
Qué caprichoso este mundo. Y que contradicha la naturaleza. Qué sentido tendrá eso de guardar los solomillos todo el año para en un par de tardes exponerse sin vergüenza torera ni miedo a un calentón férreo por tan sólo coronar un harén de hembras que no entienden ni de fidelidades ni pasión.
Todo el año tomando los barrancos para humedecer labios y roer cuatro brotes. Todo un otoño aguardando a que el sol se tape para salir a robar cuatro bellotas picadas porque las sabrosas y macizas están en los estómagos de los colegas más descarados. Un verano entero en el que no abandonaba los cortes del monte para alimentarse de los roídos rastrojos… Todo para caer en la mayor de las nubes y clamando a los cuatro vientos el dónde y el cómo se le puede partir el alma de un balazo mientras el celo le abarca desde la crisma a la penca del rabo…
Qué animal el ciervo. Qué corpulencia. Qué fortaleza…. Y qué estupidez la que demuestra en pocos días por el mero hecho de querer reproducirse… Y es que este animal, como cualquier otro, cuando lo prueba se enciende y sólo quiere más. Cuanto más ciervas acecha más desea… ello le lleva a perder kilos, vergüenza y, en no pocos casos, hasta la cabeza.
No es el animal en sí, es el animal en concreto
Dicen los guardas que anda por la cuerda un ciervo oscuro como el tronco de un álamo. Me dicen que no berrea, que cuanto más caliente está el ambiente más astuto y celoso se vuelve…
Qué ganas de sorprenderlo, de admirar si es viejo y deforme o de si es joven y astuto. Qué ganas de verlo correr perseguido por tres recovas dirigiendo sus saltos a un cortadero. Qué ganas de percibir en sus ojos la sorpresa del momento, el agobio de la situación y el coraje de no dejarse rendir. Qué ganas de correr a galope tendido tras su esbelta figura una tarde movida de septiembre con el aroma de la tierra recién calada por un chubasco inoportuno. Qué ganas de verle hacer el regate al perrero de la mano alta que aclama y pide la atención de los suyos… Qué ganas de no saber por dónde se coló, un año más…
No es el animal en sí, es el animal en concreto. Ese truhán que sólo deja presencia de algún desmogue y que no sabe ni dónde ni cuándo le ganarán la batalla, pero sin dudarlo aventaja la partida.
Veremos si esta berrea se deja mecer por el calorcillo de las pasiones… Veremos si su blindad monotonía sigue tejida de prudencia, desconfianza y quietud. Veremos si el más glorioso de los ciervos puede rendir en la más gloriosa de las batallas… Veremos a ver…