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La sarna en la Cordillera Cantábrica

La epidemia está afectando a distintas poblaciones de rebecos, monteses, venados y corzos, sin descartar zorro y lobo. La situación es crítica.

 

 

 

La historia de la epizootia más agresiva que ha asolado y asola, la población de ungulados de la Cordillera Cantábrica comienza en el Pico Torres, entre Asturias y León, en 1993. El foco inicial está situado entre los concejos de Aller y Caso, pertenecientes al núcleo oriental de la población de rebecos del Cantábrico y se cree que pudo deberse al contacto con ganado doméstico, concretamente cabras, con deficiente saneamiento. La sarna sarcóptica entra en escena.

 

Los dos núcleos de población del rebeco del Cantábrico

Separados por el entorno del Puerto Pajares, haciendo de divisoria, las dos poblaciones están claramente diferenciadas. El núcleo occidental está formado por los terrenos de las reservas asturianas de Somiedo, Degaña, Teverga, Quiros, Cangas del Narcea, cotos regionales, los Ancares Leoneses y Lucenses, cotos privados en el norte de León, un pequeño reducto en Las Omañas y el orensano Invernadeiro. Hoy hay que sumarle las reintroducciones que, con éxito, se están llevando a cabo en lugares de reciente desaparición, como el caso de El Aramo. 

 

El núcleo oriental lo conforman las reservas asturianas de Aller, Caso, Sobrescobio, Ponga y Piloña, cotos regionales, el Parque Nacional de Picos de Europa, cotos privados, las RRC de León, Riaño, Mampodre, de Palencia Fuentes Carrionas, de Cantábria el Saja y el Parque Natural de los Collados del Asón.

 

En la actualidad, el núcleo occidental, libre de sarna, tiene las mayores densidades poblacionales, con puntas en la RRC de Somiedo. Los datos disponibles en el año 2008 ya hablaban de unos diecinueve ejemplares por kilómetro cuadrado. 

 

Primeros compases de la epidemia

Ante la gravedad de la epidemia y dado que iba a afectar a la población, en aquel momento, con mayor densidad de la cordillera, son barajadas varias posibilidades para atajarla. Entre las opciones, como es normal, estaba vacunar con productos similares al Ivomec. Está claro que ésta sería la forma más efectiva de tratar la enfermedad, pero la dificultad para hacerlo mediante rifles no era viable debido el escaso numero de ejemplares susceptibles de ser tratados. Se pensó entonces en recurrir a medicar de alguna forma las praderas alpinas habituales, pero el carácter salvaje del rebeco dejaba sin posibilidad de éxito esta medida. 

 

¿Por qué? Porque no volvían a pastarlas desde el momento que se actuaba sobre ellas. Finalmente, la más controvertida de las planteadas era la construcción de una barrera física que aislase la zona afectada. Consistía en la instalación de un vallado metálico que, acompañando al Nalón, subiese pegado a la carretera hasta el Puerto de Tarna. A partir de allí y ya en la provincia de León, continuaría en dirección sur hasta completar cualquier posibilidad de escape de ejemplares infectados hacia zonas limpias. No sé si fue lentitud de la Administración o simplemente que el brote, cuando se detectó, ya estaba extendido fuera de esta área, el caso es que se utilizó el argumento –para descartar, posiblemente, la única medida realmente válida para cortar la epidemia– de un nuevo ejemplar infectado, un año más tarde, encontrado a muchos kilómetros de allí, en la RRC de Piloña. 

 

A partir de este instante, junto a estudios que contemplan, irónicamente, la capacidad de resistencia a la enfermedad, el tiempo de contagio hasta la muerte o posibilidades de autoinmunizarse, se procede a sacrificar rebecos, literalmente a barrerlos de las RRC de Caso y Sobrescobio. Se pretende bajar la densidad lo suficiente para que la epidemia no se propague a zonas limítrofes, eliminando la mayor cantidad posible de rebecos contagiados o sanos en contacto con otros en ese estado. 

