Campeando Relatos

La Casa Vieja, por Ernesto Navarrete

La Casa Vieja Caza
En la Casa Vieja.

Nos habíamos recogido temprano y los sabuesos dormitaban la fatiga en el remolque sin muestras de demasiado cansancio.

El resaque pirenaico es una caza natural

Cerrábamos el segundo fin de semana del inicio de la nueva temporada de los resaques jacetanos y el día no se había cerrado nada mal. El resaque pirenaico es una caza natural, salvaje en su ejercicio y exigente en afición. Es también sobremanera una caza social donde las haya e íntimamente ligada al terreno, de manera que no hay aldea donde no se vean unas perreras bien arregladas o unos remolques de perros embadurnados en polvo.

En este entorno de rusticidad natural, cada año subimos desde la capital un cortejo de aficionados y enamorados de estas montañas que abrigan castillos impensables y agujeros selváticos cincelados por cauces permanentes de aguas y margas, donde los urbanos renegados se quitan olores de vidrio y betún en un intento de igualarse al montesero recio, simpático y charlante para así vivir la caza como ellos lo hacen.

Torrentera arriba

Subíamos la torrentera sin que el reloj rozara las nueve de la mañana y llevábamos ya cuarenta minutos de escalada ahondando nuestras botas en una escalera imaginaria de hierba espesa. Mi compañero de escalada no, pero yo echaba las manos al boj para coger impulso en cada tranco, sin embargo él estoqueaba al monte con su vara con una dulzura envidiable, casi sin clavarla y sin encorvar siquiera su figura en el ascenso.

Yo le alababa su fortaleza mientras él me miraba un poco incrédulo al ver que alguien le adorase un ego que no tiene. Mientras subíamos los dos hablábamos de la Naturaleza, del campo y su caza. Por mi parte le verborreaba sobre las mil y una barbaridades que se están cometiendo con el acoso a la caza y a los cazadores mientras él maduraba mis sentencias y gesticulaba incrédulo sobre mis enfadadas palabras.

Escalando con Bicho, «la caza es una actividad más de nuestra vida diaria»

En uno de estos descansos medidos que tiene toda ascensión, Bicho, que así tiene por mote mi compañero de escalada, se me volvió de manera lenta y sencilla explicándome cómo es la caza en estos valles. Ernesto, me dijo, yo no sé de otras cazas, ni he estado en ellas, pero aquí las cosas son como las veis. Nosotros somos vecinos de pedanías y de aldeas, de pueblos y de ciudades, donde la caza hay que hacerla porque daña las siembras y ese agricultor es luego el que me ayuda con los perros o al que le ayudo yo en la huerta. La caza es también para llenar la despensa y para ocupar las casas rurales de estas aldeas.

La caza la necesitamos para arreglar en verano los cauces y azudes que se van con las aguas del invierno. El cazador también arregla caminos y vados de la misma manera que los cazadores, con sus tarjetas, contribuyen en el mantenimiento del pueblo. Es todo como una sinfonía tranquila donde hay instrumentos musicales y nosotros tocamos apoyándonos unos con los otros, sin protagonismos, haciendo la mejor música que somos capaces de crear.

Ernesto, es toda una cadena, unos por otros y otros por otros más aquí se hace todo en una especie de armonía vecinal moldeada por los años que hace de la caza una actividad más de nuestra vida diaria. Así ha sido y así seguirá, al menos en estos valles.

Bicho metió la cara, cogió la puntería y en un segundo sentenció el lance

Con esta mística conversación coronamos la torrentera y me despidió dejándome en un agujero de pasto verde y pino silvestre, no sin antes relatarme lance a lance el éxito pretérito de mi nueva espera.

El tocino le entró casi por frente y no venía muy rápido, faldeaba la umbría donde estábamos y los sabuesos lo habían levantado hacía ya media hora.

Bicho, que es tan rápido como la bestia, ya sabía que el cochino le iba a entrar a él. Vi cómo se preparaba su escopeta haciendo un encare lento lentísimo y sin meter la cara. Al cochino le vi yo antes que él, cabeceaba para salvar la gayuba y ese pasto tan alto al mismo tiempo que sorteaba espinos y enebros, bailando una danza que pocos humanos ven.

Cuando le entró en suerte, Bicho metió la cara, cogió la puntería y en un segundo sentenció un lance para mí frío. Pocos minutos tardó le cimbroneo del pasto motivado por unas pezuñas que no arañarán nunca más las verdosas margas de esta cordillera.

Bicho se desarmó con la misma parsimonia con la que buscó el encare y continuó impávido haciendo más natural si cabe la rúbrica de la caza.

Acabó el resaque y Bicho avió a la bestia dejando lo que ensucia en el monte y arrastrando la canal torrentera abajo con una naturalidad casi circense.

