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Aquel olor a café… Por José Ignacio Herce

a café Herce
Aquel olor a café… Por José Ignacio Herce.

Hoy podía ser una mañana cualquiera de uno de aquellos días de otoño-invierno de los de antes, frío, lluvioso… salir con las primeras luces a recorrer el camino que me lleva hasta tierras toledanas donde me espera una jornada festiva junto amigos a los que hace mucho tiempo que no veía.

Al llegar a esa casa que tantos recuerdos me trae por las veces que he cruzado su umbral en busca de ese ambiente acogedor que la caracteriza, siento el calor de su entrada cuyas paredes están llenas de fotos de muchos de amigos y de otros que pasaron por allí antes que nosotros. Muchas caras conocidas, desconocidas otras, pero todas ellas unidas por un vínculo común.

Un recuerdo imborrable

Han pasado muchos años desde la primera vez que pise aquellas tierras y, por desgracia, además de la imagen de algunos de aquellos amigos ya no están con nosotros, si se me pregunta que recuerdo me queda de esas jornadas, diré que es algo tan sencillo como ese olor a café que emanaba de la cocina y que cuando entrabas en la casa invadía todo mi ser.

Ese recuerdo permanece imborrable en mi memoria y siempre quedara unido a aquellos días.

Nada más entrar, acudía a recibirte el bueno de Máximo, responsable del servicio, un italiano de sonrisa abierta y franca, simpático a mas no poder y al que no podías resistirte a abrazar nada más verle. Inmediatamente surgían las inevitables preguntas sobre cómo nos había ido la vida desde la última vez que nos vimos el pasado año y, como es de rigor, mintiéndonos sobre lo bien que nos conservamos.

Ese olor a café…

Como dije, nada más entrar en el salón el olor al café y las tostadas se hacia más intenso y la visión de caras conocidas y de alguna otra desconocida junto a los saludos correspondientes, rompía la amena conversación que se vivía hasta ese momento.

Una vez integrado en la amplia mesa comienzan las preguntas lógicas entre compañeros de fatigas que hace casi un año que no se ven, las presentaciones de los nuevos que se incorporan al grupo y, sobre todo, las expectativas que se plantean, cómo ha ido la cosa hasta entonces y las trivialidades lógicas del momento.

Pasado el momento del desayuno, el variado grupo unidos por la misma afición, salíamos al exterior donde el aire fresco nos golpea la cara a la vez que te hacia respirar hondo y llenar de aire los pulmones mientras miras al horizonte, hacia nuestro punto de destino.

El caldo humeante

Entonces no importaba el frío de aquellos noviembres, el celebre y hoy casi impensable termolactyl, nos ayudaba a sobrellevarlo con dignidad… Aun así, en muchas ocasiones el frío y la lluvia incluso nos hicieron suspender la jornada y regresar al refugio cerca del calor de la chimenea, que nos esperaba como el mejor de nuestros amigos, aunque lo cierto es que normalmente aguantábamos todo con tal de no perder una jornada como aquellas que lo compensaban todo.

Y, cómo no, después del ‘duro’ trabajo, había que reponer fuerzas y nos acercábamos sin prisa, pero sin pausa, a una mesa en torno a la cual se comentaba la mañana y lo que cada uno había vivido, sentido y en muchos casos, a justificar alguna de nuestras acciones.

Otro recuerdo unido a aquellos momentos era el ‘bidón’ de caldito caliente que se agradecía más que el mejor Beluga y ante el cual todos hacíamos cola con nuestro vasito a la espera de recibir ese ansiado líquido que al mismo tiempo servía para calentarnos el cuerpo y… las manos.

¡Qué momentos aquellos con todos nosotros en círculos soplando el humeando caldo mientras charlábamos a la espera de iniciar la comida!

Comida tranquila, reposada, agradable…

Una comida tranquila, reposada, agradable, en la que, pasados los primeros comentarios sobre la jornada, se iniciaba una charla distendida sobre temas diferentes y variados, que contribuían a estrechar los lazos entre los allí presentes, temas triviales y a veces… no tanto.

Después a desperezarse e iniciar la segunda parte de la jornada, quizá algo menos dispuestos al ‘sufrimiento’ que, al comienzo, pero siempre armados de valor nos echamos de nuevo a nuestra labor con la ilusión de mejorar lo realizado o de, al menos, no empeorarlo.

a café Herce

Vuelta al ‘hogar’

Finalizada la jornada vuelta al ‘hogar’.

El calorcito de la estancia nos acoge al entrar en ella y algún que otro ‘espirituoso’ nos ayuda a relajarnos y cada uno a lo suyo, unos a descansar otros a la partidita de mus, de backgammon. Otros sencillamente de charleta hasta la hora de la cena después de la cual se retoman las conversaciones hasta el momento de recogernos, que al día siguiente toca volver a ‘trabajar’…

Ese aroma a café que evoca lo que significa esa jornada

Evidentemente, todos habéis adivinado lo que hacíamos y hacemos en esas jornadas, por supuesto cazar. En este caso se trataba de cacerías de perdices, pero también podía había haber sido una montería o de cualquier otra modalidad porque la caza es algo más, es todo lo que la rodea, es ese aroma a café que te prepara para una jornada inolvidable sea cual sea el resultado de esta.

No hace falta que hablemos de los ojeos, de la cantidad de perdices, cochinos, hablemos de lo que la caza ‘es’ para nosotros, de ese aroma a café que evoca lo que significa esa jornada.

Un artículo de José Ignacio Herce Álvarez

 

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