Una vez más me encuentro con mis amigos Lloyd Bengtson y Kallie Coetsee en Sudáfrica, otra vez en el área de Timbavati, y cómo no, después de tanto tiempo, compartimos regalos y muchas anécdotas, entre otras cosas…
Por Arturo S. Lope
Nos dispusimos a cenar. El servicio del campamento era magnífico, la mesa decorada al más puro estilo africano, y como banda sonora el aullido, o risas, de las hienas de fondo.
Después de la maravillosa cena, preparada por Lloyd –que constaba de un pescado llamado snoek en papillote, con mermelada de albaricoque, hierbas, limón, y cocido a las brasas del fuego–, nos sentamos junto a la hoguera. Aquella noche de junio ya hacía frío y llevaba chaqueta puesta, habiendo disfrutado del brai o barbacoa, como lo llaman ellos, y continuamos la charla junto con una copa de khalua, un licor parecido al Baileys, obtenido de una fruta del lugar. Kallie, nuestro profesional, me insinuó que cazara un búfalo cafre, y le dije que me haría ilusión sentir por primera vez la sensación de la caza peligrosa, ‘mi bautizo’ en los cinco grandes, y, además, podríamos vender la carne para hacer biltong, cosa que, como profesional de la cocina, me atraía mucho.
Me dijo que en una reserva cercana a Timbavati, a la que iríamos a la mañana siguiente, si teníamos suerte, veríamos huellas de búfalo y que sabía, por los guardas, que había un macho solitario excepcional… Nos dimos las buenas noches y cada uno se dirigió a su habitación.
Esa noche he de admitir que me costó bastante conciliar el sueño, pues no cesaba de imaginarme el lance sobre ese búfalo, analizando meticulosamente todos los detalles en mi cabeza.
Siguiendo huellas
El despertador sonó. Eran las 05:45 horas, plena madrugada. Me duché, me vestí y nos vimos todos puntuales a las 06:00 en la cocina tomando un Nescafé acuoso (¡cómo echaba de menos un buen café por las mañanas!).
Nos subimos al magnífico Toyota de Kallie y nos dirigimos por las pistas del Limpopo hacia la reserva. Allí nos esperaba el guarda de la misma y Suri, el tracker/skinner de Kallie. Organizamos la partida de caza y nos dirigimos con el vehículo, lentamente, visualizando el camino, en busca de huellas de búfalo que, a los pocos kilómetros, encontramos. Es curioso como siguen la pista de los animales desde el coche: el tracker se sienta en el morro del vehículo y va mirando al suelo, distinguiendo las diferentes huellas de animales y sus correspondientes direcciones, me atrevería a decir que predicen la hora a la que cruzaron la pista. Una vez halladas las huellas del animal que supuestamente estábamos buscando, decidimos bajar del vehículo y planificar el seguimiento. Kallie y Suri se quedarían en el coche y la partida la organizaríamos entre Lloyd (con la cámara), Evert, el profesional, el guarda y guía de la reserva (un local) y el cazador, o sea, yo.
Las hembras peligrosas
A los 45 minutos de seguir huellas, entre la arboleda pudimos observar una manada de búfalos. No sabría describir cuántos vimos, dado que estábamos cazando entre arbustos bajos y la visibilidad, a veces, si teníamos suerte, era de 50 metros.
Creo que una veintena de animales iban por delante, la mayoría hembras con sus crías. Evert me advirtió que las hembras solían ser más agresivas que los machos y tomamos precauciones, siempre observando de donde venía el viento. Al cabo de un largo ‘corre que te pillo’ al que estuvimos jugando –por supuesto, con todos los sentidos puestos en la cacería–, tuvimos la gran suerte de encontrar al macho. ¡Era enorme!
Calculamos que sería de unas pasadas 40 pulgadas y se podía observar la madurez reflejada en su cara. Nos miró desafiante, se mantuvo en su posición y, cuando decidimos apuntarle, se internó entre los arbustos y desapareció. Fuimos tras él con mucha cautela, le seguimos durante más de una hora y media, pero a mí me pareció como si fuesen quince minutos… Me acuerdo perfectamente, al arrodillarnos, de ver a mi derecha la piel de una serpiente de unos 90 centímetros, color oscuro, entre gris y azulado… Lo primero que me paso por la cabeza es que se trataba de una mamba negra o algo similar, pero no quise preguntar por que no soy fan de las serpientes.