Todo era despacio

Finalizado el resaque, los perros contados y descansando en los remolques y los protagonistas de la razia degustando ya el almuerzo, nos dirigimos Bicho, su sobrino Javi y yo mismo a la casa donde se arreglan las canales y se preparan para el frío.

En silencio, con las canales colgadas de los ganchos carniceros, Javi y Bicho aviaban cada uno de ellos una bestia. Se apartaban pieles y pezuñas, se reservaban entrañas y vísceras apartando a ratos golosinas a los gatos que, apostados a medio paso, sabían de esta liturgia. Todo era despacio, bellamente despacio, al mismo tiempo que la luz del día se despedía de nosotros matando los vivos colores de la muerte que pisábamos.

La Casa Vieja Caza

La Casa Vieja

Fue en ese momento cuando Bicho me pidió que subiera a la Casa Vieja a por unos ganchos más para colgar riñones y vacíos.

Yo no conocía la Casa Vieja y nunca había estado allí. Subí unas escaleras ciegas de luz y al abrir una puerta ajada de fendas centenarias divisé, más con los dedos que con la vista, un pequeño pulsador negro enclavado a la madera con puntas de mil años.

Se hizo la luz, también cansada o adormecida por la pobre incandescencia de su alambre, que me mostró el mejor de los tesoros pirenaicos.

La Casa Vieja se mostró en color sepia y contaba dos estancias, una primera que seguro fue la cocina de un hogar de hace muchos muchos años. Un pedestal de hogar permitía albergar un bastidor de mil hierros que seguro acumularían el calor de lumbres que no podían regalar calores sin uso. A un lado del hogar un poyete de madera oscura señalaba los sueños de muchas noches, a su lado casi rozando la chimenea un mesón de madera mostraba las huellas de las hachas de monte que aliviaron muchas hambres.

Templo de la Caza

La segunda habitación, la del fondo, encerraba un tesoro aún mayor. Con luz cetrina y atocinada esta habitación era un hermoso museo de la rusticidad y la caza. Era en su simpleza el verdadero Templo de la Caza, la Sala de Armas de Eustaquio el romano o bien pudiera ser el aposento de Huberto el de Aquitania, envolvía los secretos mismos del porqué cazamos.

Las vencidas sillas recogían amontonados abrigos de muchas lluvias, mientras por sus bajeras se alineaban botas y rebotas sin colores robados ya por el monte.

Por arriba un bosque de ajos finamente enramonados simulaban el más bello artesonado a la par que aromatizaban este jardín al revés, dándole a la estancia un ambiente casi romántico. Las vigas del techo dejaban asomar las lajas de pizarras en un entrevigado que separaba este tesoro de las nubes, mientras que los hongos que la habitan se comen calladamente la lignina mientras dejan la celulosa que hace blanquear la madera avisando del ocaso de este templo.

Continuo solo, ensimismado y en silencio absorbiendo todas las imágenes que puedo ir reteniendo en mi memoria mientras abajo los hacendados carniceros me reclaman los colgantes que yo no quiero encontrar.

La Casa Vieja Caza

Asoma la Marconi que alegraría las frías noches de hielo y ventisca

Sigo hurgando en la historia de este valle que está todo él metido en esta habitación. A la izquierda, suspendido por una mesa de hule decolorada asoma la Marconi que alegraría las frías noches de hielo y ventisca. Ahora, enterrada en cuernas de corzo y retratos de antaño, calla para siempre acompañando el silencio de la Casa Vieja.

¡Al otro lado diviso un baúl sin paredes!

Ordenado por estratos y en un equilibrio inestable reposan conservas, cartuchos y aparejos de casa hermanados con fósiles y más fósiles recogidos en estas montañas cuando antaño fue mar. Le siguen en sus estratos ordenados cestas de recogida de los hongos, varas de avellano, fundas de armas y botas, más botas sin dueño que esperan pasos ya imposibles. Pantalones vacíos de dueño, hueveras de gallinas que ya fueron caldos y todo, todo meticulosamente mezclado en un hermosísimo desorden.

La Casa Vieja Caza

Callado aprendí, o mejor, entendí, lo que es la caza en el Pirineo

Me senté embobado en la única silla que había y callado aprendí, o mejor, entendí, lo que es la caza en el Pirineo.

La caza aquí en el Pirineo es el mero trabajo, es la familia y la vecindad. La caza es la misma vida, esa vida donde uno cultiva una huerta y el otro apaña el sustento en el monte, porque uno protege y apoya al otro y viceversa. Caza aquí es el descanso de unos por el trabajo de los otros y viceversa también. La caza son los padres, los amigos, son los hijos y el vecino. La caza aquí es su historia y su vida misma, es su recuerdo y su niñez, es el recuerdo de los que no están pero que gozaron con su caza y sus amigos, pero que ya no están.

Es la Casa Vieja la mejor respuesta del porqué cazo.

La Casa Vieja es un artículo de Ernesto Navarrete de Cárcer

 

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