Con la caza a cuestas Con la caza a cuestas

De los hombres que acuestan a las gallinas; por Ángel Luis Casado

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De los hombres que acuestan a las gallinas…

Decía un alto ejecutivo, al que pude leer en prensa: «desgraciadamente se está perdiendo la buena costumbre de discutir». Y estoy de acuerdo con él. Se tiende a analizar, si conviene o no, opinar o rebatir cualquier comentario y si esto traerá consigo discusión o polémica. «Para qué debatir, si este es de izquierdas o de derechas…». «Si es del Barca y yo del Madrí…». «Si él es cazador y yo vegano…». Tras esas reflexiones, lo normal es que las conversaciones, si las hay, caigan en la intrascendencia absoluta, en la banalidad que conduce al tedio, al aburrimiento, perdiendo así la posibilidad de enriquecernos, de abrir nuestras miras con las ideas de los demás y de despertar el ánimo de compartir y no solo reflexiones, sino hasta vino y mantel.

Juan, hombre ilustrado, viajado, que hace el bien siempre desinteresadamente

Yo, que ando en una de las cuadrillas de caza del norte, que flirtea los montes de León tanto como la montaña palentina, fui recibido, acogido en ella, por el interés mostrado desde el primer día por Juan. Él se encargó y preocupó de abrirme la puerta de par en par a sus componentes. Y en ella me encuentro desde ese día como en mi casa: querido, respetado, acompañado y ayudado.

Juan es un gran conversador. Hombre ilustrado, viajado, que hace el bien siempre desinteresadamente, por principios, por convicción, sin esperar nada a cambio. Además de gran cazador, fue rehalero y, aunque jubilado, continúa siendo veterinario de talla. Con él nunca hay espacio para el aburrimiento.

Felipe es un hombre modesto, gran compañero y aún mejor persona

A Juan le acompaña siempre Felipe, con lo que, en su todoterreno, cuando acudo, vamos los tres. Las idas y venidas al monte no pueden ser más animadas. Aunque coincidimos a menudo, no parece ser donde más a gusto se encuentre nuestro amigo Juan que, como gran conversador, disfruta estirando el argumentario, atizando el debate con tal de que no pierda temperatura.

Felipe es un hombre modesto, gran compañero y aún mejor persona. Con él es imposible enfadarse. Cuando no está de acuerdo acompaña su opinión de unas risas para quitar hierro o descargar el peso de sus opuestas razones, pero firme en sus convicciones, que para eso son suyas.

Un zorro merodeando las gallinas

El otro día, camino del puesto, nos acompañaba también Roberto, buen zagal, nieto de Felipe, y la discusión que llevábamos derivó en algo que no recuerdo si tenía o no que ver. Nos contaba Felipe que andaba un zorro midiéndole el perímetro al lugar donde guarda sus tres gallinas. Mejor dicho, guardaba. Nos explicó que a las ponedoras los acompaña también un gallo pero que este parece monógamo porque siempre se le veía junto a la misma. Caso insólito en la especie, pensé.

Una tarde, sintió algo de ruido en la cuadra y cuando salió a ver qué pasaba se encontró una alfombra de plumas blancas, confirmando sus temores.

«Es que se me olvidó salir a acostar a las gallinas»

Otra vez más, vio rondar al zorro y lo pilló con una nueva víctima en la boca yéndose «por patas», y en esa explicación andaba cuando justificó con cierta amargura: «es que se me olvidó salir a acostar a las gallinas». Yo me quedé «horquillao como una chiva» que decía un amigo extremeño, al escuchar aquello y le pregunté en qué consistía eso de ir a acostar a las gallinas, a lo que Felipe tuvo a bien aclararme que se trataba de obligarlas a dormir en un lugar más alto e inaccesible a las alimañas, que donde solían. Hoy, el raposo sigue con una salud envidiable, fruto, entre otras cosas, de su rica dieta en pollo, que como sabemos ayuda a mantener el colesterol bajo control.

Aún hay quien sigue encontrando felicidad en las cosas más simples de la vida

Me agrada ver que aún hay quien sigue encontrando felicidad en las cosas más simples de la vida. La frase, que me pareció una genialidad más de nuestro amigo, la traigo aquí para compartirla con ustedes porque me da pie a plantear un problema de la sociedad actual, a la que tanta sofisticación tecnológica, entre otras, le está alterando la escala de valores, le está cambiando la manera de ver las cosas y hasta de relacionarse, enfocada en lo individual y digital, donde todo es bastante impersonal, por dejarlo ahí.

A algunos, con la versión más natural de la caza nos basta para lograr ser felices

La vida, que atraviesa el calendario día a día, necesita los latidos de la naturaleza para marcar el tiempo, especialmente en otoño, mientras nos pinta óleos en las retinas. Afortunados somos los cazadores de poderlo contemplar desde su interior, porque, aunque a veces los problemas nos lo impiden, no hay que dejar de verla en color.

¿Puede alguien dudar de que es realmente sencilla?

A algunos, con la versión más natural de la caza nos basta para lograr ser felices, cultivando la amistad por entre cafés mañaneros, sorteos, migas, perros, lances… y las buenas discusiones, inseparables de cualquier reunión. Y si logramos revolcarle los tocinos a un buen macareno, la dicha hace cumbre, aunque en mi caso, les confieso, que, si es algo menor, también.

En España ya hay un Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada

La práctica cinegética muestra una verdadera terapia grupal que invita a socializar en contraste con la realidad de un mundo en el que la amistad se cultiva cada vez menos y en el que, el ser humano, cada día se encuentra más solo. En España ya hay un Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, que nos da una idea del alcance del problema.

Queda la caza como una hornacina que recoge y guarda valores. Que retrata la relación que mantenemos con la naturaleza y con los demás, porque importa y aporta, y porque nos hace felices cuando la ponemos en práctica, como hasta el propio Ortega llegó a apuntar.

¿Y usted, qué necesita para ser feliz?

De los hombres que acuestan a las gallinas; por Ángel Luis Casado Molina

www.librosdecaza.es / info@librosdecaza.es

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