Evocar tiempos pasados en demasiadas ocasiones, comentar lo que fue y lo que fuimos en un tiempo que aún se mantiene fresco en nuestros recuerdos, puede ser una mala señal de lo que estamos perdiendo, de disconformidad con nosotros mismos por despreocupación por nuestra parte de culpa de cómo cazamos hoy.
Atrás quedaron las carreras detrás de las rojas, amanecer y anochecer cazando sin pausa, el último coto de menor y la imagen poderosa de nuestros perros en su incansable búsqueda. Ahora la caza es otra, poco exigente en el esfuerzo, en casos sustituida escopeta por rifle, batidas y monterías donde el jabalí ocupa el espacio de la perdiz y el corzo es tan numeroso como lo fue en tiempos la liebre y en los mismos escenarios; o sueltas de cientos de aves para dar ¿gusto? al ¿dedo?; y en las mismas laderas donde la setter y la braca cazaban el pelo y la pluma, ahora es la rehala la que se bate el cobre empujando a las posturas a las reses; las mismas querencias y escenarios donde los senderos de los conejos te llevaban al bardo, ahora son hollados, cruzados, por multitud de rastros de jabalíes; el corzo en primavera ladra su reclamo territorial en el mismo lugar, donde vimos y oímos al último macho de la estirpe de las rojas, castañeteando al viento su desafío.
Es momento de hablar de caza, de gestión, bonita palabra que en demasiadas ocasiones vemos asociada a políticos y directivos de entidades cuando justifican sus proyectos y también sus lamentables y continuos fracasos, precisamente en eso, en gestión, tanto se ha trastocado la naturaleza de nuestro medio ambiente por culpa de una agricultura que ahora les da por llamar «de conservación», ¿de qué?, de nuevas especies de las cuales apenas habíamos oído hablar, como el topillo campesino, que en el 2007 dejó de ser anónimo y copó las páginas de prensa, comiéndose las cosechas de esta tierra y las ilusiones de los cazadores. Yo pensaba por aquel entonces que después de la intensa campaña y de las decisiones tan lamentables que la administración tomó para solucionar el problema y que exigieron a las bravas los agricultores –veneno discrecional, que arrasó el ecosistema de la meseta cerealista castellana, sufriendo todos los seres vivos con intensidad tan errática medida– algo habríamos aprendido y se pondrían en marcha soluciones extraordinarias, aparte de un diálogo constructivo entre todas las partes afectadas, para reestablecer y mejorar después de tantos errores un perdido paraíso, en un medio desértico en vida, envenenado y, posteriormente, rematado con medidas complementarias, exigidas por los de siempre.
Pero estos barros coincidieron con la crisis que se llevó por delante a casi todos los técnicos de las administraciones, como Medio Ambiente, que trabajaban en el caso, se redujeron puestos de trabajo y se cancelaron medidas de restablecimiento del hábitat, dejando a la meseta cerealista a su suerte. Los pocos seres que quedaron para perpetuar sus especies estaban, y siguen, dejados de la mano de Dios y de la del hombre. Pocos, muy pocos, son valedores de las especies cinegéticas y siguen adelante con proyectos de gestión, gastando caudales que no tienen en auténticos disparates (translocaciones, sueltas, introducciones), aburridos por la falta de especies cinegéticas de menor y cabreados con la crisis que ha hecho abandonar y para siempre la caza a un número altísimo de cazadores de menor, que han pagado la crisis y a los que sus clubes deportivos no han sabido ofrecer alternativas para mantenerlos en activo, estos clubes que mantienen territorios de caza a muy duras penas con muy pocas jornadas en busca de lo inexistente, con socios cada vez más aburridos y desesperados que se lamentan de lo perdido. Sólo los que han encontrado el nuevo maná de la proliferación de especies de mayor, vendiendo el corzo a rececho o batidas de jabalíes, consiguen enjugar parte del déficit de los cazadores de menor, aunque a la larga nunca será una solución y puede que siga aumentando el problema.
Quizás estemos enfrentándonos a la última de las oportunidades de recuperar especies de caza menor y sus venadores en los últimos de los territorios de la meseta susceptibles de ello, para lo cual hay que trabajar, primero, en medidas de recuperación de hábitat en un franco diálogo con los agricultores; segundo, el espíritu y la aptitud de la caza social como elemento imprescindible para la conservación de las especies; tercero, comarcalizar cotos (ahora es posible) donde aumentar presupuestos contemplando diversas medidas, ya que la figura del coto privado sujeto a reglamentos cortos de mira de los habitantes rurales exclusivistas y donde las prebendas son de los hijos y habitantes del pueblo, se quedan cortas y son limitantes; promocionar la caza entre cazadores de núcleos urbanos donde aún se puede aumentar el número de aficionados y que puedan gastar las suficientes rentas para rentabilizar nuevos proyectos rurales más ilusionantes, planes que, por una parte, se ponen sobre el papel, pero que nunca se cumplen, despreocupados en demasiadas lamentaciones quienes son los responsables de su seguimiento y, lamentablemente, excluyentes para los cazadores urbanos, cosa difícilmente entendible, cuando todo el medio rural, sin excepción, habla de la caza como uno de los motores rurales y, sin embargo, los estatutos de los pueblos todos son exclusivistas y partidistas, multiplicando varias veces el precio para los cazadores no residentes y que en demasiadas ocasiones, además ,son recibidos con hostilidad.
La menor es la caza social por excelencia, la recolonización de las especies de menor proyectará nuevas oportunidades. Agricultores y cazadores rurales tienen medios y fórmulas para desarrollar medidas que impliquen a instituciones, autonomías; no deben añadir al papel más reglamentos que los que se puedan cumplir y los planes tienen que ser herramienta para uso del cual servirnos, tener un seguimiento obligado por todas las partes y ser reales en objetivos; no se deben admitir planes cinegéticos de cortapega (la mayoría) preocupados los gestores sólo en cumplir el trámite con la administración, exigir conocer y estudiar el terreno en profundidad a quien los realice; comarcalizar, unir cotos colindantes para tener éxito y rotar espacios y aprovechamientos; y erradicar especies perjudiciales en lugares donde su presencia es motivo de desbarajuste –jabalí y predadores oportunistas o invasores–, caso que no corresponde analizar en este artículo.
Por Felipe Vegue