Coloquio con Marichu Cabanyes Pineda, una GRAN SEÑORA, una GRAN CAZADORA, de los pies a la cabeza
Hoy tengo el placer de charlar con una gran señora de los pies a la cabeza.
¿Quién no conoce a Marichu Cabanyes?, Premio Personalidad Venatoria 2019 otorgado por el Real Club de Monteros, uno entre muchos otros premios que ha recibido tanto de caza como de tiro al vuelo y de plato, entre ellos el de campeona del mundo de la modalidad.
Pero, sobre todo, María Cabanyes Pineda (MC), conocida por todos como Marichu, representa el espíritu de la caza y mantiene intacta toda esa jovialidad que el campo y la caza dan a aquellos que son capaces de disfrutar de ambas cosas.
JIH: Marichu, ¿cómo diste tus primeros pasos, por el camino del tiro o por el de la caza?
MC: Como sabes soy la hija mayor de Manuel Cabanyes, que era un gran cazador –porque es más importante ser cazador que tirador, puesto que tirador te haces, pero cazador o lo eres o no– y desde muy chiquita se empeñó en que fuera cazadora.
En aquellas épocas no se cazaba ni mucho menos como ahora –no había puestos de cien perdices ni por asomo– y a mi padre, que le gustaba mucho la caza en mano, no se le ocurría otra cosa que meterme en esos bolsillos grandes que llevaban aquellas chaquetas de caza y acababa siempre llena de garrapatas… (ríe).
Luego, ya más mayorcita, me compró una escopeta de 14 mm monotiro con la que empecé a tirar a conejos, perdices y palomas.
Recuerdo nuestra finca de Navalagamella donde había miles y miles de conejos y allí cazábamos mucho en mano cosa que, como sabes bien, en una finca con mucho monte te hace tirar muy deprisa.
«Es más importante ser cazador que tirador, puesto que tirador te haces, pero cazador o lo eres o no»
JIH: Cuéntanos, ¿cómo eran esas primeras cacerías con tu padre?
MC: Allí había muchas rocas altas y mi padre decidió colocar a mi madre y a mi hermana en una roca, mientras él y yo nos dedicábamos a ojear con un .22 de once tiros con el que cazábamos muchas tórtolas y muchas ‘bichas’ (ríe), era divertidísimo… y así me fue enseñando a cazar.
JIH: ¿Cuál fue tu siguiente paso? Marichu
MC: Al principio y durante muchos años tiré con una pareja de escopetas del 20 de mi abuela.
Recuerdo que un verano cuando yo estaba feliz de vacaciones en San Sebastián, vino mi padre y me llevó a lo de Arión en Malpica a tirar tórtolas… la verdad es que yo casi lo sufría más que lo disfrutaba, pero ahora no me arrepiento (sonríe).
Fíjate qué curioso, tiraba con la pareja y sin cargador y me colocaron al lado un barreño con agua y cuando la escopeta ‘achicharraba’, la desmontábamos y metíamos en el agua el cañón entero… imagínate al armarla con el primer tiro, te salpicaba entera (ríe), pero llegué a cobrar 433 en un día y sin cargador, como te acabo de decir.
Por cierto, creo que se quedó como el récord tórtolas cobradas en un día en Malpica.
«Como una pareja de escopetas del 20 de mi abuela, llegué a cobrar, sin cargador, 433 tórtolas en un día en Malpica»
JIH: Tu padre siempre estuvo junto a ti en estos primeros pasos en el mundo de la caza, ¿era muy duro como ‘maestro’?
MC: Para que te hagas una idea, ¿sabes lo que hacía? Pues verás, se ponía con una sillita detrás de mí en el puesto y con una varita me iba dando cuando no movía bien los pies, porque no se podía tirar bien a las perdices sin hacer lo que había que hacer… no te digo más (ríe).
JIH: Y, ¿cómo llegas al tiro? Marichu
MC: Pues mira, mi padre era por aquel entonces el presidente de Somontes y un día a la una de la tarde cuando salía del colegio me vino a buscar y me dijo: “Venga, que nos vamos a tirar al pichón”.
A partir de ahí nos íbamos casi todos los días él y yo solos a entrenar.
