La lluvia, casi treinta litros por metro cuadrado, había dejado las carreteras de tierra en un tanto elevado índice de incierto paso para mi ligero vehículo. Pero a pesar del barro y del mal presagio, todavía, de inclemente día de lluvias llegamos por la mañana a la hora prevista a casa de Barry P.
En el Club Social de Riebeek East
A las cinco de la tarde tuvimos que dejarlo, los ángeles no dejaban de enviarnos calderadas de H2O. Y acercamos a Joe, el ‘tracker’, al pueblo. Y entramos en el Club Social de Riebeek East que se localiza en este pueblo en la antesala del despacho de bebidas, que junto a la oficina de correos y una mínima tienda de alimentación, todo en un mismo edificio es toda la oferta comercial de este pequeño enclave en las montañas de la Provincia Oriental de El Cabo. La ‘santa cofradía’ estaba presidida por el jefe de policía de uniforme y con su pistola reglamentaria al cinto. Otro parroquiano, un armario de tres cuerpos, al que conocía de otras ocasiones, casi dos metros de altura y 140 kilos de peso que no se los quita nadie, ni se atreven.
Una señora entrada tanto en años como en kilos, domina la única mesa del local dando sorbos a su cerveza. Otro blanco, un tirillas que parece que se va partir, el tabernero locuaz completa la asistencia con el hijo del grandullón. El menú etílico del día es de un ‘sherry’ que nunca ha visto tierras gaditanas, es como un oloroso y con reflejos dorados, que lo tuvimos que trasegar dos veces ante la seria mirada del mando policial, que por estar de servicio, para dar ejemplo, era el primero que se refrescaba el gaznate con fruición.
Cachondeito con los facos Club social
Cuando se enteraron de que andábamos de facos, el pitorreo fue general, no llovía desde hace tres meses y habíamos elegido ese día para cazar facocheros, el cachondeito bajó de tono cuando dijimos que habíamos cazado cuatro.
Una fémina alta, delgada, con nariz ganchuda, tipo Nati Abascal, y ya veterana, se pasea dos veces por el Club Social, sin duda somos la atracción del año del COVID-19
El jefe de policía me dijo que sus conciudadanos no superaban el millar, pero la zona de actuación era superior a los cien kilómetros desde Grahamstown hasta el entronque con la Nacional 10, pero que apenas había incidencias para la docena de polis a sus órdenes.
Aliviamos pronto y de vuelta a la casa de Barry P. casi apiolamos otro cerdo verrugoso, que se tapó antes de podernos hacer con él.
Luego el hijo del grandullón nos hizo una accidentada visita, se salió dos veces en el camino, debía estar como el tiempo: muy mojado… pero por dentro.