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Don Camilo II. Por Tomás Cortés

Don Camilo Caza
Don Camilo II, curas cazadores y otras anécdotas.

Ciertamente el de ‘Don Camilo’ era un guión disparatado sobre situaciones muy cotidianas, lo cual rodeaba a Don Camilo de veracidad, franqueza y fidelidad con la historia creada por Guareschi.

Muchas veces en la vida cotidiana utilizo como expresión para describir una situación surrealista la expresión «se parece a una película de Berlanga» tipo ‘La escopeta nacional’ o ‘Los jueves, milagro’. También utilizo aquella de «es una película de Cuerda» (‘Amanece que no es poco’, ‘Así en el cielo como en la tierra’, etc.) siempre reflejando lo más absurdo del comportamiento de las personas cotidianas.

Situaciones absurdas que tienen su reflejo en la vida real

Cuando le digo a mi amigo David M. que hago ronda y vaqueo por la noche, y que incluso a veces lo hago sin arma, tan solo por ver la salida de las reses a la dehesa, este me dice:

–Claro, vas a terminar como Azarías en ‘Los santos inocentes’ persiguiendo al cárabo.

Yo le contesto con otra frase de ‘Amanece que no es poco‘:

–Déjate, déjate que un hombre en la cama es un hombre en la cama.

Sí, absurdo, son situaciones absurdas pero que tienen su reflejo en la vida real.

Me he encontrado en la vida campera anécdotas a montones, de las que apenas das credibilidad a no ser que hayas sido un espectador ‘in situ’.

Antiguamente era más común el presenciar dicho comportamiento, pues la vida era más dura y con menos medios, añadiendo que la gente apenas tenía formación, sin embargo, hoy en día es…

Un parche en el ojo Don Camilo

Un caso me sucedió esta temporada pasada, resulta que estaba en una montería y por meterme en el monte a pistear un cochino, me di con una jara en el ojo.

Tenía dos heridas, me mandaron el tratamiento y me marché para casa.

Pero recuerdo que mientras estaba en una de las revisiones había otra persona, un trabajador de campo, que me preguntó qué era lo que me había pasado para ir con un ojo tapado, entonces se lo conté, a lo que me contestó que a él le había sucedido algo parecido, pero que solo iba al oftalmólogo a por las gotas.

Lo cual me produjo bastante curiosidad.

–¿Cómo que lo mismo? ¿Te ha dado una jara en el ojo? Pues escuece y duele bastante.

–No, hombre, a mí me ha pasado soldando, el caso es que no me pongo la careta de protección, y, claro, saltan chispas de metal que se me introducen en el ojo.

–Joder, pero ¿por qué dices que vienes tan solo por las gotas? No lo comprendo.

Pues sucede que cuando me pasa eso, tengo un imán que pasándomelo por el ojo me quita las virutas de hierro.

Me quedé tan sorprendido por el personaje que me olvidé preguntarle qué era lo que hacía con las heridas producidas por la incrustación del metal en el ojo. Por ello y supongo que, al verme la cara de sorpresa, me dijo que para eso eran las gotas.

Ni antibiótico ni cicatrización de la herida en el globo ocular, un poco de agua y para adelante.

La intrahistoria

Estos hechos narran lo que Unamuno describió con el término intrahistoria y que la RAE lo refleja cómo «Vida tradicional, que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible».

En definitiva, que lo surrealista está reflejado en la vida cotidiana y de la cual nos sorprendemos con dicho comportamiento.

JAÉN – CIUDAD REAL Y EL SACERDOTE DEL VISO

Intento reproducir la anécdota lo más fielmente que recuerdo, pues esta no la viví.

Había en la localidad del Viso del Marqués (localidad manchega situada en la cara norte de Sierra Morena, y famosa por ser descrita la forma de cazar de sus gentes en los libros de Alfonso de Urquijo) un sacerdote muy peculiar, tanto que se narran las anécdotas a montones.

Dicho personaje era un cazador empedernido, y que, con la suerte de tener parroquia en Sierra Morena, tenía un brutal acceso a la caza, en una zona en la que se encuentran algunas de las fincas más notables de nuestra querida España.