Recuerdo en esta línea que, cuando yo estaba interna en el colegio de La Asunción, mi padre me mandaba a recoger a la hora de comer para llevarme a tirar platos a Cantoblanco, para lo cual tenía que conseguir permiso de las monjas y se le ocurrían las más variadas cosas como ir al dentista y cosas así (ríe).
Me tocaba comer en quince minutos porque a la una y cuarto me recogían, como te digo, e íbamos a toda pastilla –que entonces se podía– por la Castellana para llegar a Cantoblanco y tirar los cien tiros que diariamente me había puesto como tarea. Eso te da velocidad y te enseña.
JIH: ¿Hiciste mucho tiro entonces? ¿Más que cazar? Marichu
MC: No, verás. Yo siempre que he podido ir a cazar he ido a cazar.
En cuanto al tiro al plato, aunque fui campeona del mundo y gane muchas otras cosas, tampoco tiré mucho, lo que sí tiraba era al pichón.
Tiraba al plato porque me daba velocidad y porque entiendo que antes de tirar perdices tienes que tirar al plato, de lo contrario estarás siempre más lento.
JIH: Por cierto, como tiradora experta, ¿qué calibres te gusta usar?
MC: Varios, tengo un express 9,3×74, un .270 WSM, otro .270 Win, un 30.06… que a mí me gusta, me parece una maravilla. Me he quitado muchos rifles… he regalado bastantes a mi nieto.
JIH: En cuanto a cacerías, ¿qué es lo más te gustaba?
MC: La alta montaña. Mi padre me llevó a Gredos a tirar el primer macho siendo muy joven y lo fallé, un macho oro precioso que luego mató Fernando Villagonzalo y se encargó de enseñármelo siete u ocho veces o más… (ríe). Y lo tiré, como dicen los niños malhablados, a huevo (ríe), pero es que no lo veía por más que se empeñaran. Al año siguiente ya sí lo pude conseguir. Después los he cazado en Beceite, Ronda… unos 15 machos en total, creo. (Doy fe de ello, algunos de ellos auténticamente espectaculares).
JIH: Una pregunta tópica y típica, ¿cómo entiendes la caza? Marichu
MC: Pues mira, entiendo que hoy día no se caza, se tira. La caza la llevas dentro, pienso que cazar empieza ya días antes, cuando te estás preparando mentalmente, tus cosas, tu ropa, todo con ilusión.
En la caza el hecho de matar es lo de menos, porque ni te enteras, gracias a Dios… lo que pasa es que luego lo piensas y te das cuenta de que hay que hacerlo, el control de poblaciones es necesario y sobre todo en la caza mayor.
Mira, la caza es una emoción especial, a mí me hace falta el campo y cuando estoy allí, esa soledad es gloriosa.
Subir a Gredos sin oír nada, viendo un horizonte maravilloso, es algo inigualable.
Por otra parte, no hay que negar que el tiro es indispensable y sobre todo hacerlo bien, evidentemente.
Yo he llegado a tirar entre el pichón y la caza cerca de los veinte mil tiros al año… ¡ya podía hacerlo bien! (ríe).
«Entiendo que hoy día no se caza, se tira. La caza la llevas dentro, pienso que cazar empieza ya días antes, cuando te estás preparando mentalmente…»
JIH: Desde el punto de vista de cazadora y tiradora, ¿el ojeo es más caza o tiro? Marichu
MC: En eso no hay duda, es mucho más tiro. No tiene nada que ver con la caza, lo que sí está claro es que el ojeo hay que saber tirarlo, aprovecharlo, pero eso no es cazar.
Verás, hay cazadores de ‘nuevo cuño’, los súper cazadores que matan doscientas perdices en un ojeo, grandes tiradores, pero no cazadores. Son gente que cazan mil perdices o lo que sea en un día, pero no saben buscar una ‘bicha’ o algo que se mueva por ahí…
«El ojeo hay que saber tirarlo, aprovecharlo, pero eso no es cazar»
JIH: Hablando de cazadores y tiradores, ¿te atreves a darme nombres de los mejores para ti en este momento?
MC: En cuanto al mejor cazador (remarca lo de cazador) o tirador, pues me encanta Mamel Landaluce que me parece un ‘súper’, y entre los jóvenes quizá Javier Botín o Christian Gut.
