No deberíamos, no debemos, dejar en el olvido a aquellos que dejaron huella con su vida y son su ejemplo… Es justo, ahora, con el alma más serena y con el paso del tiempo, rendir homenaje a aquellos que, con su forma de vivir y sentir la caza, son, lo siguen siendo, un camino a seguir para defender esto lo nuestro. Y Short Magnum, Mario, es uno de ellos…
El mundo de la caza, nuestro mundo,sufrió la conmoción de la pérdida de un gran cazador –además de amigo– y, sobre todo, de una persona enorme. Por esta razón volvemos a realizar otro merecido homenaje a nuestro querido colaborador en estás páginas, de la mano del Safari Club Internacional y de tres grandes amigos que compartieron con él, además de su pasión por la caza, el sabor de la amistad, ese sabor dulce que, en aquella ocasión, nos dejó un regusto tan amargo en la boca… Nunca tan hermoso recuerdo…
Se acumularon de golpe los recuerdos...
Por Rodrigo Moreno
Agosto de 2016 se volvió muy amargo cuando recibí la llamada de Eduardo Romero para comunicarme una desgracia, de esas que te dejan helado y que deseas que fuera una broma de mal gusto: nuestro amigo Mario había fallecido en las montañas del Cáucaso ruso.
Yo me encontraba realizando un descaste de reses en las sierras de Andalucía, me quede mudo, incrédulo, ¡no podía ser verdad! Esa misma tarde Ramón Estalella, que también participaba en la cacería, nos mandó al grupo del whatsapp un mensaje confirmando la triste noticia. Revisé los mensajes y fotografías del grupo con las imágenes que nos habían mandado: la salida de Madrid, al subirse al helicóptero que les llevaría al campamento, justo antes de empezar a cazar…
Se acumularon de golpe los recuerdos, la ilusión que tenía Mario por esta cacería, remate glorioso para entrar por la puerta grande en la Cofradía Culminum Magister, formada por los más prestigiosos cazadores de montaña del mundo entero y en la que había sido admitido pocos días antes, algo que él aún desconocía.
Yo conocí a Mario por la feria Cinegética con la cual colaboró desde el principio y en la que, con su conocida generosidad, regalaba un detalle a todos los expositores, así como a los asistentes a las cenas que organizamos. La sintonía, como no podía ser de otra manera, fue inmediata: nos unía mi afición por las gominolas y la caza, en especial del jabalí y de las especies de montaña.
Por cierto, Mario es el único cazador que posee la máxima categoría del Premio Suma Hispánica que distingue a quienes han conseguido toda la fauna española, tanto con rifle como con arco.
Era una persona sencilla de trato, de sonrisa fácil y corazón generoso, empresario de éxito y con una pasión, ¡la caza! Aseguraba que había nacido para cazar, así tituló su libro y así murió como él deseaba, cazando en la montaña y no en cualquiera, en la más dura del mundo.
Yo creo que tenía verdadera alma de cazador. Su padre, Onésimo, me contó con cuanta afición marchaba a su coto tan pronto le avisaban que se había visto un buen guarro, pasaba la noche de espera para luego llegar a primera hora a la oficina cumpliendo con sus obligaciones. Era de esas personas que cazando gustan de lo auténtico, respetando siempre dar oportunidades a la presa, por eso utilizaba tanto el rifle como el arco. Viajó y cazó por todo el mundo llevando siempre nuestra bandera para, al terminar la cacería, posar junto al trofeo con los colores de España.
Todos los cazadores tenemos un animal preferido, el de Mario era el jabalí, no perdía oportunidad de hacer un aguardo a un macareno y, si tenía éxito, fuese la hora que fuese, nos mandaba una foto a sus amistades. Puedo asegurar que he recibido muchas, a horas intempestivas, y siempre las contemplé con la sana envidia del momento vivido por un amigo. Conocedor del campo y de las querencias de los cochinos, en la montería de Semillas me colocó en una peña que domina la ladera de un barranco muy empinado y me señaló por donde me entrarían los guarros con una precisión sorprendente. Y estoy seguro de que me regaló, desde el cielo, un cochino bastante bueno que maté el primer día de septiembre.
Esta pasión, en primavera, se trasladaba al corzo: ahora le debo uno que tendremos que cazar en las montañas celestiales cuando allá nos volvamos a ver.
Los niños fueron su gran debilidad, trazó mil proyectos para ellos y especialmente uno muy especial, sus Sonrisas Dulces, donde se involucraba cada año en una campaña para ayudar a criaturas con problemas. Recuerdo con emoción cuando nos invitó a toda mi familia a conocer una de sus fábricas y como se desvivieron tanto él como Susana con mis sobrinos.
