Romance del Conde de Leganares, que se quedó solo en sus lugares
Estaba el señor Conde triste y afligido:
sus mesnadas de caza no habían salido,
permanecían sus alanos callados,
sus azores y halcones alicaídos.
Los raudos caballos de los monteros
comían tranquilos en sus reposaderos,
a su alrededor nada se movía,
cada hora aún más se afligía.
El buen señor dejaba pasar los días,
para su pena, sin salida.
Los monteros allende los mares no vendrían,
los de acá, tampoco acudirían.
Pero se le ocurrió una idea genial
y, de repente, le pareció fenomenal:
si era claro que montear no podrían,
pero porqué no rececharían
la brava cabra montesa,
alejada de sus dehesas,
refugiada en sus montañas,
sin ser objeto de saña
podría ser la brillante solución.
Se puso a la faena con dedicación,
se le pasó la idea de viajar a Atica,
terminó su excursión a África
y, cuando llegaron Los Santos,
con mucha nieve en los altos,
estaba todo listo
como él había previsto.
Le llegó la misiva del rey:
estaba prohibido por la ley
salir, merendar, pasear,
comer, viajar y cazar. conde
El motivo era un diminuto desliz,
los sabios le llamaron COVID
Él, cual vasallo humilde,
no puso a la norma una tilde,
se refugió en los muros de ladrillo
de su muy elevado y alto castillo
y, allí, solo en su casa,
tranquilo a la fuerza repasa,
escribiendo sus días de gloria
cuando todo era fanfarria,
fuerte sonido del tambor
y estrepitoso tronar del cañón.
Sueña anhelando el momento
que se ponga fin a este tormento,
que aparezca, por fin, la vacuna
y que vuelva a rodar la fortuna.