En cuanto a cazadores de alta montaña, entre otros muchos, no podemos olvidarnos de Pepo López-Schümmer, que además es un cazador muy completo.
La caza hay que mamarla, eso está claro.
JIH: Marichu, tú que has cazado casi todo y has practicado todas las modalidades, ¿cuál crees que representa mejor los valores de la caza?
MC: La caza en mano es una maravilla, pero está desapareciendo, sobre todo, porque ya no quedan terrenos libres y porque la gente de los pueblos ya no puede salir a cazar porque no hay piezas a no ser que sean echadas.
Verás, yo siempre he sido más de escopeta que de rifle, me encantaba cazar en mano con mi padre codornices, perdices… y en los ojeos porque cobrar treinta perdices ‘de verdad’ era la ‘pera’ y muy divertido.
En cuanto a la mayor, a mí la caza de alta montaña es lo que me encantaba y, sobre todo, el rebeco.
Respecto a la montería me gustaba mucho menos porque eras joven y te mandaban a un ‘córner’ y no tirabas, y si tirabas era una castaña de caza porque entonces no había nada más que ‘venadillos’ de seis u ocho puntas que no hacia ilusión cazarlos.
«La caza en mano es una maravilla, pero está desapareciendo… Yo siempre he sido más de escopeta que de rifle, me encantaba cazar en mano con mi padre codornices, perdices…»
JIH: Hilando con tu anterior afirmación, ¿la caza no se está convirtiendo en algo demasiado comercial? ¿Cómo ha ido cambiando la caza?
MC: Claro, por supuesto, no hay duda. La caza ha cambiado muchísimo, sitios donde no había caza ahora sí hay porque se hacen sueltas.
Ya no quedan sitios con perdiz ‘de verdad’, salvo algún punto concreto de Andalucía o Albacete, y hablamos de cacerías de trescientas perdices, algo que la gente desprecia hoy en día.
El otro día un amigo me comentaba que había cobrado setecientas perdices y solo se me ocurrió decirle «pues chico, qué fuerte estas» (ríe).
«Ya no quedan sitios con perdiz ‘de verdad’, salvo algún punto concreto de Andalucía o Albacete, y hablamos de cacerías de trescientas perdices»
JIH: Hablando de recuerdos, ¿cuál ese recuerdo cinegético que ha perdurado siempre en tu memoria?
MC: No podría seleccionar uno, se me vienen tantos a la cabeza… quizá ese día de las tórtolas que te he comentado, cuando cacé un gamo enorme en Viñuelas, las ciento cuarenta perdices en un ojeo, en fin, muchos, muchos…
JIH: Y, ¿uno malo? Marichu
MC: Sí, te voy a contar uno muy gracioso. Fue en la finca que tenía mi padre aquí en Madrid y resulta que había plantado unos chopos y yo andaba por allí con mis ‘abarcas’ y veía que en un árbol recién plantado había un agujero abierto que yo todos los días lo cerraba y al día siguiente me lo volvía a encontrar abierto… hasta que un día estaba hurgando en él y me salió un lagarto enorme que me pegó un mordisco terrible en el dedo gordo y llegue a casa con el lagarto colgando y dedo sangrando (ríe).
No tengo más recuerdos malos del campo, todos han sido buenos.
JIH: Dime una cosa, ¿por qué has dejado las perdices y el pichón? Marichu
MC: Pues te voy a contar, al pichón dejé de tirar hace diez o doce años y fue porque seguir arriba en esta disciplina exige mucha dedicación, tienes que estar metida en todo, ir de ‘feria en feria’ como los toreros y yo ni puedo ni me interesa.
En cuanto a las perdices lo dejé en las Rentillas, allí hay un ojeo que se llama el Veneno, cuando llevaba cincuenta perdices noté que no podía levantar la escopeta y ahí me dije, «esto se ha terminado…».
Y hará unos cuatro años en una tirada de patos de Juan Abelló cuando llevaba cobrados ciento ochenta, vi que no podía seguir y Juan me insistía «llega a los doscientos, llega a doscientos…», y lo hice, llegué a los doscientos y me tiré al suelo a continuación, así que entre las perdices de Rentillas y los patos puse fin a la escopeta.