Recuerdo que me contaron, que en algunas misas que oficiaba en una de esas grandes fincas con personajes importantes de primera fila de la sociedad española, y puesto que se había demorado la salida de los puestos por la tardanza de alguno en llegar a la finca, más de una vez, decía lo de:

–Bueno, vamos a ver, lo importante de la homilía y el resto os lo digo yo de forma breve, que si no fuese así podrían soltar los perros y no estamos puestos.

Si había gancho por la tarde, abreviaba la misa de forma tremenda, orando en velocidad doble, para aprovechar la tarde.

Mensaje en el contestador Don Camilo

Me contaron que con la pasión que tenía, en la época aquella que no había móvil, cuando los feligreses o cualquier otro llamaban por teléfono a la parroquia eran recibidos por el mensaje del contestador. Si bien este variaba todos los meses. Lo sorprendente es que cada mes imitaba el sonido de un animal y de su celo antes de darse a conocer.

Enero, era el mes de celo de la cabra montesa, con lo que al llamar el contestador decía:

–Beee, beee… este es el sonido del celo de la cabra montesa pues es enero, ahora debo decir que está usted hablando con el teléfono de la parroquia del Viso del Marqués.

Febrero era el mes de los zorros con sus aullidos. Marzo el de los gatos…

Y así sucesivamente entre otros imitaba los sonidos de la berrea, la ronca, el autillo, el cárabo, el lirón, etc.

EL OBISPO Y EL VETERINARIO Don Camilo

Resulta que antiguamente cuando el obispo iba a confirmar a los niños en alguna localidad, tenían por costumbre alojarse en dicha localidad, puesto que la mayoría carecían de sitios donde hospedarse, los obispos solían alojarse en una de las casas principales que, anteriormente, los curas parroquianos habían elegido y pedido el pertinente permiso a la familia.

Este sucedido fue en el cortijo de una finca en los Montes de Toledo cercana a la localidad donde se iba a oficiar la confirmación, de forma tal que cuando estaban con los preparativos en la casa, la matriarca le dice a un hijo que tenía fama de rápido pero bruto, de ingenioso, socarrón, irónico, al que llamaré Pepe.

–Pepe, hijo, por favor, no hables al obispo, que tenemos interés en quedar bien, al menos esta vez, por favor, mira que te lo pide tu madre.

–No te preocupes madre, que esta vez no te fallaré a menos que me toque el señor obispo los costados, claro está, que sabes que soy muy particular.

–No, hijo, no, te lo ruego, al menos esta vez.

–De acuerdo madre, así lo haré.

Llega pues la noche en cuestión, y durante el recibimiento al señor obispo, Pepe se mantiene siempre en un segundo plano para evitar tener conversación con el tal y como prometió a su madre.

Antes de la cena, en uno de esos salones con grandes chimeneas de aquella finca, se empiezan a ir del salón los comensales bien por una u otra razón.

Pepe mientras se encuentra en la chimenea atizando con su bota de cuero un leño de encina que está ardiendo y que lucha por salir de la chimenea, absorto en sus pensamientos.

Hacer curas a los burros Don Camilo

El señor obispo se fija en Pepe, con el que no había cruzado palabra, y se dirige a la chimenea, allí buscando la cara de Pepe le pregunta:

–¿Y usted a qué oficio se dedica?

Pepe, ante la pregunta, impertérrito pega otra patada al leño, haciendo oídos sordos. El señor obispo cree que no le ha escuchado y acercándose dice:

–Disculpe, ¿que a qué se dedica?

Pepe, le mira de arriba abajo, y responde:

–A lo mismo que usted.

El señor obispo lanza una sonrisa y negando con la cabeza le dice:

–Eso es imposible, pues yo soy obispo.

Esta vez Pepe, que la tenía preparada, le responde:

–Y yo veterinario. Don Camilo

El obispo riendo le dice:

–Pero eso no es lo mismo, son profesiones distintas, yo soy pastor de almas y usted…

Pepe interrumpe y le contesta:

–Sí es lo mismo, PUES LOS DOS HACEMOS CURAS A LOS BURROS.

Me contaron el señor obispo soltó una carcajada tremenda para pedirle a la matriarca después de una charla con Pepe, que rompieran el protocolo, y Pepe se sentase a su lado durante la cena.

Durante ese tiempo pepe soltó la lengua a paseo, contando anécdotas que hicieron sonrojarse a todos los comensales menos al señor obispo.

Don Camilo Por Tomás Cortés Sánchez

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