Los incendios remiten pero el desastre, el dolor y los lamentos perviven. Y con ellos el caos de explicaciones, el vaivén de hipótesis sobre las causas o los causantes.
Mientras desde el medio rural se alzaban voces implorando la vuelta a las rutinas tradicionales de control de incendios, el presidente asturiano, Adrián Barbón, culpaba al 100% a una «estrategia coordinada» que tildó de «terrorista». Qué fácil resulta ocultar los hechos que se dan antes de los desastres. En los pueblos se ha dicho siempre que «los incendios se apagan en invierno», en alusión a las tareas de limpieza y desbroce de matorral que limita y ayuda a controlar en gran medida el desastre cuando este se declara.
Un momento donde la climatología sumaba riesgo extremo al riesgo, igualmente destructivo, que aporta la arrogancia fatal de quienes han invertido las prioridades a la hora de proteger montes y vidas humanas. Veamos por qué.
Los incendios se apagan en invierno significa sencillamente que los habitantes de pueblos y aldeas asturianas, que son los primeros interesados en que no se quemen sus montes, llevan siglos de prácticas comunales de limpieza.
Trabajos cooperativos con instituciones de ayuda mutua y cuidado que no evitaban los incendios (nunca habrá una situación de incendios cero), pero que sí limitaban su propagación.
Montes en su mayor parte comunales
Unos montes, esos, que en gran parte eran comunales. Montes de todos los vecinos y que todos los vecinos se encargaban de cuidar porque son suyos y porque no desean incendios. Ya no los cuidan porque no se les permite hacerlo. Montes comunales que han dejado de ser comunales para ser montes públicos, de gestión del Principado.
Es de este modo como el ecologismo político, desmedido aspirante a la supremacía, consigue que el gobierno del Principado pueda ampliar zonas protegidas, que son, a la postre, montes desprotegidos ante el fuego.
Y hay algo más de preocupante en todo esto. Aún cerrando la posibilidad de que sean los propios vecinos los que ordenadamente y sin riesgo de sus vidas limpien la maleza del monte cuando éste no quema, el gobierno del Principado pudo, por sí mismo, hacer más.
Y en esas circunstancias, permítanme el desahogo: es una burla cruel que el consejero Alejandro Calvo se sienta orgulloso de que los vecinos hayan ayudado, ahora sí, a la extinción. Dijo este personaje: «los propios ganaderos con sus cubas. Pudimos ver 20 cubas en Navelgas defendiendo el contrafuego que se hizo para la zona de El Villar». Después del desastre, lo más doloroso es tener que leer estas cosas.
Fatal arrogancia que F.A. Hayek señaló como germen de desajustes y crisis en su obra La fatal arrogancia, los errores del socialismo tiene un episodio más en Asturias, donde esa arrogancia quema.
Un artículo de Joaquín Santiago Rubio
Español e hispanófilo. Comprometido con el avance de la nación hacia más libertad, más soberanía y más prosperidad
Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED
ARTICULO ORIGINAL EN ‘ASTURIAS LIBERAL‘