

El vacío por el cierre de la temporada se puede representar de muchas maneras: apagados los ladridos de los perros, los montes quedan mudos y son parte ya del recuerdo; por los esfuerzos y energías gastadas; por la soledad de los pueblos de montaña o con la cuenta atrás de los días que restan hasta el inicio de la próxima.
El carrusel de vehículos, perros y personas durante la temporada es una vida extra para infinidad de comarcas. Con el ir y venir alteramos el pulso a poblaciones en las que no se ve un alma por sus calles. Austeros de alegrías, con nuestra presencia recuperan la algarabía que un día tuvieron, quedando de nuevo tras nuestro paso, sumidas en la profundidad del silencio.
Dramático silencio cuando no es elegido.

Ando con el ánimo mohíno, como oveja descarriada
El crepúsculo de la temporada mete nuestra vida, inevitablemente, en una encrucijada con la veda echada. Ando con el ánimo mohíno, como oveja descarriada en busca del rebaño perdido. Así me veo, así los veo. Tras meses sin más ojos que para el campo y la caza, habrá que buscar por dónde anda la cuadrilla e irse acoplando a lo que era una vida, más o menos, ordenada y volver a salir de nuevo a tomar vinos, pongo por caso.
Esos entrañables momentos departiendo con los amigos me hacen recordar el variopinto paisanaje en cualquier cacería. En las mías, gentes de León, Cantabria, Asturias, Burgos, Valladolid, Guadalajara, Segovia, algún expatriado que se «acerca» desde ¡Lanzarote!, los propios paisanos de la provincia de Palencia y algún otro que sigue buscando el Norte y lo hace con machacona insistencia desde la capital de España. No sé qué otro tipo de convocatoria podría acoger a tan dispersa humanidad y acumular tantas y tan extraordinarias experiencias que, enriquecen a propios y a extraños, acercándoles un poco más la caza real.

Un merecido descanso
La veda supone un merecido y necesario descanso para el campo.
También para nuestros perros que han de recuperar fuerzas porque, de recorrer decenas de kilómetros por el monte disfrutando de la libertad que cazar (casi a diario) les permite, tras rastros y piezas, van a pasar, han pasado ya, a vivir en clausura, a excepción de Cantabria, donde les autorizan salir a perrear. Estoy seguro de que si pudieran hablar dirían lo que aquel: ¡cómo fuera de casa, en ningún sitio!
Cuando la realidad supera los sueños
Pero lo que no puede ni podrá nunca la veda será evitar que sigamos leyendo, soñando… Leer es el mejor analgésico para tantas jornadas sin cazar. Soñar estimula el deseo de las que habrán de llegar. La ilusión de hacerlas realidad. Porque, de cuando en cuando toca, como hace unas semanas…
«Tras el disparo recogí el casquillo de bala vacío, aún caliente y lo guardé en el bolsillo. El estruendo dejó todo en silencio. A mis oídos llegó el palpitar acelerado del corazón y, muy lejana, la voz del sabueso que lo perseguía.
Sin confianza recorrí pensativo la distancia que nos separaba, pero, tras darle la vuelta al último arbusto, me topé con el difunto. Momento único, sublime, de absoluta felicidad que enterró mis dudas».
Esperado, imaginado, soñado tantas veces… pero, en ninguna, alcanzó la belleza del lugar ni del lance, como tampoco del animal logrado, ya ven.
Y es que hay veces que la realidad supera los sueños y, aunque parezca un milagro, ocurre.

Pobre de mí…
Con desgana sigo limpiando, recogiendo y guardando archiperres mientras en mi interior no dejo de escuchar la música y letra del «Pobre de mí, pobre de mí, que se ha acabao la fiesta… del ja-ba-lí, ¡¡del ja-ba-lí!!»
Pobre de mí, texto y fotografías de Ángel Luis Casado Molina
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