Caza Mayor La vereda del Ocadal Relatos

Una cochina muy limpia, por Tomás Cortés

Una cochina muy limpia
Una cochina muy limpia…

«La naturaleza ha impuesto reglas muy severas a cuantos nos hallamos en la cúpula de la pirámide de la vida. No mates, caza. Porque no es lo mismo matar que cazar. La persecución, el acoso y la muerte de la pieza siempre han exigido del cazador esfuerzo físico y agudeza mental» (Félix Rodríguez de la Fuente)

Una cochina muy limpia

La etología es la rama de la biología y de la psicología experimental que estudia el comportamiento de los animales en sus medios naturales.

Es ese comportamiento que por regla general desconocemos, es el que nos sorprende en la caza, y estudiándolo y/o aprendiéndolo se convierte en uno de los sistemas o métodos que tenemos para comprender más y de una mejor forma el mundo de los animales en su relación con el entorno natural y por ende de la caza.

Por poner un ejemplo de ese comportamiento animal en la caza, cuando en una montería se acerca una ladra al puesto, y vamos proyectando el punto por donde el cochino saltará al cortadero leyendo el vaivén de las jaras mientras esperamos impacientes, hasta que nos salta el cochino al cortadero, pero no, resulta que salen los perros y no el cochino, ¿qué sucede? ¿Qué hemos hecho mal? nos preguntamos. El resultado podría definirlo como una de esas pasadas en falso que suelen hacer con tal de no romper al cortadero.

El cochino en su saber montuno, se para en el último momento, y consigue colarse entre las filas de perros quedándose en el monte sin ser tirado por los puestos, dejándonos con un mal sabor de boca al sabernos burlados, mientras que los perros los ha dejado atrás «viéndolas venir».

1. La defensa en círculo de la piara una cochina 

Debo confesar que la primera vez que lo vi me desconcertó de forma tremenda pues no sabía cómo solventar la situación.

Sucedió bastante tiempo atrás en una montería en aquella época en la que entraba con los perros de la rehala de mi padre a la par de que llevaba el resto de las rehalas a una mano, batía el monte con soltura con el ansía del agarre.

Transcurría la jornada de montería con normalidad hasta el momento en que un perro ‘dio de parado’, si bien en vez de continuar dicha ladra con el típico ‘arreón’ de monte seguido de la típica carrera jaleada, la ladra permanecía fija en el mismo punto, por lo que llegaron más perros produciéndose el in crescendo del sonido montuno, ¡esto presagiaba el agarre!

El cloqueo de las cochinas una cochina

Llegaban más y más perros al sitio, aunque entonces, un ruido nuevo surgió. ¡EL CLOQUEO! ¡Sí, el cloqueo de las cochinas cuando van a atacar! Estaba claro lo que sucedía, los perros habían dado con una piara, pero la piara lejos de empezar a correr buscando la huida decidió hacer frente a los perros, con lo que las cochinas se agruparon para realizar una defensa. Para ello hicieron un círculo dejando en el centro a los primales y a los rayones.

¡Vaya espectáculo!, las cochinas se comían a los perros. Estos según ladraban provocaban que acudiesen más perros, a su vez más cloqueaban las jabalinas. Perro que entraba en la defensa era atacado por varias de las cochinas, siendo mordido desde distintos puntos. Los perros no eran capaces de romper la barrera de defensa. Al final los perreros experimentados que me acompañaban en esa situación fueron capaces de romper la defensa (no sin algún apuro).

2. El despiste  una cochina

Cazando con el caballo y con los perros mientras batía el monte en una finca de los Montes de Toledo, surgió la ladra. De esta forma, en la loma de enfrente llevaba un cochino portentoso de cuerpo algo más de una rehala de perros detrás. Los perros distaban unos cuatrocientos metros del macareno e iban a media ladera de la loma a todo trapo, con la carrera franca y el paso firme sin dudar, sabían a lo que iban saltando las jaras y lentisco, casi se podía decir que volaban. La rehala y el cochino se veían fenomenal desde mi posición, pues eran unas quince o veinte manchas blancas corriendo y jipando en el mar de jaras tras un gran bulto negro. Lo tenía enfrente a unos trescientos o cuatrocientos metros.

De repente, el guarro se paró, cortó la carrera en seco, y echó el hocico al aire venteando.

Una cochina muy limpia

Pensé que el macareno había decido plantar batalla, pero…

Yo pensé que el macareno había decido plantar batalla por lo cual me emocionaba el verla, eran unos perros de bandera, sabían cazar y apresar, pero no sucedió así, estaba equivocado, los perros se le fueron acercando hasta casi el punto de cogerle, le recortaron casi toda la ventaja de la carrera, no obstante, el tremendo cochino empezó de nuevo a correr (claro que los punteros no le echaban mano pues sabían de sobra lo que se les venía encima, con esa boca y ese tamaño, hasta que no llegasen refuerzos no se iban a tirar al agarre).

