La vereda del Ocadal La vereda del Ocadal Relatos

El sueño de una noche de verano (actos I y II); por Tomás Cortés

El sueño noche
El sueño de una noche de verano (actos I y II).

‘El sueño de una noche de verano’ es una comedia de William Shakespeare escrita sobre 1595, la cual se desarrolla en cinco actos o divisiones para hacer la obra más animada.

La obra en cuestión es una comedia de enredos de amores, donde se entremezclan sistemáticamente lo real con lo irreal, lo humano con lo divino, las hadas con los duendes, la nobleza con el pueblo llano, para que después se agite todo, en una coctelera, dando una variedad tremenda, al igual que una gracia inigualable a la comedia de Shakespeare.

Un coto por aquellas tierras bravas de Talavera de la Reina

Resulta que algo parecido me sucedió a mí cuando compartía un coto con mi amigo José en unos tórridos días de final de primavera – principio de verano, de esos de calor sofocante, con noches cortas pero profundas, por lo tanto plenamente veraniegos.

Es ahora que recordando los calores de aquel año, cuando vienen a mi memoria los lances vividos, en esas noches de espera.

Años atrás y por aquellas tierras bravas de Talavera de la Reina, compartía coto con José para las esperas, coto que pertenecía a un amigo ganadero el cual estaba cansado de que los animales de ganado le salieran positivos de forma sistemática con tuberculosis, motivo por el cual nos pedía que diésemos leña a los cochinos.

Ese año tenía pendiente un movimiento de vacuno para pasar las cabezas de ganado a una cerca cosechada o empacada la cual tenía mucho grano en el suelo, por lo que después de ver la comida del suelo, tanto José como yo nos relamíamos los belfos, pensando en cómo organizar las esperas.

ACTO I: EL PRIMER CONTACTO El sueño

De esta forma, fui el primero en ver el cazadero e intentar ponerme.

Era una noche sin luna, pero con el equipo que llevaba no me hacía falta nada, mi rifle y mi linterna potente.

El lugar escogido estaba en una hoja de cultivo limpia sin vegetación que estorbase, de color blanco amarillento, lo justo para tirar un cochino negro que daba contraste a la noche al descubierto, no necesitaba más.

Era una hoja o parcela siembra de avena de unas veinte hectáreas con algunas encinas salpicadas que me servían como puntos de referencia, que por dos lados estaba rodeada por un arroyo de agua perenne con gran vegetación, sobra decir que el arroyo era uno de los puntos por donde entraban a la siembra los cochinos, por el cauce del arroyo.

Además, la sierra de la siembra se encontraba a unos cuatro kilómetros aproximadamente.

Se marcaban unas cuantas huellas entre las que destacaban las de un macho considerable

Los primeros días repasé las posibles rutas de acceso para llegar al cereal, quedándome en la memoria con un par de pasos muy tomados, donde se marcaban unas cuantas huellas entre las que destacaban las de un macho considerable.

Por este motivo, y puesto que José no podía acudir, decidí no molestar la siembra y ponerme una noche al paso a unos cuatro kilómetros de esta, más cerca de la salida de la sierra.

Un cochino mediano

No me equivoqué, pues todavía con luz diurna pasó un cochino de tamaño mediano, al cual decidí tirar pues el ganadero nos había implorado que le teníamos que quitar número de cochinos si pretendíamos seguir en el coto.

Por este motivo, me apoyé en la encina, dejando cumplir al cochino por la dehesa, en la que solo me molestaba el cochino.

Apunté con cuidado, dejando cumplir el trotecillo que llevaba en dirección al arroyo que me caía al oeste.

Pensé que mejor era para nuestros planes si el cochino no llegaba a la siembra.

El primer error El sueño

Continué recreándome con la imagen mientras la cruz del visor la llevaba en la paleta, de esta forma fue ganando metros.

A su vez decidí incrementar los aumentos lo que provocó mi primer error pues la distancia no llegaba a unos escasos cincuenta metros, suavemente apreté el gatillo tronando el ruido del .30-06 en la noche.

La reacción al tiro fue un extraño para empezar una carrera corta de unos metros con otra parada, seguro del impacto del cuerpo del cochino en el suelo, no acerrojé, esperando el resultado definitivo, sin embargo, el cochino se rehizo y se tapó en la parte más sucia de la dehesa.

El segundo error

Muy seguro estaba de encontrarle enseguida, debido a ello fui al sitio en donde le vi la última vez (aquí cometí mi segundo error) entonces lo volví a ver.

Hice ruido cuando tuve que saltar una malla ganadera para poder repetir el tiro.

Entonces emprendió una carrera un poco errática por la dehesa buscando el refugio de la sierra mientras que yo al darme cuenta del error de no haberle dejado enfriarse, decidí, que lo más conveniente era irme a casa para encontrarle sin lugar a dudas al día siguiente.