La última vez que nos vimos fue en El Horcajo a mediados de verano, allí nos enseñó su salón de trofeos, nos contó sus planes para que los críos pudieran contemplar y admirar los animales de los sitios más dispares y terminamos cenando unas deliciosas chuletas, hermanados todos y acompañados por una fantástica luna llena.
Amigo Mario, «Compañero del alma, compañero…»
Por Eduardo Romero
En agosto de 2016, como escribí en el prólogo de tu libro, me acosté las últimas noches leyendo el borrador y fui feliz absorbiendo tus andanzas cinegéticas por esos mundos de Dios. En esas mismas fechas, este año recibí uno de los hachazos más grandes de mi vida: tu muerte en las montañas del Cáucaso.
Esa noticia ha marcado mi vida con una gran pena que todavía no he podido superar.
Como te decía en el prólogo, cada día que te trataba me sorprendías más, porque emitías bondad a raudales y tu generosidad llegaba a límites insospechables. Profesabas a ultranza un culto a la amistad y yo era una parte importante en tu vida, como tú en la mía, y no te cansabas de decirme que me considerabas un maestro tuyo en esta gran afición de la caza y me pedías algún consejo que otro, como en esta cacería que ha robado tu vida.
Veías la caza de montaña como debe ser, con esfuerzo, con incertidumbre, con salvajismo, sabiendo perder cuando no se consigue el trofeo y el cansancio, el sudor y las incomodidades formaban parte de estas cacerías de las altas cumbres.
Has muerto cerca del cielo y tu camino hacia él ha sido más corto…
Parafraseando a nuestro gran poeta Miguel Hernández, en estos momentos tristes y desgarrados «…no perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta…».
Espérame por allí arriba «…que tenemos que hablar muchas cosas, compañero del alma, compañero».
Lo único que me consuela es que has dado tu vida en lo que más te gustaba, en la caza de montaña que tanto nos apasionaba a los dos.
Todo lo que hemos vivido los dos en las montañas leonesas es indescriptible y allí has dejado muchos amigos y la constancia y el tesón de conseguir grandes trofeos con el arco, que describe mejor que nada la astucia, la paciencia y el saber hacer en el máximo acercamiento a esos rebecos cantábricos que tu conseguiste. Desde allí y desde todos los ámbitos que has recorrido en tus cacerías te recordarán siempre.
Un abrazo muy fuerte para toda tu familia a la que cuidaremos como si fuera la nuestra y dejaste buena semilla en tus hijos que seguro que admirarán siempre tu trayectoria y tu bondad con todos los niños de España a los que tanto has ayudado con esas campañas de Sonrisas Dulces. Siempre contigo.
¡Cáucaso! A la memoria de Mario, que murió sonriendo…
Por Lolo de Juan
Tienes nombre de loco, de majara, de zumbado. Tienes nombre que inspira miedo, vértigo, sudores y espanto. Desprendes deseos y catástrofes, pasiones y dolores. Albergas secretos profundos –tan hondos– como tus desfiladeros.
Eres la montaña más peligrosa del planeta. La más ardua de las arduas… ¡La más puta de las putas! Y cada día que este mundo da un paso con cada amanecer, cada noche que las estrellas brillan en el firmamento, haces honor a tu nombre y causas una mella más en la vida de los mortales…
Quien no ha estado en el Cáucaso, quien no ha sudado, llorado y gemido allí, no podrá jamás hacerse a la idea de lo que ese submundo –o inframundo– alberga.
Eres un ido, un perturbado y en tus pieles habitan los animales más extraños, fuertes y fugaces del planeta: los tures. Mitad cabra, mitad carnero. Mitad demonio, mitad ángel. Mitad mortal… y doblemente inmortal.
Cáucaso, ¡a ti, de usted y en tercera persona! Porque insensato tragas y escupes sin ton ni son. Sin educación ni grosería. Estás tan chiflado que te llevas contigo a los que más te aman…
¿A qué, si no, se va a surcar tus entrañas, si no es a rozar con los dedos a tu único tesoro? Si no es a por el tur, ¿a qué se puede ir allí si no es a saldar una deuda de ánimas con el mismísimo Satanás…?
Cáucaso, no nos has derrotado, nos has dado un golpe más, éste es fuerte y doloroso. Pero los cazadores no nos rendimos nunca. Y volveremos….
Volveré. A caminar tus barrancos, a coronar tus inaccesibles crestas… y allí clavaré mi vara de avellano en la memoria de uno de los míos, de un cazador de verdad, de un gran hombre…
Si no soy yo, será otro que venga que muestre más gallardía.
Y si no cumpliera mi palabra…
¡Podéis llamarme embustero! CyS
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