 

Lejos de conseguir el objetivo, ésta continúa con virulencia en los años sucesivos, creando un espectáculo desolador en estos terrenos de montaña, auténticos paraísos del rebeco en el pasado. La densidad, que antes de la epizootia llegaba a un máximo de 18,6 rebecos/100 ha, disminuyó, tras ella, en 2001, a una media de 4,4/100 ha. Lo más grave es que su propagación no acaba ahí, continuando al resto del núcleo. La epidemia va barriendo toda la superficie, incluido el PN Picos de Europa. En él, la incidencia de la enfermedad, en 2012, hablaba ya de tres de cada cuatro ejemplares contagiados, con una superficie afectada de mas del 62%. Junto a Picos, la RRC de Riaño o la palentina de Fuentes Carrionas –con el primer caso detectado en 2007– forman ya parte de esta triste lista de espacios asolados, habiendo previsión incluso de llegar, casi con total seguridad, a las zonas más alejadas del núcleo oriental. 

 

Estudios hechos en los Alpes y tan nombrados como referencia en la pandemia cantábrica, hablan de un primer pico de mortalidad muy virulento en los primeros años, volviendo con fuerza cada quince años, aproximadamente. Lo cierto es que donde comenzó la enfermedad la mejora a día de hoy es notable, con una población en claras vías de recuperación conviviendo con la sarna, que ya podemos definir como endémica. 

 

La sarna en venados, corzos, zorros y lobos

Lejos de acabar en el rebeco, la epidemia se ha extendido a otras especies, convirtiéndose en un problema mayor, al menos para los vecinos de las zonas afectadas. 

 

Los venados, en concreto, están sufriendo el azote en Caso y Sobrescobio. Teniendo en cuenta su situación geográfica lindante con reservas como Mampodre, Riaño, Aller, Ponga o Piloña, cuando menos despierta cierto respeto y preocupación.

 

Personalmente, y lo digo para que no exista ninguna duda, he visto sobre el terreno muchos animales afectados, o muertos, en puntos extremos del territorio, tanto en Sobrescobio como en Caso. Sorprende la poca trascendencia que está teniendo este hecho en la opinión pública, ajena al drama existente, más si tenemos en cuenta el problema sanitario que puede llegar a representar. Junto al contagio directo de quienes han manipulado algún animal infectado, se une el que este territorio sea la reserva hidráulica de la región, con el agravante de que muchos venados mueren en regueros o ríos de montaña, precisamente los que abastecen las presas de Tanes y Rioseco, el agua que beben las ciudades de Asturias. Constantemente llegan al Ayuntamiento de Caso peticiones de los vecinos para que se retiren de sus prados, huertos o caminos, los animales muertos por sarna. Desgraciadamente, no está claro quién debe hacerse responsable de ello. 

 

Aparecen venados en los pueblos, e incluso mueren en ellos –lo he visto–, en sus portales. Se encuentran corzos contagiados y muertos. Se sabe de la existencia de la enfermedad en lobos –es lógico, cazan animales enfermos–. Los zorros, carroñeros habituales, han sufrido una importante disminución de efectivos. Podrá achacarse a moquillo o parvovirosis, pero lo cierto es que durante un tiempo se veían muchos infectados, sin casi pelo. A día de hoy, tras las batidas, algunos recechos y muchas salidas al monte, les puedo decir que no hemos visto un solo zorro en toda la temporada ¿no les parece suficiente prueba del drama?

 

¿Y ahora qué…?

La caza es una riqueza, casi la única, en muchas comarcas de montaña de la Cornisa Cantábrica. Mientras las zonas rebequeras infectadas inicialmente parecen recuperarse, las más orientales son azotadas con virulencia. El venado, que llega a esta historia de rebote, se convierte en el nuevo protagonista de esta ‘novela negra’. Sin embargo, parece que el drama no existiese. Mientras la sociedad permanece ajena al problema, la Administración mira para otro lado, impasible, esperando que pase la tormenta. Si no trasciende, mejor que mejor… Cuesta creer que no se pueda hacer nada.

 

¿Y los ecologistas? ¿Dónde están ahora que los venados agonizan? Permanecen mudos. Se ve que esto no vende, que no les resulta rentable para sus intereses. Visto lo visto, sólo cabe esperar; tendremos que acostumbrarnos a vivir con ella. CyS

 

Michel Coya

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