Cuando nos dimos cuenta, el macho estaba tumbado bajo la sombra de unos matorrales, a la izquierda del grupo de hembras. Evert me insistió en entrarle y realizar el lance. Su estrategia era plantarnos sigilosamente a unos 50 metros y llamar su atención para que, cuando se alzase de su encame, pudiese dispararle al corazón. Bien, ya teníamos plan… Ahora había que desarrollarlo. Agachados, nos fuimos acercando a su posición, revisando en todo momento la dirección del viento para no ser delatados. Una vez colocados, pude observar como, a nuestra derecha, las hembras nos miraban.
Evert me colocó los sticks delante y coloqué mi Mauser M03 calibre .375 H&H, alimentado con punta blindada de 300 grains, sobre ellos. Evert hizo un aspaviento bastante sonoro que levantó al búfalo. Yo estaba respirando profundamente y he de reconocer que estaba nervioso: era mi primer lance a un animal de los considerados como peligrosos… Le apunté, mientras notaba como palpitaba mi corazón y, de repente, escuché el crujir de los matorrales, oí algo trotar, galopar, no sabría cómo describirlo… ¡el suelo temblaba! A nuestra derecha, ¡una hembra se dirigía hacia nosotros a un trote bastante amenazador, levantado su nariz como si nos estuviese oliendo! Pude ver sus ojos mirando desafiantes y… ¡venía, venía, y no paraba! Evert agarró los sticks, el guarda se echaba para atrás, y yo con él. En todo momento tenía el arma en alto, reaccioné como si de una perdiz se tratase, no lo dudé ni un segundo, le apunte a la cabeza y, cuando la teníamos a 20 metros al trote en nuestra dirección, apreté el gatillo… Fue un encare de lo más natural. Sentí, por un momento, como si de caza al salto se tratase.
Se fue de morros al suelo, la bala le penetró entre la nariz y los ojos, atravesando todo el cuello. Quedó derrumbada en el acto, se desplomó como si de un saco de patatas se tratase… Cargué el arma de nuevo e, inmediatamente, me quedé mirando a la hembra, buscando a las otras y vigilando al macho. Estaba… no aturdido, pero algo parecido; mi cabeza no dejaba de dar vueltas y recuerdo que me agaché, colocando una rodilla en el suelo para poder tener mejor visibilidad entre los arbustos… Pude observar como todos se marchaban en estampida y ¡di gracias a Dios por ello!
Vuelve la calma
Me temblaban las manos, estaba adrenalítico perdido… Evert no llevaba consigo su arma, ¡la llevaba Lloyd, el cámara! Mi enfado fue monumental. Evert estaba pálido y… ¡el guarda daba saltos de alegría! Me acuerdo que lo primero que dije fue que no me podía creer que el rifle lo llevase el cámara. Doy gracias por la suerte que tuvimos ese día, porque ‘la profesionalidad’ del guía fue nula y dejaba mucho que desear. En estos casos es cuando te das cuenta de que, a veces, pagar más por una cacería de este tipo te da la garantía de trabajar junto a profesionales que están para guiarte y proporcionarte seguridad.
Llamamos por radio a Kallie, que tardó poco en llegar con el vehículo. Durante ese tiempo nos acercamos a la hembra por detrás y, con el cañón, le tocamos la retina del ojo y pudimos confirmar que estaba muerta; su tamaño era apreciable y tenía cierta similitud a la de un toro de lidia. Pudimos ver la penetración de la bala por la parte superior nasal, fue un tiro muy acertado y muy bien colocado.
Hicimos las correspondientes fotos y cargamos con el winch al animal en la parte trasera del Toyota, que ocupaba toda la caja y nos obligó a ir colgados como monos alrededor del vehículo.
Llegados al campamento, enseguida se pusieron Suri y otro chico a limpiar el animal, para luego salar la piel y cortar la carne para hacer el biltong –en la zona de Timbavati la carne de búfalo y los trofeos han de pasar un cuarentena antes de salir de la misma (no me quedó claro si se trataba de lengua azul o algo similar)–. Me arremangué y les ayudé a limpiar el animal, tardamos un par de horas hasta que tuvimos todo listo, la piel por un lado, el cráneo por otro, y la carne cortada para vender.
Llegamos, ya de noche, al campamento, me duché y, antes de cenar, me senté junto al fuego y en mis pensamientos analicé la jornada. Me di cuenta que en experiencias como éstas tienes que ser meticuloso y rodearte de profesionales, no obtuve el trofeo que esperaba, pero no lo cambio por la experiencia vivida y, como siempre digo, obtuve humildad y respeto… como se le debe tener al mar.
Miré hacia las estrellas y di gracias por ese día. Había tenido mi primer contacto con la caza peligrosa y ¡de qué manera!
Ya estoy contando los días que me faltan para volver otra vez y acabar lo que empecé…