El otoño y la berrea aparecen de la mano y no acierto a adivinar quién va marcando el paso.
El momento sigue deparando tal lluvia de tópicos típicos que, a estas alturas, resulta difícil aportar algo. Yo les confieso que, a pesar de llevar muchas berreas disfrutadas, festejo su llegada con la ilusión de un niño y me dejo arrastrar (aún a riesgo de no ser original) y hago lo del Marqués de Santa Cruz, “que hizo un palacio (1) en el Viso porque pudo y porque quiso”. De modo que no necesito añadir más, que a buen entendedor…
Se empiezan a oír las primeras berreas en las noches de septiembre en las que los venados lanzan sus desafiantes berridos reclamando pareja al amparo del frescor nocturno, ese que les estimula el deseo. Y, aunque las horas diurnas continúan agarradas al verano, sus sinfonías van acompañadas de olor a testosterona con el que impregnan el campo, anunciando un otoño que, en lo climático, cada año se retrasa más.
Los días se acortan, la berrea se alarga
Mientras los días se acortan, se alarga la berrea, llenando de pasión las horas de la noche y, según vayan pasando jornadas, también del día, sobre todo, a la caída de la tarde y al amanecer.
Cuelgan en el silencio del viento las notas que lanzan al aire; melodías que son el prólogo de desafíos y conquistas por llegar. Y si el tiempo viene bien, el otoño reafirmará la berrea al calor de las primeras lluvias y del ansiado descenso térmico, vital en el aumento de actividad de los animales. Disfrutaremos de sus retos y peleas, sabiendo que los ganadores gozarán del triunfo hasta la extenuación porque son los elegidos para asegurar el mejor porvenir de la especie.
En la montaña palentina, lejos de alambres cautivadores
Este año, mi destino vuelve a ser la montaña palentina, donde, lejos de alambres cautivadores, los venados buscan en libertad a sus hembras. Altaneros y pletóricos no temerán ni al lobo. Diferente será después, cuando la berrea haya terminado y sus fuerzas estén al límite… ya se guardarán y mucho, del cánido.
Busco en la alta montaña al venado de mis sueños, el que aún vaga por collados y valles donde el oso es vecino suyo y el rebeco vigila en las cumbres. Desde Piedrasluengas a Peña Prieta, desde el Pico Tres Provincias al Curavacas, sus pasos no tendrán más límite que el de sus propias fuerzas. Kilómetros de territorio salvajemente natural… En esta Reserva lo he llegado a cazar por encima de rebecos, donde más arriba tan solo quedaba el cielo.
Volverán los ciervos a la oscuridad del monte
Pero como todo pasa, pasará también la berrea. Y volverán los ciervos a la oscuridad del monte, a lo más profundo; desapareciendo de nuestra mirada, quizás, hasta el próximo celo. Recuperarán de inmediato recelos olvidados, cuando el ardor de sus cuerpos se vaya apagando al estar las ciervas ya cubiertas. La desconfianza marcará su comportamiento y el otoño hará días que echó a rodar.
Tengo la misma sensación que la que te deja el buen vino que hace cumbre cuando se termina la botella. Y es que, pegando la hebra con mis amigos, el tiempo parece correr sin medida, sin darnos cuenta. Estamos despidiendo el verano y… a la puerta llama una nueva berrea. El regusto es insuperable.
A ellos (a los venados), no creo que se les haya hecho tan corto.
¡El espectáculo es único! Disfrutémoslo.