Sucede en el jabalí una paradoja; es una especie cinegética codiciada en muchos cotos, pero su presencia suele conllevar problemas, ya sean accidentes de tráfico, daños a la agricultura y a la caza menor, o bien problemas derivados de su estado sanitario o de manejos no siempre lícitos. El jabalí, antaño salvaje y silvestre, casi no incluido en los planes de gestión de caza, es ahora tenido muy en cuenta por gestores y cazadores. Una tarea complicada, pero que cada vez va mejorando gracias a la experiencia adquirida y a las investigaciones realizadas.
A modo de repaso
Un estudio firmado por Bosch y colaboradores (2012) estableció para la temporada 2006/2007 una percha de 176.245 jabalíes en España y 15.167 en Portugal, con unas densidades de 0,373 jabalíes por km2 en España y 0,13 por km2 en Portugal, y una gran capacidad de adaptación a diferentes entornos, colonizando, incluso, zonas cercanas a pueblos y ciudades.
Rosell y colaboradores (2001) destacan hechos interesantes no siempre conocidos por cazadores y gestores, como que los machos jóvenes alcanzan la pubertad sobre los diez meses, si bien hasta aproximadamente los dos años de vida no están en condiciones de aparearse con hembras adultas, mientras que las hembras pueden comenzar a reproducirse entre los ocho y los diez meses, siempre que tengan una buena condición corporal. El peso de las hembras parece ser un factor clave para el inicio de la reproducción (al menos, 30 kilos).
Los jabalíes y su caza, en expansión natural
Por la desaparición de los depredadores naturales en gran parte de la Península (lobo y grandes rapaces) y el gran avance de las zonas boscosas y de matorral, el jabalí ha ido conquistando con el tiempo terrenos en los que antes nunca se había observado. Esta abundancia ha generado un aumento por el interés de su caza, tanto en cotos tradicionalmente de mayor como en aquellos cotos de caza menor que registran daños a los cultivos y que quieren mantenerlos a raya para evitar también males en la caza menor. Así, aparte de las esperas nocturnas en los cultivos más anhelados por el jabalí, en muchos cotos se organizan ganchos para incrementar el número de animales abatidos, si bien la experiencia en esta modalidad venatoria es clave para conseguir los resultados esperados.
¿Es posible gestionar jabalíes?
Como apuntan la mayoría de autores, el jabalí no necesita medidas de conservación, sino más bien de control. Además, hay que tener en cuenta que el área de campeo de los jabalíes (superficie de terreno en que desarrollan su ciclo vital) puede llegar hasta las 15.000 hectáreas en los machos y 6.000 en las hembras, de modo que, cuando trabajamos en cotos abiertos, hay que pensar en una gestión territorial amplia.
La gestión debe basarse, tanto en fincas cerradas como abiertas, en el seguimiento de las poblaciones existentes y su distribución, valoración de su estado sanitario y relación de sexos y edades. Posiblemente, para los cotos que nunca antes los cazaron lo más complicado no sea detectar su presencia y abundancia, sino diseñar correctamente una cacería para garantizar una mínima oportunidad de encuentro con el macareno.
Un punto polémico y siempre en boca de todos son los comederos y los puntos de agua artificiales, utilizados para contrarrestar los efectos de la sequía o bien para intentar «mejorar» las densidades de animales. El galimatías de legislación autonómica no pone freno a esta práctica, pero sí, evidentemente, a la utilización de estos puntos de atracción como lugares de caza, aunque no siempre está tan claro.
Estas actuaciones, a pesar de contar con beneficios evidentes, especialmente en determinadas épocas, presentan también importantes inconvenientes, sobre todo desde un punto de vista sanitario, puesto que la concentración de animales puede ser desencadenante de la aparición de brotes de numerosas enfermedades que pueden llegar a tener destacadas consecuencias negativas para las poblaciones afectadas.
Otros problemas
Los accidentes de tráfico son, sin lugar a dudas, el principal problema derivado de la abundancia de jabalíes por las pérdidas humanas y económicas derivadas. Junto con el corzo y el ciervo, el jabalí es la especie más frecuentemente implicada en estos accidentes, siendo incluso la especie más importante, como en un estudio realizado en Galicia (Lagos y col., 2012), en el que el jabalí alcanzó más de un 60% de los siniestros. También es cada vez más frecuente la presencia de jabalíes en entornos urbanos, con el consiguiente barullo derivado en el que los viandantes asisten atónitos a dicha escena, fomentada incluso por otros que, inconscientes del riesgo para la seguridad y sanidad pública, los alimentan y estimulan su acercamiento del todo desaconsejable.
Los daños agrícolas son históricamente un caballo de batalla que se incrementan todavía más por determinadas prácticas agrícolas basadas en enormes monocultivos de difícil protección, a pesar de grandes inversiones realizadas en ocasiones en el empleo de repelentes, ahuyentadores y otros artilugios, siendo también complicado planificar un control mediante la caza.
Las consecuencias en la caza menor son conocidas, dado que son predadores de nidos de perdiz y madrigueras de conejo, entre otros; de ahí que muchos cotos practiquen controles antes de la época de puesta, intentando así disminuir el impacto de la piaras en su coto.
