
Vuelvo la mirada atrás, adonde siempre viaja la memoria, y escribo con el recuerdo del pegadizo son de la canción del verano (el ‘racarraca’ de la cigarra), bajo un calor inclemente para el lugar donde nos encontramos. Vamos caminando por donde sólo a pie se puede transitar, arañándole metros a una cima que sigue lejos y que, desgraciadamente en este viaje, no será necesario alcanzar (pico Mustallar).
Me produce cierta desazón tener la oportunidad de lograr la pieza que hasta aquí me trajo a las primeras de cambio
Me produce cierta desazón tener la oportunidad de lograr la pieza que hasta aquí me trajo a las primeras de cambio. Disfrutar la montaña cazando es uno de mis objetivos prioritarios. Por eso, siempre he deseado el último instante del último día, pero claro, ya saben, «el hombre propone y Dios dispone».
¿Qué hacer cuando te encuentras con un animal suficientemente bueno en el momento descrito?
¿Pasas de largo y buscas otro mejor?
No sería la primera vez, ni tampoco la última, que, tras decidir dejarlo y continuar adelante, terminas acordándote de la ocasión desaprovechada.
Viento del sur
Las altas temperaturas que provoca el viento del sur reducen mucho la actividad de los animales. En una reserva donde todo hay que recorrerlo a pie, toca madrugar para alcanzar un punto ‘caliente’ de la misma con los primeros rayos de sol, sabiendo, además, que el rececho no se podrá estirar mucho más de las diez de la mañana, quedando el resto de la jornada para descansar, comer y esperar a que el tiempo pase. En plena naturaleza, no parece ningún castigo, hasta que la caída de la tarde o de la temperatura nos permita continuar la cacería con opciones reales de avistar animales.
El destino nos quiere invitar a terminar pronto
He venido a arrancarle a estas montañas uno de sus emblemas. A ponerme en sus brazos, a intentar estar a la altura de su exigente caza. Sentirme parte de. A imbuirme de su aparente soledad y, como no lo hago en solitario, a disfrutar de la compañía, del buen hacer y amistad de mis amigos: Andrés y José.
Pero el destino nos quiere invitar a terminar pronto, sin dejarme saborear el impresionante paisaje que nos rodea, del que llevo disfrutando desde hace casi treinta largos años.

En Piornedo, tras los rebecos de la subespecie parva
Me encuentro en Piornedo, tras los rebecos de la subespecie parva y una vez más, con la sensación de haber viajado al pasado. Aldea de primitivas y singulares construcciones. Únicas. De origen celta, conocidas como pallozas. De planta casi circular, de graníticas paredes, vigas de roble y centeno en haces, dando forma cónica a la cubierta. Oscuras en su interior. Se compartían con los animales de la casa para aprovechar su calor y combatir mejor el frío. Sin elección ni renuncia a olores, moscas, ruidos, etc. Alguna queda en perfecta conservación como museo y se puede visitar. Son la memoria de una vida no tan lejana.
Aguerridas gentes, que ni buscan ni esperan del más allá lo que casi nunca habrá de llegar
Tierra esta gallega, de aguerridas gentes. Que ni buscan ni esperan del más allá lo que casi nunca habrá de llegar. A quienes la mala comunicación les tuvo siempre en el olvido, muy cerca del abandono, obligándoles a tirar de iniciativa para subsistir y salir adelante, teniendo que hacer de todo y bien para conseguirlo: desde levantar sus viviendas con los materiales que ofrece la tierra a proveerse de leña y provisiones para librar los duros inviernos de entonces. Labrar el huerto, castrar las colmenas, cocer el pan, cazar y pescar junto a criar cerdos y gallinas mientras pastaba y pasta el vacuno en la montaña, expuesto a lo que el Canis lupus disponga. ¡Y ahora los modernos nos vienen a vender la resiliencia como el hallazgo de la piedra filosofal! Sabrán ellos.
Tierra, desgraciadamente, de extintos urogallos y del cada vez más presente, oso pardo.
La decisión estaba tomada
Retomo las cuestiones planteadas al inicio. ¿Qué harían ustedes?
¡Las dudas, compañeras inseparables! Recuerden que sólo los ignorantes no las tienen.
Nosotros, miramos y remiramos al tranquilo y solitario rebeco. Sopesamos todo lo que les acabo de contar y algo más, decidiendo finalmente dejarme guiar por las virtudes que presentaba, intentando obviar aquello que le echaba en falta.
Mejoramos la posición porque el sol y las moscas apretaban y el animal se había puesto en marcha buscando el frescor del bosque desapareciendo por una valleja aneja. La decisión estaba tomada. Aproveché para acomodar la postura y la mochila sobre una roca metida entre la maleza y esperé a que surgiera de nuevo en la mira. Únicamente si elegía ascender no lo vería. Así que, tranquilo, asomó. Solo hube de esperar a que se cuadrara y se detuviera.
Sensación agridulce de encontrados sentimientos
El disparo puso fin a una de las cacerías más breves que he disfrutado en mi vida. Casi tres horas después de comenzar había finalizado, mezclando la natural alegría por el cobro del ejemplar con el amargo sabor de tener que darla por concluida. Sensación agridulce de encontrados sentimientos.
Creo que la caza trajina nuestros instintos como ninguna otra afición y lo hace retratando quienes somos verdaderamente, con nuestras luces y sombras, que haberlas, haylas. Evidenciando, sin duda, nuestra manera de ser.

Cosas del viento sur
A la mañana siguiente azotaba fuerte el viento, como queriendo confirmar que acertamos eligiendo «el pájaro en mano mejor que ciento volando», haciendo bueno el refrán. Pegaba tanto que debió cambiar las querencias de los animales. No me imaginaba tener que cazar en aquellas condiciones. Hasta allí arrastró el polvo del desierto africano enturbiando el cielo que fue limpio y azul.
Pero la faena ya estaba hecha y volvía a la ciudad, eso sí, preguntándome si en realidad no sería este el verdadero regreso al pasado; si no seríamos nosotros, los urbanos, los fuera de tiempo y lugar… o si serían éstas, cosas del viento del sur, las que nos emborrona hasta las ideas.

Con el viento del sur; texto y fotografías de Ángel Luis Casado Molina
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