Camina la caza a trompicones intentando encontrar el sitio que perdió en la sociedad. ¿Cómo pudo suceder? Posiblemente, por la falta de preocupación en un determinado momento, seguros de nuestra fortaleza, incapaces de reconocer, como serio, el peligro que nos acechaba.
La pasividad ha sido siempre el mal, actuando como una soga los mensajes comodones que invitaban a dejar pasar: «¡es mejor no hacerles caso, es mejor callar la boca, nosotros a lo nuestro…!». Y así, poco a poco, el cazador se vuelve un ‘raro social’, un ‘casi apestado’ dentro de un mundo que ha acabado por olvidar qué es y de dónde viene. Esto es lo que tiene la holgazanería del trabajo sin hacer, precisamente, la baza aprovechada por aquellos que luchan para vernos desaparecer. Sorprende, entonces, aún más, que siga vivo ‘el cobarde’, ‘el timorato’, los seguidores de la doctrina que nos trajo hasta aquí.
Por suerte, poco a poco van apareciendo luchadores que ganan espacio, entregando día a día su esfuerzo para reivindicar nuestro derecho a existir. Frente a ellos, la rancia cobardía de aquellos que siguen prefiriendo el silencio. No falla: detrás, siempre estirados y prepotentes, menospreciando al cazador de a pie, al rural, avergonzándose de la propia naturalidad de la caza, negando muerte y escondiendo la sangre como auténticos posesos, confundiendo respeto con esnobismo. Y es que, en el fondo, a estos ambiguos les espanta no ser ellos quienes caminan en cabeza, tratando con desprecio a quienes consideran inferiores, no aptos para pensar, no aptos para liderar por estar apartados de su elitismo, de su estilismo, olvidando que incluso la cultura no siempre es sinónimo de razón.
Se equivocan diametralmente, poner zancadillas es un error, mas cuando ellos no representan al cazador, como mucho, a una ínfima minoría. ¿Dónde está la masa social de la caza? En el pueblo llano, en las gentes apartadas de las ridiculeces que tratan de imponernos, tanto algunos de estos pseudopuristas como los propios animalistas.
Por suerte, estas mismas gentes en las que aún impera la cordura y la normalidad, se esfuerza a diario por dar ejemplo, por ofrecer a la sociedad mensajes positivos del mundo de la caza. Y es que ahí está el camino, la única baza realmente eficaz donde poder agarrarnos.
Reducidos los canales de difusión, que copa el ‘enemigo’, en nuestras manos el mundo infinito de la red. ¿Cómo trabajan ellos? Lanzando su mensaje machaconamente. ¿Cómo debemos trabajar nosotros? Haciendo lo propio con una ventaja añadida: estamos a pie de monte, a diario. Raro es el día que no me entran noticias de denuncias de problemas medioambientales, de salud animal, de cuidado, manejo y mantenimiento, de controles poblacionales, de accidentes con fauna. Cazadores salvando corzos, polladas de patos, jabalíes, instalando rampas en los canales, haciendo majanos, comederos, bebederos. Cazadores preocupados, denunciando la falta de medidas, la pasividad, ante la sarna que se come nuestros montes, la moscarda que arrasa al corzo, el conejo que sigue muriendo, la necesidad de limpias, el apoyo a las brigadas de incendios, la entrega ante fuertes nevadas… Cazadores denunciando el furtivismo, el robo de galgos, la explosión demográfica de depredadores como el lobo, la extinción del urogallo, nuestro aporte fundamental a la recuperación del lince o del oso.
Somos gastronomía, somos cultura, somos riqueza, aportamos nuestro propio dinero…
Machaquemos, con hechos, con ese trabajo que hacemos en silencio todos los días y nadie ve. Enseñémoslo, si no se muestra es como si no existiese. Estamos obligados, inundemos la red con un mensaje de trabajo y compromiso, un mensaje positivo: no hay mejor guardián para la naturaleza que un cazador.
¡Viva la caza!
Por Michel Coya