gamos en nuestra inigualable montería española.

Al extraer las conclusiones sobre aquel curioso comportamiento, Owen y el que suscribe llegábamos a la misma deducción: conocedores de su territorialidad, sorprendimos a los machos en una encarnizada pelea o en fase previa de intentar mostrar a su adversario todo su potencial. Ellos no se habían percatado de nuestra presencia y el macho mayor, armado de más experiencia, bregaba con el más joven intentándole expulsar de sus territorios. DSC08042

 

Por Alfonso Mayoral 

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