Una mañana, le dije al campo…
Julia, hace unas fotos maravillosas, mientras que vosotras mis encinas, no me dais una imagen para mostrar lo preciosas que sois, vuestro porte, vuestra copa redonda y ramoneada por las vacas, vuestro tronco poderoso.
Entonces al escuchar el reproche las encinas se pusieron a llorar.
Sus lágrimas eran las bellotas, sus suspiros los lirios de otoño, su desconsuelo el verde del trébol.
¿Pero qué te puedo dar si soy la misma encina al pie del camino que ves todos los días?
Entonces sus lágrimas fueron más grandes y su desconsuelo mayor, aumentando las bellotas y el verdor del trébol.
Los venados empezaron a quitar las lágrimas del suelo para que nadie viera que esas encinas lloraban.
Los jabalíes hozaban en la tierra, para que no se viera que las encinas estaban desconsoladas
Cuando me disculpé por ser descortés, quizás rudo y un poco grosero era tarde.
Muy tarde… campo
Y por la tarde…
Entonces el sol antes de acostarse iluminó el lloro de la encina.
No pude menos que guardarme una imagen del lloro de una de las encinas y de sus desconsuelos…