‘¿Qué será el miedo?’, por M. J. Polvorilla
Qué es eso de estar aislado… y de la crisis. Si a lomos de mi castaño se vive ajeno al mundo y mirando la pela de rato en rato.
Qué diferencia habrá en andar sólo por las calles distinto a caminar solo por las sierras, si la única compañía que he tenido muchas noches ha sido mi sombra y mis pensamientos…
Qué será eso de girar una esquina y encontrarte a otra persona con un sobresalto de sorpresa, si a nosotros lo único que nos vuelca el corazón es el atolondrado vuelo de una torcaz cuando la despiertas de su nido al pasar bajo un alcornoque…
Qué será eso de sentirte aislado en un palacio de hormigón, cuando a veces la única conversación mantenida ha sido la mía propia con los miles de escenarios en mi mente nunca ocurridos en la realidad.
Qué será eso de no poder ir a comprar al súper cuando aquí comemos lo que da la tierra en función de la estación del año, de las lluvias, de las parideras… Que el carnicero hace el corte de lomos que tú quieres o el frutero te selecciona las naranjas… porque en este rincón olvidado eres tú tendero y cliente.
¿Qué será el miedo?
Dicen que el escuchar los ecos de tus pasos solitarios entre las paredes de una ciudad que duerme, da miedo. A mí me relaja sentir el tranco de Talibán cuando el redoble de sus cascos sobre las piedras del camino se torna más sordo, porque comenzamos a pisar las tierras negras y frondosas de las riberas donde al anochecer los olores del poleo y almoradul son más vivos…
Dicen que la presencia de un cochino -o el guarreo de un gándano- perturba la quietud de una luna que gira despoblada por encima de un mundo inactivo a esas horas… En cambio, mi perro piensa que aquel marrano no es aún lo maduro que requiere su fin, o que aquella zorra no es especie que hoy nos merezca romper la paz del momento…
Dicen que estar en una noche sin estrellas porque la niebla te abriga de tal manera que no puedes ver a un paso, desorienta. Eso en la ciudad no pasa porque hay calles y taxis, y nunca la niebla ciega tanto. Aquí tampoco ocurre… Porque suelto la rienda de mi caballo y él solito me lleva al calor de la lumbre…
¿Qué será, entonces, el miedo? Miré a mi perro que, jadeante por la caminata en esta primavera, se tendía junto a mi sombra. Detuvo su fatiga y me respondió: «Debe ser eso de no poder caminar por el campo en soledad y silencio».
Por M .J. «Polvorilla»