Observo como pian en el nido, bajo el alero del tejado, los nuevos pollitos de las golondrinas, y pienso que debo hacer el viaje inverso, abandonar África y volver a mis cuarteles de invierno.
Y rebusco y encuentro mi olvidado pasaporte, equipaje no llevo, acaso algunas pieles de cebra de encargo.
Atestón de África
Desde que por unos breves días se abrió la posibilidad de viajar al sur de África en octubre de 2020, he estado allí en ese año en octubre y diciembre y en 2021 menos enero y mayo el resto de los meses hasta ahora.
Me he pegado un soberano atestón de África.
Los que me han acompañado en estos meses han podido comprobar lo feliz que me siento allí intentando hacer felices a los demás.
Cada grupo, cada amigo, es un reto personal y un agradecimiento total de mi parte, ya que el viajar en tiempos de Covid solo está reservado a los mejores, a los héroes, que arrostrando todos los inconvenientes, pudieron disfrutar de mi alegre sonrisa al esperarlos en el aeropuerto.
Ninguno llegó no en la hora, sino en el día previsto, alguno nunca pudo llegar debido a un test PCR adverso, pero los que lo hicieron podrán presumir de haber viajado a África en tiempos de Covid.
¡Vaya jaleo de ahora sí, ahora no, PCR, QR!
Un día el toque de queda era a una hora, otros a otra; durante semanas estuvo prohibido adquirir alcohol, en otras fechas solo los fines de semana estaba vigente la prohibición; en destinos de entrada y salida era obligatorio los PCR y luego en algunos solo la autentificación de la vacunación completa.
Nadie se aclara con el código QR de entrada en España.
Y uno que intenta saber de caza desde hace sesenta años, ahora debe aprender a desgañitarse aprendiendo las normas sanitarias de medio mundo.
En mis cuarteles de invierno
Ya tengo el coche de caza listo, debe pasar antes de final de este mes de noviembre la ITV aunque apenas le hice kilómetros desde la última obligada revisión.
Me ha entretenido buscar todos mis achiperres para recechar, alguno se ha resistido, ¡pero la final todos han aparecido!
A ver cómo me apaño para meter las maletas de los clientes que voy a buscar.
El día que dieron en el cole la lección de “ir ligero de equipaje” seguro que estaba allí, pero presté poca atención.
Son las siete de la mañana, y el aeropuerto de Barajas está fresquito a esas horas.
Ando ligero y contento a la terminal uno, hoy me llegan los primeros cazadores americanos, otros valientes, otros héroes, y mientras me subo la cremallera de mi forro polar compruebo que el frío de nuevo ha llegado, que estoy en España, en Madrid, y que en unos minutos me voy a ir de caza, otra vez más presente en mis cuarteles de invierno.