No debemos olvidar tampoco señalar algunos problemas de carácter sanitario. El jabalí siempre se ha asociado con la triquinelosis, enfermedad parasitaria que puede afectar al ser humano por el consumo de carne (zoonosis), cuyo control es obligatorio tanto en cerdos como en jabalíes. Sin embargo, en los últimos años varias investigaciones han revelado el papel que juega el jabalí en la transmisión de enfermedades como la peste porcina clásica y la tuberculosis, entre otras, por lo que se refuerza el interés de los controles y la vigilancia activa en el medio natural de las poblaciones silvestres por sus repercusiones directas en el ganado doméstico.
Jabalíes ¿artificiales?
Además de todo lo dicho hasta el momento, cuando hablamos del jabalí como especie cinegética a todos se nos viene también a la cabeza esos ‘grandes’ encuentros cinegéticos en propiedades privadas que, con menos de medio centenar de puestos, garantizan la captura de decenas e, incluso, centenas de animales, muchos de ellos con grandes bocas y tamaños ciertamente inquietantes.
¿Qué sucede? ¿Es tan buena la gestión como para obtener esos resultados? ¿Por qué en zonas vecinas no se encuentran ejemplares de ese calibre aun haciendo verdaderos esfuerzos por aprovechar correctamente a la especie? Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos una y otra vez cuando esto sucede.
En realidad la respuesta no siempre es sencilla. Por un lado, es sabido por todos que, en muchas ocasiones, esos resultados se deben a un lícito aprovechamiento de animales criados en semilibertad, en explotaciones cinegéticas más o menos intensivas, pero legalmente autorizadas que sirven, a la carta, el número de animales, sexos y bocas que queramos garantizar a los asistentes al evento. Desde luego, se trata de una actuación que, con los debidos controles, garantías de la explotación de origen, manejo de la finca de destino y, sobre todo, demanda de ese producto, es del todo respetable, a pesar de la controversia que genera por encontrarse al límite de lo que podría ser una práctica cinegética y un ‘tiro al blanco’. No es, por tanto, criticable la crianza en cautividad del jabalí en pureza con fines cinegéticos, pero sí que es reprochable cuando el jabalí deja de ser jabalí para convertirse en algo que se le parece, pero que no lo es o, incluso, cuando se tiene la tentación de realizar mestizajes con animales domésticos, más dóciles, prolíficos y más atractivos para los ‘pícaros’.
El problema más grave surge cuando los animales proceden de otros ’orígenes’ menos lícitos y existen sospechas fundadas de que se traen ejemplares centroeuropeos, de mayor tamaño y bocas, con el único propósito de satisfacer a algunos ‘pistoleros’ ansiosos de abatir grandes macarenos sin importarles todo lo que esta actuación implica. Dejando de lado la ética cinegética en sí, que hace incompatible al buen cazador, gestor y amante del entorno donde disfruta de su actividad con esas actuaciones de dudosa legalidad, tenemos que destacar los riesgos que conlleva el movimiento incontrolado de esos animales.
Por un lado, debe preocuparnos, y mucho, la contaminación genética que se genera en el entorno de las sueltas. Se trata de animales de otras subespecies que pueden cruzarse con los jabalíes autóctonos del entorno, provocando daños en esas poblaciones cuya reparación llevará años o décadas, y consecuencias como una menor adaptación al entorno, menor resistencia a enfermedades o pérdida del miedo al contacto con personas, con el riesgo que puede suponer.
Por otro lado, con efectos directos que pueden ser mucho más agudos y rápidos en su aparición, tenemos el riesgo sanitario que conlleva el movimiento de animales silvestres de dudosos orígenes y escasos controles, que pueden ser portadores de procesos tan graves como la peste porcina clásica o africana o parásitos internos y externos no presentes hasta el momento en el entorno de suelta, entre otros muchos procesos, cuya aparición, además de causar importantes daños en las poblaciones receptoras de jabalí autóctono, también suponen un riesgo sanitario indudable para la cabaña ganadera doméstica que sufriría importantísimas pérdidas económicas directas e indirectas.
A modo de conclusión
Es cierto que es más fácil gestionar una especie que abunda por doquier frente a otra que está abocada a la extinción; pero, en ambos casos, sucede un reto del que gestores y cazadores no siempre salen airosos y más cuando también participan en este escenario algunos actores secundarios que, como hemos apuntado, aprovechan su oportunidad para hacer negocio en no siempre las mejores condiciones.
Por la relación que el jabalí tiene con otras especies animales y con el propio ser humano, urge que sea tenido en cuenta, si no se ha hecho ya, a la hora de planificar nuestra gestión cinegética y su interacción con el hábitat que ocupa y el resto de especies con las que lo comparte. La caza debe de erigirse como una manera de restablecer el equilibrio y la sostenibilidad de las poblaciones, evitando también eventos como el sucedido no hace mucho tiempo en una conocida finca de Castilla-La Mancha (una ‘montería’ en la que se abatieron centenares de jabalíes), fuertemente criticado por asociaciones vinculadas a la caza mayor.
Equipo técnico de Ciencia y Caza