JIH: Como no podía ser de otra manera, a una persona que ama el campo y la caza como tú lo haces, también le tienen que gustar los perros, ¿no es así?
MC: Me gustan mucho, por supuesto, sobre todo el teckel.
Mi padre ha tenido maravillas y te voy a contar una historia bonita al respecto. Como sabes, mi padre era muy amigo de la Infanta Doña Alicia y de Don Alfonso, y fue precisamente ella la que trajo los drahthaar a España y el primero, que se llamaba ‘Alejandro de la Flor de Lis’, fue precisamente para mi padre.
Curiosamente, mi primer teckel también me lo proporciono ella y desde entonces he tenido ocho. También hemos tenido labradores, pero ahora al vivir en Madrid, todo me ha cambiado.
JIH: Tú has aprendido todo de la caza y el campo junto a tu padre, ¿crees que a los jóvenes se les está iniciando bien en el mundo de la caza? Es más, ¿ves ‘cantera’ y futuro a la caza?
MC: Mira, de lo primero que tenemos que ser todos conscientes es que cazar es carísimo.
Antes cazar era otro cazar, no había la caza que hay ahora, pero era mucho más asequible, actualmente coger una acción es prohibitivo para los jóvenes.
Antes te ibas a casa de amigos y la cosa era diferente, ahora no es así.
Por otra parte, la caza tampoco se vive como antes, salvo en algunas familias que lo viven o tienen campo, lo que les permite tener terreno para poder vivirla y disfrutarla de una manera que ahí sí se hace afición, lo contrario, y por desgracia más habitual, es ir de caza, abatir la pieza y marcharse… a veces no se quedan ni a comer con los amigos.
«Lo primero que tenemos que ser todos conscientes es que cazar es carísimo. Antes cazar era otro cazar«
JIH: Y ya para ir acabando, ¿cuándo has estado por última vez de caza, Marichu?
MC: Pues mira, en una espera con mi sobrino Juan la semana pasada.
Las esperas son algo de afición, son una maravilla porque, aunque no hagas nada, aunque no veas nada, solo disfrutar de esa soledad ya es un auténtico placer. A mí me encantan, hago muchas y que conste que me subo a un árbol sin ningún problema (ríe).
«A mí me encantan las esperas, hago muchas y que conste que me subo a un árbol sin ningún problema»
JIH: Con tanta afición, ¿has conseguido transmitírsela a tus hijos, nietos…?
MC: Pues fíjate que no, a ninguno de mis hijos, solo mi nieto Fernando y mis sobrinos me siguen y de hecho suelo ir con ellos de caza.
JIH: Con todo mi pesar tenemos que terminar, pero antes quiero que me respondas a una última pregunta, ¿cuál es el mal de la caza hoy día en España?
MC: (Tajante) Lo que cuesta. Es un mal gordísimo y sobre todo, como te digo, para los jóvenes, aunque marchen bien, porque papá no está para pagar siempre…
«El mal de la caza hoy día en España es lo que cuesta»
Y para finalizar me cuenta una anécdota que dice mucho de nuestra amiga Marichu.
Hablando de un amigo común y magnífico tirador, Miko Matossian, salió a colación su madre, Cristina Osorio, condesa de la Torre, otra magnífica cazadora y tiradora de la que era gran amiga y su competidora en el tiro al plato.
Me cuenta que en una ocasión estando cercano el campeonato del mundo, Marichu la convenció para que volviera a tirar porque lo había dejado hacia años e incluso entonces no tenía ni escopeta… Pues le dejó la escopeta, la llevó a entrenar y al final… ¡la condesa de la Torre le ganó el campeonato de mundo!, algo que a Marichu le divierte muchísimo recordar.
Pues, como digo, hemos terminado este coloquio con todo pesar por mi parte porque ha sido un auténtico placer y lo que siento es no poder transmitir todo lo que hablamos, los amigos comunes que recordamos, las cacerías, las anécdotas de una gran cazadora, pero sobre todo de una gran señora por derecho propio, porque lo ha sido, lo es y lo será siempre. Eso sí, hemos quedado para ir esperas a la vuelta de vacaciones… No sé si aguantare su ritmo, ¡ya os contaré!