
Se ha escrito mucho sobre corzos, pero… ¿y sobre qué no?
Metida toda esa literatura en un cajón de sastre, si hubiese que elegir una palabra que resuma, que describa lo que significan, podría ser pasión.
Y, como escodaduras en el campo, encontrar los rastros de una especie que encandila, pero, en negro sobre blanco, descubriendo en algunas líneas lo que nos hace sentir, aunque solo sea una nimia muestra de su esencia. Sin la incertidumbre del monte, si bien con la mesura de lo escrito, que rescata, frías y reposadas, las ideas, porque la pasión hay veces que tiende a alejarse de la razón.
Pasión… corcera
Pasión desde la búsqueda del acotado que permite disfrutar su caza.
Pasión en cada uno de los días que el calendario haga posible salir al campo. Desde los preparativos, hasta el regreso.
Pasión que fluye al meter su figura en los prismáticos, atrapando instantes de su vida en nuestras retinas.
Pasión que no ha de evitar la fría decisión de dejarlo marchar en pos de una madurez que aún no le llegó, en pos de un trofeo con mejor futuro que presente o en pos… de sentirte mejor.
Pasión trufada de amargo sabor por el animal abatido, culpable de los desvelos de muchas jornadas, que cierra un capítulo y pone fin a futuras citas.
Pasión al degustar su extraordinaria carne que la buena cocina elevará a platos sin parangón.
Pasión recordando todo lo disfrutado cada vez que contemplemos el trofeo en casa, si la fortuna estuvo de nuestro lado.
¡Estamos de caza! y si no siente esa pasión, algo debió perderse en el camino
Y es que, desde el sigilo de los primeros pasos, quedamos sumergidos en el paisaje por mimetismo, por la quietud de nuestra figura que se desplaza confundida en el silencio, tratando de esquivar esa brisa traicionera. Respirando naturaleza, expirando estrés urbano. ¡Estamos de caza! y si no siente esa pasión, algo debió perderse en el camino.
Borramos la distancia con los prismáticos barriendo cada rincón, cada mata, cada claro, intentando alcanzar su silueta creyendo que hasta el palpitar de nuestro corazón puede llegar a delatarnos, pues no hay que olvidar que el campo siempre tiene a alguien de guardia.
Aproximarse y ponerlo a tiro de flecha. Zambullirse hasta las trancas de primaverales días… ahora brumosos, luego soleados, orbayando, incluso tormentosos. Desde sudadas de órdago a tiritones dignos del invierno, en la misma jornada. A todo habrá que hacer frente y estar preparados para lo que venga. El clima dibuja un mosaico variado que obliga a tirar de fondo de armario y cubrir las cuatro estaciones en una.
No hemos gastado una bala, pero la mochila va repleta de sensaciones, de emociones, ¡de vida!
Se marcha la luz. El sol se pierde en el horizonte arrastrando a la temperatura en el viaje. Momento de reflexión, de abandonar el campo. No hemos gastado una bala, pero la mochila va repleta de sensaciones, de emociones, ¡de vida!
Pienso que la caza cobra razón de ser en las duras, porque en las maduras sirve cualquiera.
Saboreo la jornada en ese instante tan especial, bajo la luz de las primeras estrellas y desando el camino en la soledad de una noche que se ha presentado sin darme cuenta. Comienzo a sentir un frío repentino que recorre mi cuerpo y me acompaña mientras voy pensando… ¡que me quiten lo bailao!
De corzos; por Ángel Luis Casado Molina
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