Casi con los perros mordiéndole los corvejones, el catedrático se dirigió a un grupo espeso de madroñas que estaban bastante cerca y se introdujo allí. El revuelo que se produjo a continuación fue tremendo, pensé que era el momento del agarre…

Según se introdujo el macareno en las madroñas, salieron tres ciervas y una gabata corriendo en distintas direcciones, y los perros se fueron disgregando en carreras tras las ciervas. Unos hacia el barranco, otros en dirección a la umbría, otros continuaban a media ladera, perros, ladras, carreras, jipidos ciervas, gabatas, explosión de ruido, ¡temblaba el monte!, pero el tremendo macareno había desaparecido, no se le veía por parte alguna, como si no hubiera pasado nada. Cinco minutos tal vez diez, el cochino volvió por los mismos pasos hacía la misma vereda por la cual se había desviado para entrar en las madroñas. Después se fue alejando paulatinamente y silenciosamente en la sierra, por la misma vereda y el mismo punto que anteriormente se le comían los perros, sin que escopeta alguna lo tirase, riéndose de la rehala.

3. La hora del baño  una cochina

Resulta que estaba en un puesto en plena Sierra de San Pedro, esta vez contaba con un tiradero amplio, que en vez de raya era una lengua de un prado que delimitaba los dos manchones de monte que se batían.

Después de un par de horas se acercaban los perros, entonces estos dieron con unos guarros produciéndose las carreras dentro del monte. Una de las ladras se internaba en la mancha de jaras de mi izquierda e iba seguido por los incansables jipios de los perros, pero la otra desapareció súbitamente, se esfumó en un punto. A mí, que me gusta hacer lectura del monte, me vino a la mente que era un guarro que había despistado a la recova haciendo un círculo (cosa que también suelen hacer). Estaba en estas elucubraciones sentado al pie de un tremendo alcornoque, cuando oí un ligero chasquido, con lo que me fijé en el manchón de monte para ver un tímido vaivén de jaras, algo se aproximaba y muy silencioso.

Vi aparecer un hocico y detrás el resto de un animal

Me incorporé sin hacer ruido alguno, con lo que vi aparecer un hocico y detrás el resto de un animal, pero era tan rojo que creía que era un cochino manso. ¿Sería de los de la montanera de esa año? ¿Tal vez se habría escapado? Algo me hizo dudar y puesto que tenía el visor me lo eché a la cara, entonces vi que era colorado en extremo y me quedé sorprendidísimo.

¿Cómo podía ser después de pasar los perros, un guarro de montanera?, la duda provocó que me fijara en extremo con lo que conseguí darme cuenta que si bien era colorado tenía las cerdas largas y que caían gotas de barro.

«¡Coña, si es un cochino! Será albino», pensé, con lo que saliendo del asombro del inicio le tiré una primera bala que provocó la carrera, en la segunda bala y corriéndole la mano tuve la certeza de que le había tocado, pero seguía la carrera, la tercera fue a poca distancia (pues había entrado a la contra, y una vez que paso la línea tiro le solté una tercera bala que dio con su huesos en la tierra. Miraba y remiraba el guarro y no me podía creer el color que tenía, hasta que me di cuenta que se había revolcado o mejor dicho, sumergido en alguna baña y estaba bañado desde las manos hasta las cerdas de la cruz completamente.

Más tarde y a la vuelta de los perros se paró el perrero que venía en esa mano y después de hablar un poco con él pues es buen amigo, fuimos donde estaba el animal. Venancio que era el perrero, me dijo:

–¿Sabes por qué ha hecho eso?

–Sí, claro, para despistar a los perros, lo había oído alguna vez, pero hasta hoy no lo había presenciado por mí mismo.

–Efectivamente, de esta forma los dejan plantados por el rastro, y consiguen escaparse de la mancha zorreados. Ten por seguro que la cochina sabía escaparse de la mancha.

Una cochina muy limpia

Conductas aprendidas  una cochina

Creo que son claros ejemplos de conductas aprendidas, salvo quizás la primera, en la que entra en funcionamiento además del aprendizaje el instinto de protección maternal.

Confieso que cada vez me sorprende más los distintos comportamientos de los animales y las conductas que adquieren.

Se podría decir que el estímulo-respuesta de Paulov es y está condicionado, pero cuando los científicos Konrad Lorenz, Karl von Frisch y Niko Tinbergen recibieron el Premio Nobel por sus estudios sobre la conducta de los animales, la etología comenzó a considerarse ciencia con pleno derecho.

Entre los etólogos más conocidos se pueden destacar Jane Goodall o Dian Fossey, ambas primatólogas, y entre los españoles puedo citar a Félix Rodríguez de la Fuente o a Miguel Delibes.

Sea pues la etología una de las llaves esenciales para conocer más el mundo de la caza.

Un artículo de Tomás Cortés Sánchez

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