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El buey y los golondrinos. Relato del día de apertura. Por José García Escorial

Día de apertura
Fiesta Nacional, descubrimiento de America. Día de apertura.

El 12 de octubre de 1492 Castilla descubrió América, hoy en día en España es fiesta nacional, Día de la Raza, Día de la Hispanidad, Fiesta del Pilar, Día de la Patrona de la Guardia Civil, y siempre estuvo enmarcada esta fecha en oro en el calendario de cualquier cazador, era el día de apertura de la caza a nivel nacional, antes que el despropósito autonómico nos trajera tantas sombras negras como así ha sucedido.

Nunca pude dormir en la víspera de ese día, pero no digo la verdad, la realidad es que después de tantos años, y tantas cacerías en todo el mundo, sigo sin conciliar apenas el sueño antes de una jornada cinegética.

El día de apertura, un día grande de caza

Ese día grande de la caza lo preparábamos con extrema meticulosidad, sería a finales de los años setenta y decidimos ir a Palencia, a uno de los pueblos del Cerrato, donde Elías tenía una tarjeta.

Elías (q.e.p.d) era panadero, de los que trabajaban 362 días al año, todos los días menos las tres antiguas excepciones legales, Nochebuena, Nochevieja y Domingo de Resurrección, y en la madrugada del día 12 de octubre cocía pan, esto nos obligaba a darnos un madrugón de muerte.

A las cuatro de la mañana estaba con Luis (al que le cambié su apodo y le llamaba ‘Matanzas’, una fina escopeta, agricultor que sabía del campo y de la caza todo lo que tenía que conocerse), en la puerta del horno, urgiendo al panadero que apurara, mientras pellizcábamos una hogaza de pan candeal cuya miga humeaba, ese fue mi desayuno muchas veces, viniera o no Elías de caza, me pasaba por su horno a recoger una libreta de pan recién cocida.

Dicen que el pan así, recién hecho, es muy indigesto si te lo comes, quizás tengan razón, a mí nunca me sentó mal, al revés, me sabía a gloria bendita.

Muchos años después con mi hijo y con pan de las gasolineras recién hecho, repetíamos la costumbre, gozosos por ir a cazar perdices en mano, mientras comíamos pan quemándonos casi las yemas de los dedos.

En el Lada Niva, camino del Cerrato palentino

Ya había dejado los Land Rover, y ahora conducía un Lada Niva, que no es que fuera un Porsche Cayenne de 450 caballos, pero hacía medias superiores a los 100 kilómetros por hora, aunque cazadores, archiperres y perros fuéramos más constreñidos de espacio en el pequeño, pero muy eficaz, todoterreno ruso.

El viaje era largo, de dos horas no bajabas, no había ningún tipo de autopistas, pero tampoco límite de velocidad, y llevaba muchas veces al ruidoso ‘maquina’ ruso sacando el pedal del acelerador fuera de la carrocería.

Elías dormía, y Luis ya estaba acostumbrado, a veces vino conmigo a entrenar tramos de rallye.

De armamento llevábamos lo siguiente:

Luis se acababa de mercar una automática Franchi, con sus cinco tiros legales; Elías cazaba con una Laurona superpuesta; y yo llevaba la paralela larga Tres Coronas, que utilicé durante tantos años, y que siento que me la despistara para siempre un empleado vil y desleal.

Dos bretones y un cruce de pointer, viajando entre los pies de los acompañantes del conductor completaban la fuerza cinegética.

día de apertura
Después de más de 40 años, aún cazando perdices.

Había muchas perdices día de apertura

Elegimos ir al coto del Cerrato, porque cuando según pasaba la temporada y se fogueaban las perdices, a la primera se tiraban al llano y no es que fueran imposibles de cazar, es que los llanos cerealistas estaban fuera de la linde del coto.

Perdices había muchas, un montón, pero más listas que nosotros.

Pero en esta ocasión esperábamos estar más a la altura del Homo sapiens, que en las ocasiones anteriores.

Llegamos entre dos luces, después de carrilear un rato por un buen camino producto de la concentración parcelaria, que cambió, de modo positivo, los accesos en la mayoría del agro de cereal de invierno español de las dos mesetas castellanas.

Dejamos a los perros que se despabilaran, mientras nos preparábamos para salir de caza, y Luis los llamó, para meterles de nuevo en el coche.

Los bretones eran más tranquilos, pero seguro que el pointer antes de que nos diéramos cuenta nos habría dejado el coto ayuno de perdices, y estas engrosarían las perchas de los cazadores del vecino coto.

¡Quintuplete con carambola incluida!: «Más caga un buey que cien golondrinos»

Los tres abiertos en mano. día de apertura

Luis era un maestro en estas lides, Elías entre que casi siempre estaba medio dormido, no se apañaba demasiado bien, y yo siempre he sido muy andarín en mi ambiente y nada torpe en la caza en mano.

De repente, muy cerca, de una tierra en barbecho, limpia, salió aleteando un bando de perdices, yo hice un fácil doblete, la Franchi empezó a toser y Luis hizo un quintuplete, falló el ultimo tiro, pero en el segundo disparo hizo una carambola, Elías se apañó para derribar una.

Los perros liberados de su prisión, cobraron las perdices.

¡Nada más empezar, ocho!

Y Elías dijo la frase que quedó ya para siempre en nuestra relación de anécdotas: «Más caga un buey que cien golondrinos».

El buey era Luis con su repetidora, pero el panadero nunca se compró una repetidora, yo tengo tres Benelli.

Cazando alces en Canadá.

El último día de apertura en casa de Elías

Muchos años después suena el móvil.

–Hola.

–¿Cómo estás? ¿Por dónde andas?, −me responden.

–En el aeropuerto que me voy a cazar alces a Canadá, −respondo al teléfono.

–Estoy muy malito, ya me han desahuciado, −me informa Elías.

–No te mueras, macho, espera a que yo vuelva, ¿me lo prometes?

–Haré lo que pueda, −fue la respuesta.

Veinte días más tarde, a mi vuelta de Canadá, llamé a Elías.

Oye, este año el día de la apertura, pasado mañana, lo hacemos en tu casa, prepara algo de asado, seremos cuatro, Perico estará con nosotros.

Pedro no es cazador, pero sí un enamorado del campo por su faceta de pescador, y hasta Canadá se vino conmigo a darle al sedal. Acompañando de Luis y Elías, es un magnifico jugador tabernario de todo tipo de actividades con los naipes, pero su mayor virtud es la lealtad, en esto es comparable a Nadal, es un auténtico número uno.

Como buen conocedor del horno, Elías hace unos asados para chuparte los dedos, y en esta ocasión de la apertura del 12 de octubre se lució como nunca antes lo hizo, además en el mus ganó todas las partidas, todos ganamos con él, dijo que le habíamos dejado ganar, pero él sabe que yo no dejaría ganar ni a mi augusto padre.

El oso de Canadá en la pared nos miraba con sus ojos de cristal, hasta que ya de noche, Elías insistió en acompañarme hasta la puerta.

Tan solo una semana después, andábamos Luis, Perico y yo, camino de Miguelañez, en dirección al cementerio, Elías estaba con nosotros pero dentro de su ataúd.

día de apertura Un artículo de José García Escorial

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