El eland es el gran vagabundo del continente negro. También el eland de Livingstone Esto se debe a que no es un animal territorial y camina kilómetros y kilómetros, es uno de los antílopes más difíciles de cazar. A pesar de ser un animal gregario, no tiene una jerarquía definida dentro de las manadas.
Pero desengáñense aquellos que piensan que la falta de agresividad o de sentido del territorio les han quitado el instinto de supervivencia y facilita las cosas, muy al contrario.
Recordaba la cacería que había hecho hacía una década en Drakensberg de un eland del Cabo, así que comencé a imaginar uno de esos días interminables, con muchos kilómetros en mis piernas. Pero eso era para lo que me había preparado en los meses previos a la cacería, y ahora estaba listo para cualquier cosa.
Comenzamos a seguir el rastro con un paso rápido, la mañana estaba nublada y todavía estábamos pisando la humedad del rocío nocturno, sin hacer ruido. Unos cientos de metros después, sin nada que lo hiciese prever, Nwalisane se detuvo, de repente, y levantó el brazo. A poco más de cien metros de distancia había un eland espectacular, comiendo del tronco de un gran baobab caído. ¡El viento era perfecto!
Quinn inmediatamente abrió el trípode y evaluó el antílope a través de los prismáticos. Puse el arma en el trípode lista para disparar. Las rutinas creadas con estos compañeros de otras cacerías, hacían que fuésemos un equipo bien conjuntado.
Algunas ramas del baobab cubrían parte de los órganos vitales de mi presa, y Quinn, como yo, se dio cuenta de esto inmediatamente. Aun así, no perdió el tiempo y me dijo:
–¡João dispara!, ¡es enorme!
No tuvo que decirme nada más, y una Swift A-frame voló directamente hacia el codillo del hermoso Livingston.
Con el estruendo del disparo, como por arte de magia, cuatro elands más aparecieron al otro lado del gran árbol caído. Después de unos momentos de indecisión, la fuga fue casi inmediata y el macho al que había disparado intentó unirse a los demás en estampida. Pero ya había recargado mi .375 y una bala bien colocada en la columna lo derribó para siempre.
Nunca supimos si el rastro que seguimos era de este grupo o no, pero eso no ya no tenía importancia. La brevedad de la persecución tampoco fue exactamente lo que había imaginado para esa cacería, pero la velocidad y la efectividad del lance hicieron que ese magnífico eland, con largos y gruesos cuernos en espiral, que podíamos contemplar, fuera un premio merecido por todos ¡La suerte también es parte de la caza y debemos aprovecharla!
El principal objetivo del safari se había conseguido a la primera hora de la primera mañana, a partir de ahí, todo lo que vendría después sería como la guinda del pastel. Los siguientes días los pasamos buscando un gran kudo. Quinn había cazado uno de 61 pulgadas cinco semanas antes. Vimos varios y al tercer o cuarto día encontramos uno de esa talla… pero solo tenía un cuerno.
Los bushbucks que encontramos tampoco valían la pena, aunque buscamos sin éxito uno en particular, en un área en las orillas del Savé, donde Quinn lo había visto varias veces en otras ocasiones y dijo que era un excelente trofeo. Durante uno de estos intentos, vimos una leopardo a plena luz del día, en otro, una leona comiendo un bushpig, tal vez alguna de esas cazadoras se nos había adelantado…
También intentamos cazar una cebra. Por la tarde del quinto día, mientras seguíamos el rastro de una manada nos tropezamos con dos leonas, a unas decenas de metros de distancia… y no llegamos a ver las cebras…
A lo largo de los días vimos varios búfalos, algunos excelentes trofeos. También nos encontramos muy cerca con un rinoceronte negro y tuvimos una ‘confrontación’, llena de adrenalina, con una manada de elefantes hembras con crías. Otra mañana nos encontramos con dos leonas y un león comiéndose un pequeño elefante. Otra noche me acababa de acostar cuando un león pasó a unos metros de mi tienda, cruzó el río y rugió a la luz de la luna durante mucho tiempo, en la otra orilla. Situaciones extraordinarias, en cualquier lugar de África…
Dos mañanas cacé completamente solo, caminado, para llevar a Impalas al campamento. Un verdadero privilegio y una prueba de gran confianza en mí por parte de Quinn. A decir verdad, nadie pasó hambre en esos días…
En la mañana del sexto día subimos a un koppie, para buscar la caza desde arriba. Los bosques de mopanes, casi sin hojas, permitían tener un campo de visión de dos o tres kilómetros. Después de un rato vimos a un grupo de elands, seguido de una manada de cebras, caminando hacia el koppie. Los animales caminaban muy lentamente y ocasionalmente se detenían para pastar. El grupo hizo un cambio de rumbo e iba a pasar varios cientos de metros de nuestra posición. Se podían ver dos buenos elands, pero ya no nos interesaban.
Había un árbol para tomar una referencia fácil de por donde pasaban los animales. Quinn confirmó la distancia de 353 metros, con el telémetro. Puse la chaqueta sobre una roca, sostuve bien el arma, ajusté la torreta a esa distancia y seleccioné los aumentos máximos.
Le pedí a Quinn disparar sobre una cebra que se dirigía a la sombra del árbol. Nwalisane arrugó la nariz, creo que no le hacía mucha gracia seguir a una cebra herida durante el resto del día… pero yo estaba tranquilo y muy seguro. Apunté bien, contuve el aliento y apreté el gatillo suavemente. El disparo casi me sorprendió y la bala alcanzó a la cebra directamente en el corazón, corrió media docena de metros y cayó fulminada. El disparo fue perfecto, Nwalisane estaba radiante… y yo también.
La última noche, sentados alrededor del fuego junto al río, comimos los jugosos filetes del eland que había cazado. Esa semana en Savé Conservancy pasó demasiado rápido. Estuve con grandes amigos e hice algunos más. ¡Gracias a todos por alimentar mi pasión por África y por permitirme conocer este paraíso, una mítica reserva de caza! Me fui con muchas ganas de volver…
PorJoão Corceiro. Fotografías: Licinia Machado