Esa noche, intenté conciliar el sueño, pero no comprendía por qué razón al disparo no cayó seco el cochino, me consolaba con saber que el cobro lo tendría al día siguiente.

En cuanto amaneció inicié mi rutina, horas más tarde fui al cazadero para repasar todo y buscar la sangre. Pero no la encontré, ni en el primer punto ni en el segundo, no señalicé el punto y el alto pasto evitaba que la pudiera encontrar.

ACTO II: DE LA LLEGADA DE JOSÉ A LA SIEMBRA

Continuaba llamando a José para quedar en la siembra, tenía muchas ganas que su hijo (que es un gran tirador) se hiciese con un cochino en espera en ese coto.

Quedamos, pero su hijo no pudo acudir debido a compromisos laborales, con lo que nos pusimos nosotros dos en la siembra, partiéndonos el terreno para cazar, a la vez que cubríamos de esta forma las dos posibles entradas.

Era una noche de esas de verano en la cual los mosquitos te conceden una tregua, bien porque se levantó una ligera brisa o bien por que los antimosquitos funcionaron, el caso es que el tiempo tan apacible consiguió hacer que nos adormeciésemos de forma ligera con un ojo abierto.

Zorros, una cierva, un venado…

Minutos más tarde empezaron a llegar los invitados al festín del grano, primero fueron unos zorrillos que andaban correteando para que luego dejasen el juego entre sí para dedicarse a atrapar algún ratón despistado que buscaba el grano de la avena, con ellos estuvimos deleitándonos pues los zorros pasaron por delante de mi postura con su trote incansable hasta llegar a escasos metros de José.

Después salió una cierva a la derecha de la postura de José quedándose parada mirando hacia atrás sin duda esperaba compañía.

Así fue, saltó luego un gran venado a la siembra, venado que por ser mediados de junio tenía la cuerna aún en borra, pero era magnífico.

Estos estaban a escasos veinte metros de José, el cual permanecía impertérrito vamos sereno e imperturbable, ante la situación de proximidad.

Cinco cochinos desiguales El sueño

Siguiendo poco a poco el comportamiento del venado, vimos que después de una hora levantaba la cabeza constantemente para mirar hacia la caja del arroyo en actitud de alerta, lo que nos hizo buscar el motivo de su alerta.

Transcurrido poco tiempo, unos cinco minutos, saltaron al sembrado cinco cochinos desiguales, dentro de los cuales había uno que destacaba pues era el que después de los juegos imponía la «ley del más fuerte» o la «ley de lo bueno para mí», pues repartía leña cuando alguno osaba entrar en su zona.

Nosotros dos desde nuestras posturas le veíamos con la poca luz que ya quedaba en el cielo, pero el caso es que nuestro amigo estaba muy alejado de los dos, casi en el único punto donde no era territorio de ninguna de las posturas y también donde no lo teníamos a tiro, esa noche no nos dio ninguna oportunidad, entró tarde a la siembra, impartiendo disciplina entre su tropa, estaba claro que era macho por la forma de comportarse, los otros cochinos eran tres de tamaño mediano de unos cincuenta kilos y un cuarto de mayor tamaño, que se asemejaba o al menos pensábamos que era la hembra.

Los zorros volvieron a entrar jugueteando en la siembra poniendo en alerta a las reses pues las ciervas que alguna estaba con la cría del año no eran muy partidarias de tener los raposos cerca.

Además, un coche pasó por un camino bastante cercano, causando la huida de los cochinos al arroyo.

Retirada

Como entendimos que la cosa se puso muy difícil optamos por retirarnos a casa para intentar la espera otro día con más esperanza al estar mejor puestos, no habíamos hecho ruido y las condiciones de luminosidad irían a mejor pues la luna estaba en creciente.

Comentando la noche cuando nos juntamos, coincidimos en la cantidad de caza que vimos, pues por resumir diré que aparecieron otras cuatro ciervas más y dos venados de entre los cuales sobresalía uno. También entraron dos cochinos más, pero estos eran de ración de unos treinta – cuarenta kilos.

Continuará…

El sueño noche

El sueño de una noche de verano (actos I y II) es un artículo de Tomás Cortés Sánchez

 

Otros artículos de Tomás Cortés Sánchez

Cesar Ritz y mis cinco sentidos

Reflexiones de final de temporada

Hueles a humo

Una de lobos

¡Cuánto te echaré de menos amigo ‘Pestorejo’!

A rebecos en el Parque Natural de Redes: un rececho maravilloso pero durísimo

Méritos políticos El sueño

 Los regalos de los Reyes Magos

 Relevo generacional

 Inflación, reduflación, estanflación y caza

 Dos súper rehaleras

 Don Camilo III

 Don Camilo II

 Don Camilo I

 Porro  El sueño

 Carta a los Reyes Magos

 Bibi Machuca y la cuadratura del círculo

 Una mañana, le dije al campo…

 El verdín de las balas

 Diógenes (II)

 Diógenes (I) El sueño

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.